Capítulo 19

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El domingo por la mañana, antes de irse, León fue a casa de Manuel para hablar con él. Estaba seguro, casi al cien por cien, de que ella no le había mostrado las inquietudes que tenía a su primo. Él no iba a ser quien lo hiciera, de todas formas, pero sí intentaría darle un empujón para que por lo menos se preocupara. Por suerte para él, le abrió la puerta la persona a la que buscaba.

—Tengo que hablar contigo hoy mismo... Ahora mismo, porque esta tarde me iré, no volverás a verme el pelo en una temporada y necesito ser claro contigo.

Manuel invitó a León a que pasara y le guio hacia su estudio, donde podrían hablar con tranquilidad. Sabía que si estaba allí era por Valeria, aunque no porque ella le hubiera mandado. Desde que se fue el día anterior de su casa no le volvió a hablar ni a responder los mensajes por mucho que había insistido.

—Si te manda Valeria... —empezó a decir una vez que estuvieron a solas.

—No —le interrumpió León—, he venido por mi propio pie. Ella está cabreada contigo y con razón, ni siquiera pueda nombrarte sin que frunza el ceño.

León se sentó en un sillón y Manuel hizo lo mismo en el sofá.

—Bueno, tú dirás entonces.

El amigo de Valeria apoyó los codos sobre los reposabrazos y unió las puntas de sus dedos formando un triángulo con sus manos. Miró directamente a Manuel.

—Sé que no te caigo bien, ayer pude comprobarlo cuando nos conocimos, pero déjame decirte que no he venido a quitarte a Valeria. Hemos podido tener algo durante todos estos años que nos conocemos, pero no ha sido así. —Hizo una pausa y recorrió con la mirada el lugar, pensando en el buen gusto de Manuel para decorar aquel lugar. Después volvió a centrarse en Manuel—. Si estoy aquí es porque soy su amigo y quiso contarme lo vuestro, pero tío, deberías preocuparte un poco más por ella. No está bien.

Manuel se inclinó hacia delante.

—¿Qué le pasa?

—Eso no me corresponde a mí decirlo así que... —No continuó la frase a conciencia porque sabía que él captaría lo que quería decir con eso. Manuel no aparentaba ser tonto, ni lo era—. Yo solo he querido decirte eso y que no tienes nada que temer conmigo, al menos de momento. Pero si le haces daño... Te juro por lo más sagrado que te arrepentirás.

Apoyó los brazos en los reposabrazos e hizo ademán de levantarse, pero Manuel lo detuvo levantándose y acercándose a él.

—¿Cómo crees que podría hacerle daño? ¡Es mi prima!

—Por eso mismo, Manuel —dejó caer sin decir nada concreto. Se incorporó y le dio varias palmadas en el hombro—. Ahora, si me disculpas, tengo que volver antes de que Valeria se pregunte por qué tardo tanto en volver.

Se fue de allí dejando al hombre pensativo.


···


Esa misma tarde tuvo la tentación de enviarle un mensaje a su prima, pero sabiendo que iba a ser ignorado prefirió hacerle la propuesta en persona. De esa forma, además, se interesaría por ella y podría ver que era una preocupación real. Tenía que pedirle disculpas también. Con todas esas intenciones sacó la basura y se acercó a casa de Valeria. Él había cenado ya y esperaba que ella también lo hubiera hecho.

Intentó ocultar su decepción al ver que era su tío quien abría la puerta.

—¿Está Valeria en casa?

Paco sonrió al verle.

—Sí, claro, pasa —le invitó.

—No, no hace falta. De hecho habíamos quedado en dar una vuelta después de cenar, ¿podrías avisarla de que ya estoy aquí? La esperaré aquí fuera.

Corría el riesgo de que le dijera a su padre que eso no era cierto, pero lo asumía. Durante unos minutos caminó de un lado a otro y, por cada segundo que pasaba, más se aceleraba su corazón. De no ser por los nervios que sentía habría jurado que le estaba pasando algo grave.

—Hola.

Manuel se detuvo e inspiró hondo antes de girarse. No podría ocultar lo que sentía, pero al menos intentaría disimularlo. Giró sobre sus pasos y se acercó a ella.

—¿Vienes entonces? —preguntó él, intuyendo que Paco le habría dicho lo del paseo.

La chica cerró la puerta a su espalda y bajó el pequeño escalón.

—Vamos —confirmó.

Caminaron en dirección al parque donde ambos se encontraron aquella vez, antes de su primer beso. Valeria caminó a su lado y unió las manos a su espalda. Él la miró de vez en cuando sopesando cómo empezar. ¿Cómo debería iniciar la conversación? Suspiró y la chica le miró.

—Val, sé que he sido un idiota, pero, por favor, dime algo. Aunque sea un insulto.

—Sí, eres un idiota, ¿cómo pudiste creer que León...? —Se llevó las manos a la frente para tocarla, controlando un poco la ira que crecía en su interior—. Si se hubiera dado algo entre nosotros probablemente no estaríamos hablando ahora, créeme.

Llegaron al parque y, como no había nadie, se sentaron en el mismo banco de la otra vez. Manuel giró su cuerpo hacia ella y la tomó de las manos.

—Somos primos, familia y casi podríamos llevar la misma sangre... —empezó a decir sin apartar sus ojos de las manos de su prima—. Sé que esto no está siendo fácil para ti, igual que tampoco lo es para mí aunque no lo parezca, pero lo que siento por ti es una realidad. Y me da miedo que te alejes de mí... —Subió su mirada hacia la de ella—. No quiero que esto sea algo pasajero para ti.

Valeria, que le había escuchado con atención, no supo que decir a todo aquello. Él, como vio que se quedó callada, siguió hablando:

—Si te pasa algo quiero que me lo cuentes. Antes que cualquier otra cosa, eres mi prima y me preocupo por ti.

Y aquello fue lo que provocó que ella se lanzara a los brazos de su primo para abrazarlo. Una de las razones fue que no quería que la viera llorar, aunque él notó los pequeños temblores de su cuerpo.

—No te obligaré a que me lo cuentes ahora, pero cuando lo necesites quiero que sepas que me tendrás ahí para lo que sea. Estoy a muerte contigo. —Manuel acarició su pelo mientras hablaba en un intento por reconfortarla—. También lo siento mucho, no debí actuar como un celoso de mierda, pero ya sabes... No quiero volver a repetirlo.

Valeria se separó un poco del abrazo para contemplar sus ojos, pero no era capaz de mantenerlos ahí porque preferían bajar hasta su boca. Estaban tan cerca... Acercó su rostro más al de Manuel, pero solo dijo algo en voz baja.

—Si estuviéramos en otro lugar te habría asegurado que estás perdonado sin decir una sola palabra.

Él sujetó la barbilla de la chica con una intención clara, aunque se arrepintió al momento. No podía besarla allí, a la vista de cualquiera.

—Lo sé y ojalá estuviésemos en otro lugar ahora mismo... —Y le dio un beso en la mejilla que duró unos cuantos segundos.

Valeria cerró los ojos ante el contacto de los labios de su primo con su propia piel. Todo su cuerpo ardía y el corazón no le daba tregua ni siquiera estando enfadada con él. Cuando Manuel estuvo de nuevo frente a ella, a la misma escasa distancia que antes, agregó:

—Me debes un tango.



Sucumbir a lo prohibidoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora