Capítulo 12

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Valeria permaneció en el dormitorio de su primo sin moverse de la cama. Su cabeza no dejaba de darle vueltas a una sola pregunta: ¿cómo habían llegado a esa situación? Era consciente de que su estancia en esa casa había cambiado las cosas hasta cierto punto, pero que sus sentimientos también lo hicieran era algo que no asimilaba aún.

—¡Valeria! ¿Puedes venir? —la llamó su padre.

Se levantó de la cama, salió de la habitación y caminó a través del pasillo en dirección al salón. Cerca de allí oyó cuchicheos y frunció el ceño, apareciendo ante ellos con esa expresión en la cara.

—¡Felicidades! —exclamaron todos.

Valeria observó la escena con la boca entreabierta. Manuel sujetaba el plato con la tarta, a su lado derecho estaba Fuensanta y José; y en el izquierdo Paco, el padre de la chica. Al contrario de lo que todos esperaban, ella no se movió. Las lágrimas resbalaron por sus mejillas y recordó al fin por qué habían estado todos tan misteriosos: a las doce ya era el día de su cumpleaños. Su llanto se acrecentó de manera incontrolada y ocultó su rostro bajo sus manos. Quiso salir corriendo, volver a su casa y encerrarse en su habitación para llorar hasta que no le quedaran lágrimas, pero aguantó. Intentó relajarse mediante la respiración, pero le resultó difícil. Paco, al darse cuenta de cómo avanzaba la situación, se acercó a su hija para tranquilizarla, como siempre había hecho cuando lloraba en su presencia. La abrazó y le acarició la espalda de arriba abajo y poco a poco las pequeñas sacudidas desaparecieron. Valeria se lo agradeció en voz baja y, cuando su padre se colocó a su lado, ella le dio las gracias a todos.

Una vez que supo con seguridad que se había tranquilizado, se acercó a su primo y, durante unos segundos, sus miradas conectaron. Pensó en su deseo y bajó los ojos hacia las velas que indicaban que cumplía veintiséis años.

—Menos mal que no habéis cantado, me habría puesto peor —bromeó la chica.

Manuel sonrió mientras el resto de la familia reía. Soltó el plato sobre la mesa y Valeria se dio cuenta entonces de que los platos y los cubiertos ya estaban repartidos. Aunque era tarde, no le importaría tomar un trozo de su tarta favorita: de galleta y chocolate. Fue la primera en sentarse en una de las sillas y después la siguió el resto de la familia. Volvieron a estar distribuidos como en la cena. Fuensanta fue la encargada de partir los trozos y dar los platos a cada uno.

—Espero que te guste —deseó su tía con una sonrisa.

Valeria probó su trozo y sonrió. Cuando lo tragó, exclamó:

—¡Me encanta!

Y siguió comiendo. Fuensanta y su marido se miraron con una sonrisa que compartieron con su hijo y con Paco. La chica mantuvo la sonrisa y se sintió feliz tras todo el estrés que había sentido en los últimos días.

Al terminar con ese delicioso postre tardío, todos recogieron la mesa de nuevo. Manuel la miró con una enorme sonrisa cuando sus padres y su tío se marcharon a la cocina.

—Tengo un regalo para ti, ¿vienes?

Valeria asintió y ambos se fueron hasta el estudio de él, avisando antes de que se ausentaban. Al llegar al lugar se sorprendió de que no fuera una estratagema para intentar besarla de nuevo y se decepcionó. Cerró la puerta y se quedó cerca de ella mientras Manuel cogía el paquete y se daba la vuelta.

—Acércate, no te voy a morder. —Sonrió.

Poco a poco avanzó hasta donde estaba él. Su corazón latía desbocado, aunque apenas le prestaba atención. Estaba más pendiente del rostro de su primo y de lo que tenía en sus manos. Cuando acercó la suya para tomar el paquete, rozó la de Manuel sin querer, pero mantuvo el contacto durante unos segundos más. Se miraron a los ojos antes de que Valeria bajara los suyos para estudiar el paquete. Era una caja pequeña de cartón reciclado con algunos detalles pintados en dorado. Era bueno, muy bueno, con la artesanía.

