Capítulo 10

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Los días siguientes se abstuvo de visitar a su primo. Le costaba, pero era necesario si quería poner los pies en la tierra. Recibió algunos mensajes de su parte, preocupado, pero no respondió a ninguno. Tenía miedo de sus propios sentimientos, esos que habían empezado a nacer dentro de ella durante su permanencia en casa de sus tíos. Le hacía falta alejarse de Manuel para olvidarse de esa tontería que no llevaba a ninguna parte. Había crecido con la convicción de que el amor entre primos estaba mal, así como entre otros miembros de la familia, y no entendía por qué había deseado que Manuel se atreviera a dar un paso más con ella. Quizá no tendría que haber aceptado la hospitalidad de sus tíos. Tal vez, si se hubiera negado, las cosas serían diferentes. Pero no. No había forma de volver atrás y, aunque pudiera cambiar las cosas, ¿quién le aseguraba que su corazón no tomaría ese rumbo de igual forma? Tenía tantos sentimientos enfrentados...

Culpa por lo que sentía.

Remordimiento por algo que no había pasado.

Deseo hacia un imposible.

Atracción por lo prohibido.

—Estúpida... ¡Estúpida! —se recriminó.

Salió de su habitación y bajó las escaleras en busca de su padre. Estaba sentado en el sofá.

—Papá, voy a salir a dar un paseo.

—Vale. Ten cuidado.

La chica le dio un beso en la mejilla a su padre como despedida y se fue. Al salir de su casa miró a ambos lados de la calle sin saber qué camino tomar. Al final decidió ir hacia la derecha para evitar cruzarse con su primo. Inspiró hondo y caminó sin prisa ni pausa hasta un parque cercano. Cuando llegó, se sentó en un banco para ver a los que paseaban por allí o llevaban a sus hijos a jugar. Recordó algunos momentos del pasado en los que pasaba las horas con Manuel en ese mismo lugar, cuando ambos eran más pequeños. En esa época ni siquiera habría imaginado que se fijaría en su primo más allá de lo familiar. Sacudió la cabeza antes de inclinarse hacia delante. Posó los codos sobre sus piernas y la cabeza sobre sus manos. Cerró los ojos un instante, pero su mente no dejaba de torturarla.

—¿Qué haces aquí?

Y por si fuera poco, creía oír su voz en ese instante...

—¿Valeria?

Notó que alguien apoyaba su mano sobre su hombro. Abrió los ojos, levantó la cabeza y la giró, encontrándose a Manuel a su espalda. Su corazón latió deprisa y quiso huir, pero sus piernas no reaccionaron.

—¿Por qué has estado huyendo de mí? —Manuel quitó la mano del hombro de la chica y rodeó el banco para sentarse a su lado, en concreto a su derecha—. ¿He hecho algo malo?

—No —respondió ella sin mirarle a la cara.

Él colocó su mano sobre la barbilla de Valeria.

—¿Entonces? —insistió y, tras unos segundos esperando a que volteara su rostro, añadió—: Mírame, por favor...

Valeria poco a poco giró la cabeza hacia su primo y cuando sus miradas se encontraron, él retiró la mano.

—No estoy bien, ¿vale? —admitió—. Llevo unos días así y creía que era por haberme encerrado en casa, pero reconozco que ahora no me siento mejor...

«Mucho menos si estás tú», le hubiese gustado añadir.

Manuel no se sentía mucho mejor. Desde que ella se había marchado de su casa, el corazón le había dejado de latir. No saber de ella en todos esos días tampoco lo había mejorado y, cuando decidió hacer algo más, no la encontró en su casa. Por una parte lo prefirió, pero había tenido que buscarla por gran parte del pueblo antes de hallarla en el parque. Se sintió estúpido por no haberlo pensado antes, aunque la tristeza ganaba a su estupidez al verla tan mal.

Sucumbir a lo prohibidoWhere stories live. Discover now