Capítulo 30

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Dos días después, Valeria fue a ver su madre tras su gran insistencia. Le contó que se quedaría una semana más para disfrutar de su compañía antes de regresar a su casa, por lo que no tuvo más remedio que volver al lugar que había estado evitando durante todo ese tiempo. Carmen aprovechó que estarían solas para hablar, ya que José estaba arreglando las plantas con Manuel en el patio y Fuensanta estaba haciendo algunos recados. Durante unos minutos se pusieron al día, aunque Valeria no dejaba de sentirse incómoda por la situación. Su mente confusa viajaba de un tema a otro, sobre todo los relacionados con ella y Manuel. No era una buena ocasión para hablar sobre ello porque no estaban del todo solas y lo último que deseaba era que el resto de la familia se enterara. Tampoco quería meter la pata si introducía el tema en el momento menos indicado.

Media hora después se disculpó con su madre con la excusa de ir al cuarto de baño antes de marcharse. Una vez dentro, se echó agua en la cara y apoyó las manos sobre el lavabo. Contempló su reflejo y recordó de nuevo la conversación que escuchó sin que su madre fuera consciente. Si Valeria se hubiera enterado antes de aquello nunca habría llegado tan lejos con Manuel. Suspiró. Al salir, dio de bruces con su primo, que estaba por entrar. Valeria apagó la luz justo antes de que él la agarrara por la muñeca y se la llevara hasta la otra parte del pasillo, lejos del lugar donde se encontraba Carmen esperando a su hija. Una vez que se aseguró de que estaban solos, susurró:

—Pensé que no volverías por aquí...

—He tenido que distanciarme, igual que tú lo has hecho conmigo —aclaró Valeria.

—He tenido que hacerlo para que mi tía no sospechara. ¿Crees que es fácil para mí?

—¿Y para mí sí? —cuestionó.

Se miraron a los ojos en silencio y ella pasó la lengua por sus labios, entre ansiosa y nerviosa. Manuel, en un impulso, la empujó con suavidad contra la pared y acercó su rostro al de ella. La observó desde arriba y bajó la cabeza con la intención de besarla, pero se quedó a medio camino. La tentación y las ganas eran muy fuertes, pero estaban en un lugar visible de su casa donde cualquiera podría verlos. Valeria cerró los ojos y deseó ser besada, pero no hizo nada, se limitó a esperar. Él aproximó aún más su cara a la de ella y aspiró su aroma con los ojos cerrados. La chica, que tenía su mano sobre el lado de su corazón, notó que sus palpitaciones aumentaban con el paso de los segundos. Manuel apretó los ojos y los labios antes de separarse lo suficiente para que solo ella le oyera decir:

—No me tientes —le advirtió—, porque si lo haces me dará igual que estemos en mi casa, en la tuya o en cualquier lugar donde la gente que nos conozca pueda vernos.

Se alejó ella y apoyó la espalda en la pared. En ese instante apareció Carmen por la esquina del pasillo.

—Pensé que te irías sin avisarme —se dirigió a su hija.

—No, pero me encontré con Manuel en el pasillo y estaba por preguntarle si ya tenía todo preparado para su tienda virtual —explicó la chica.

Su madre miró a Manuel con una ceja alzada y relajó el gesto antes de decir:

—¡Vaya! Qué calladito te lo tenías, ¿no pensabas contarme que vas a abrir tu propio negocio?

—Pensé que mi madre te lo habría contado. —Se encogió de hombros.

Las llaves girando en la cerradura les dio a entender que Fuensanta estaba de vuelta. Los tres dirigieron sus miradas hacia la puerta y la vieron entrar cargada con algunas bolsas. Sus ojos miraban hacia el suelo y su respiración estaba algo agitada. El primero en reaccionar fue Manuel, quien se acercó a su madre para ayudarla.

—No sabes la cola que ha habido hoy en la pescadería. Claro, ha estado atendiendo solo uno y ha tardado más de la cuenta en atender a quienes estábamos esperando... —Levantó la mirada y descubrió que no estaban solos—. Valeria, no sabía que estarías aquí. ¿Te quedas a comer con nosotros?

La aludida sonrió.

—Lo siento, pero mi padre está esperándome para comer. Solo he venido a estar un rato con mi madre.

—Bueno, está bien, pero ya sabes que puedes venir siempre que quieras. Te hemos echado de menos —comentó su tía.

—Sí, lo sé. —Esbozó una sonrisa triste, aunque no supo si Fuensanta fue capaz de advertirlo—. En fin, tengo que irme. Nos veremos otro día.

Se despidió con un movimiento de su mano y, antes de que alguien pudiera retenerla, se marchó y cerró la puerta al salir. Una vez en la calle, aligeró el paso hasta llegar a su casa. Abrió con su llave y entró exhalando un suspiro. Apoyó la espalda sobre la fría superficie una vez que el sonido de fuera dejó de escucharse de forma nítida.

—¿Ya has vuelto? —preguntó su padre desde la cocina.

—Sí.

—¿Tan pronto? —insistió.

Valeria avanzó hasta donde se encontraba él y se cruzó de brazos a su espalda.

—No lo soportaba más —se desahogó—. Si me hubiera quedado más tiempo habría soltado algo indebido, y no te lo mereces, papá.

—Pero ¿qué ha pasado? —Se giró para poder observarla.

—Nada, solo quería que habláramos como si fuéramos amigas...

—Así era como estabas con ella antes de venirte conmigo ¿no? Quizá eche de menos esos tiempos...

—Que se lo hubiera pensado antes. ¿Piensa que puede mentirme y hacer como si nada? ¡Venga ya! —Bajó los brazos y le dio la espalda a su padre—. Por favor, avísame cuando esté lista la comida, me voy a mi habitación a relajarme.

—Vale, ve tranquila. No tardaré mucho en avisarte porque esta tarde tengo que preparar las cosas. Te dije que mañana me voy de nuevo ¿verdad?

Valeria inspiró hondo y se giró hacia su padre.

—Sí, me lo dijiste en cuanto lo supiste. No le digas nada a mis tíos, pero prefiero estar sola en casa durante tu ausencia. No quiero compartir el mismo techo con mamá.

—Tranquila, no les diré nada. —Hizo el gesto de cerrarse los labios como si fuera una cremallera y luego agitó la mano dando a entender que tiraba la llave invisible en alguna parte.

—Gracias. —Sonrió.

Dio media vuelta y se fue hasta las escaleras. Subió hasta su habitación y se encerró para poner música en su móvil. Necesitaba despejar su mente. Recordó la conversación con su madre y lo forzado que sintió todo. Algo en su interior la hacía desconfiar de ella, aunque no quería pensar demasiado en ello. Bastante tenía ya con sus propias cosas para añadir encima lo de Carmen. La música fue sustituida por su tono de llamada. Extendió la mano para coger el teléfono de la cama y sonrió al ver que era León quien la llamaba.

—Hola, nena —saludó él.

—Hola, guapo. ¿Preparado para tus vacaciones?

—Me quedan aún dos días, pero el viernes te aseguro que ya estaré allí para hacerte la vida más fácil.

Valeria rio al escuchar lo último.

—Al menos me la harás más divertida —dijo ella.

—Eso nunca hay que dudarlo.

—Avisaré a mi padre, que hoy se va unos días por trabajo y no sé si estará cuando llegues el viernes. Para que no le pille por sorpresa, vamos.

—Claro, pero seguro que no pone impedimentos. Recuerda como se alegró la otra vez.

—Sí, seguro que no se opone a que estés aquí durante tus vacaciones, pero de todas formas le avisaré.

—No sabes las ganas que tengo de que llegue el viernes para que me cuentes de una vez las novedades. No duermo nada desde la última vez que hablamos.

—No exageres, Leo, si además de quedarte pronto dormido, luego no hay bomba que te despierte —bromeó.

—Quizá, pero sí que es cierto que me tienes intrigado. ¿Puedes darme un adelanto antes de que me vaya?

—Las cosas puede que se hayan complicado un poco... —Fue lo único que pudo adelantar.

Sucumbir a lo prohibidoWhere stories live. Discover now