—Tienes que lanzarte con este proyecto. Vas a arrasar en el pueblo, ya lo verás.

Y hubiera dicho mucho más, pero al abrir la caja se quedó sin palabras. En su interior había un colgante de una manzana que parecía de oro y cuya parte interna contenía algunas espinas, como si un alambre la rodeara. Lo cogió por el cordón y lo sacó para observarlo más de cerca.

—¿Puedes ponérmelo?

—Por supuesto —respondió él, agarrando el colgante.

Valeria se giró y retiró su pelo hacia un lado. Manuel entonces pasó el cordón por delante de ella y unió sus manos a la altura de la nuca para unir las dos partes. Al terminar, apoyó sus manos sobre los hombres de su prima y eso provocó un ligero temblor en ella que intentó ignorar.

—Es muy bonito, gracias —dijo ella cuando volvió a girarse.

Estar frente a él de nuevo, en silencio y mirándose a los ojos, era intimidante. Los ojos marrones de Manuel hablaban y no era necesario que sus labios lo hicieran para saber qué era lo que pasaba por su mente. Sin embargo, lo hizo.

—Eres muy preciada para mí, Valeria. —Acarició un mechón de su pelo mientras hablaba—. Siempre lo serás, pase lo que pase.

Valeria abrió los labios un poco, entre asombrada y fascinada por la claridad y rotundidad de su mirada. Veía su sinceridad, además de muchas otras cosas. Hipnotizada, subió su mano derecha por el torso de Manuel poco a poco, acariciándole por encima de la ropa. Él tragó saliva cuando la mano de su prima llegó a su cuello y no se detuvo hasta llegar a sus labios, también entreabiertos. Los tocó con la yema de sus dedos y solo entonces bajó su mirada hacia ellos. Ni siquiera recordarlos sobre los suyos hizo que se detuviera, pero sí que Manuel la sujetara por la muñeca.

—¿Esto es una indirecta?

Y aunque era una pregunta, no esperaba una respuesta de ella.

—¿Por qué lo sería? —inquirió la chica.

—Porque me has acariciado de una forma que no esperaba, menos después de lo que ha pasado en mi habitación... Hablando de eso, no me respondiste antes.

Valeria mordió su labio inferior y desvió la mirada.

—¿Y tengo que hacerlo ahora?

Manuel tiró un poco del brazo de ella y la atrajo hacia él. Valeria le miró de nuevo a los ojos.

—Deberías. —Con la otra mano acarició el brazo de su prima de arriba abajo con lentitud. No apartó su mirada de ella en ningún momento—. Pero sé que no eres capaz de hacerlo. Te conozco, Valeria, y sé que si me dices que sí te arrepentirás.

Sí, la conocía, eso lo sabía bastante bien. Llevaba mucho tiempo dudando porque el beso le había provocado cosas que hacía tiempo que no sentía, pero también estaba mal. ¿Qué pasaría si se dejaban llevar demasiado? ¿Y si en algún momento se enteraba el resto de la familia?

—Tienes razón, no soy capaz de decirte que volvamos a lo de antes.

Y tras lo dicho, Valeria se lanzó a los labios de su primo para volver a saborearlos. Él soltó la muñeca de la chica y la sujetó por la parte baja de su espalda para acercarla un poco más a él. Ella pasó sus manos por la nuca masculina y se aferró a su cabello. Su aliento se mezcló con el de Manuel cuando introdujo su lengua en la boca de ella y supo en ese instante que su atracción por él era demasiado fuerte. No podía alejarse de él, ni quería.

Sucumbir a lo prohibidoDove le storie prendono vita. Scoprilo ora