39. Hueles a mar

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Empujo con la poca fuerza que me queda por todo el esfuerzo anterior antes de darme por vencida.

- Nat, que no cabe, joder.

- Que sí que cabe, Albi. Anda, déjame. – La morena empieza a sacar todas las maletas del maletero por quinta vez para intentar distribuirlas de otra manera. No va a caber y todo porque África ha decidido saltarse la norma de "solo una maleta por persona".

- ¡Carlos! ¿Estás seguro de que en tu coche no cabe ninguna maleta más? – El chico, apoyado en su coche unos metros más adelante, niega con la cabeza. Resoplo masajeándome el puente de la nariz. No va a caber.

Saco de mi riñonera el paquete de tabaco de Natalia para encenderme un cigarro. La morena, al escuchar el sonido del mechero, se gira a mirarme y me sonríe. Me encojo de hombros dando una larga calada.

- Te estresas muy rápido, baby. Mira, si ponemos esto aquí... - Unos movimientos más tarde, todas las maletas parecen encajar a la perfección. Cierra el maletero con un golpe seco y me mira con aires de superioridad. Me quita el cigarro de los labios y le da una calada antes de apagarlo con la punta de sus deportivas. – Eres una agonías. – Dice pasando por mi lado y dando una palmada en mi culo. Abro la boca siguiéndola el juego.

- Qué gratuito... - Digo sacando la lengua y metiéndome en el asiento del conductor.

Compruebo que todos los espejos están en su posición y todos estamos sentados con los cinturones puestos antes de arrancar. Natalia conecta su móvil a la radio del coche mientras yo sigo al coche de Carlos justo delante de mí. Una canción que no conozco empieza a sonar y oigo a África tararearla en la parte de atrás del coche.

- Me avisas cuando estés cansada y cambiamos, ¿vale? – Asiento un par de veces y la morena se ríe.

- ¿Qué pasa?

- Que cuando te concentras mucho sacas la lengua. Eres un bebé. – Rápidamente escondo la lengua en mi boca reprimiendo una sonrisa. Es una manía que tengo desde pequeña y me da una vergüenza tremenda.

La pamplonica vuelve a reírse y se estira en su asiento para meter su cara en mi cuello. Me retuerzo en mi asiento soltando un gritito que provoca otra risa de su parte.

- Ay, Nat, que me da cosa...

- Reche, los ojos en la carretera. Ya tendréis tiempo de besitos. - Miro a María que está sentada en el asiento central por el retrovisor y la saco el dedo corazón como respuesta.

Unos minutos más tarde, cuando salimos a autopista, me relajo. Natalia está mirando por la ventana. El poco aire que entra por la rendija de la ventanilla revuelve su negra melena. No puede ser más guapa. Dejo caer mi mano en su muslo antes de sentir su mano sobre la mía y devolver la mirada a la carretera. Nos queda un largo camino por delante y no me refiero solo al viaje.







Miro al horizonte trazando con los dedos patrones aleatorios en la arena. Los atardeceres siempre me han parecido una de las cosas más bonitas del mundo. Pero en la playa más aún. Inspiro y el olor a sal se introduce en mis fosas nasales. Ya queda muy poco para que el sol se esconda justo en la línea que conecta el cielo con el mar. Miki, Joan, Sabela, Julia y yo estamos sentados a unos metros de la orilla observando el momento como si de una película se tratase. Los demás han decidido quedarse en casa colocando la compra y me entristece que se estén perdiendo esta obra de arte. Un escalofrío, provocado por una ligera brisa, recorre mi espalda y Sabela pasa su brazo por mi hombro brindándome un poquito de calor.

- Es precioso. – Dice Julia hundiendo sus pies en la arena.

- Sí... - Susurra Miki para él. – Deberíamos volver.

Secretos InconfesablesWhere stories live. Discover now