Capítulo 18

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Tras saludar a su tío, ya que Fuensanta estaba haciendo unos recados y no estaba en casa, fue directa a ver a Manuel. La puerta estaba encajada y en el interior se escuchaba una música envolvente y sensual. Poco a poco abrió y entró en el estudio, cerrando tras ella. Él la esperaba de espaldas, con una camisa blanca que marcaba sus músculos y las manos en los bolsillos. Su pelo negro estaba revuelto, como la mayoría de las veces, y los pequeños rizos se formaban en las puntas, situadas cerca de los hombros. Deseó en ese instante enredar sus dedos entre algunos mechones y entreabrió los labios. Pasó la lengua por sus labios, sedienta.

Manuel, que sabía a la perfección que su prima estaba allí, se giró para contemplarla y la encontró tal y como quería. Hambrienta. Anhelante. Ansiosa.

—¿Eres consciente de cuánto te deseo? —preguntó él, como si nada, mientras el tango seguía sonando de fondo.

Ella no supo qué responder y se limitó a mantenerle la mirada. Su primo se acercó más hasta que estuvieron apenas a escasos centímetros.

—Por ahora tendré que conformarme con hacerte el amor de otra manera... —añadió, posando sus manos sobre la cintura de Valeria.

La chica tragó saliva con cierta dificultad. Un hormigueo había empezado a manifestarse en su zona íntima y apenas la había tocado.

—¿Cómo? —se atrevió a preguntar.

—Recuerdo que hace tiempo me dijiste que habías dado algunas clases de tango... —Subió su brazo izquierdo a la espera de que ella tomara su mano. Cuando lo hizo, la acercó un poco más a él e hizo que abriera un poco las piernas con la suya—. Y el tango me parece una buena forma para hacerlo, ¿no te parece?

Su voz sonaba suave, aunque desprendía sensualidad. Valeria no dejó de mirarle en ningún momento, maravillada y casi hipnotizada. Olvidó por completo que su mejor amigo la esperaba fuera y se entregó a la pasión en forma de baile. Mantuvieron la postura mientras terminaba la canción y empezaba la siguiente.

—¿Me has dicho que venga solo para que bailemos un tango? —preguntó ella cuando logró recomponerse un poco.

Manuel la contempló y todos sus malos pensamientos se disiparon. Los ojos de su prima solo le miraban a él y expresaban todo lo que él necesitaba saber.

—Te he dicho que vengas porque quería verte. —Sonrió—. Ya que no podemos dejarnos llevar tanto como quisiéramos en mi casa, he preferido hacerlo de una forma más inocente, pero picante. Nadie tendría que decirnos nada por bailar un tango.

Su razonamiento era lógico y por eso Valeria no encontró replica. Es más, deseaba que hicieran el amor de aquella manera tan apasionada, aunque no se quitaran la ropa. Y así, al ritmo de la instrumental de Fumando espero, ambos empezaron a mover los pies sin desviar sus miradas hacia ninguna otra parte. Avanzaron por el pequeño espacio sin tropezar con ningún mueble porque era él quien guiaba los movimientos. Pronto sus respiraciones se convirtieron en jadeos debido al esfuerzo.

—No tienes que recurrir a ningún otro teniéndome a mí.

Manuel se dejó llevar tanto por la situación que se le escapó ese pensamiento a través de los labios. Valeria se detuvo y provocó que él hiciera lo mismo.

—¿A qué te refieres? —inquirió con el ceño fruncido.

Sabía que se refería a León, pero quería darle el beneficio de la duda.

—¿Quién es entonces el hombre que vi ayer llamar a tu casa?

No fue un reproche, o al menos no era esa la intención de Manuel. Solo quería saber, aunque intuyó por el fuego de la mirada de su prima que la había fastidiado.

—Es mi mejor amigo de la universidad. Si hubiera querido que pasara algo con él lo habría hecho hace mucho tiempo, pero ninguno de los dos lo hemos querido. Nunca —aclaró—. Por cierto, está fuera esperándome así que debería irme ya.

Giró sobre sus talones y emprendió la marcha hasta la puerta. La abrió y salió, yendo su primo detrás.

—¡Valeria! Valería, lo siento —intentó disculparse, pero no consiguió que Valeria se girara siquiera.

Llegaron a la entrada de la casa y ambos salieron. León estaba al otro lado de la calle esperándola. Se sorprendió al ver que Manuel la había acompañado.

—¿No vas a presentarme a tu amigo? —preguntó su primo con algo de sorna.

León esbozó una pequeña sonrisa al ver que algo no había ido bien en su encuentro. Y supo que había sido por él.

—No hace falta, ya lo hago yo —respondió en lugar de Valeria, guiñándole un ojo a la chica antes de acercarse a Manuel. Extendió la mano y luego añadió—: Soy León, mucho gusto. El mejor amigo de Valeria desde la universidad.

—Yo soy Manuel, su primo.

«Y su amante», quiso añadir. No lo hizo porque estaba cerca de su casa, con la puerta abierta y con la posibilidad de que alguno de los vecinos se enterara. No quería que hubiera rumores en el pueblo porque sabía la repercusión que tenía en la reputación de la gente. Abundaban las personas mayores y, por lo general, no solían ver con buenos ojos lo que ellos estaban haciendo. Aunque solo se hubieran dado unos cuantos besos.

Sucumbir a lo prohibidoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora