8. Una caja de sorpresas

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La tarde no ha podido estar más cargada de trabajo. No paro casi en ningún momento y para colmo me he dejado el paquete de tabaco en casa que, aunque no esté de fiesta con el estrés que tengo, no me vendría mal echarme uno. Es normal al ser viernes que la terraza esté a reventar.

- ¡Alba, la mesa 5!

Levanto el pulgar a mi hermana que está en la barra igual de liada que yo indicando que la he oído. Atiendo la mesa lo más rápido que puedo y vuelvo a la barra mientras resoplo cansada. Todo sea por el dinero a final de mes... Estoy esperando a que Marina me sirva lo que han pedido los de la mesa 5 cuando alguien me agarra por la cintura.

- ¡Bú! – Dicen en mi oído. Me doy tal susto que pego un respingo y agradezco no haber tenido la bandeja en la mano porque sé que lo hubiera tirado todo al suelo.

- Joder, María. ¡Qué puto susto! – La regaño golpeándola en el hombro mientras esta ríe.

- Estamos en la terraza, ¿vale? Ven cuando quieras que sabemos que tienes lío. – Se marcha después de darme un beso en la mejilla.

No es hasta un cuarto de hora después cuando me acerco a su mesa. Marta, África, María y Natalia me sonríen y yo saco mi pequeña libreta del bolsillo trasero de mi pantalón.

- Pero qué camarera más guapa nos ha tocado, por favor – Yo me río ante el comentario de mi compañera de piso. Esta chica siempre me sube ánimo todo el rato, de verdad. Natalia queda justo enfrente de mí y me mira mientras da caladas a su cigarro. No recuerdo que fumara en la fiesta. O puede que fuera bastante borracha como para recordarlo, aunque una buena parte de mí sabe que, si Natalia hubiera fumado aquella noche, lo recordaría.

- A ver si acabo el turno ya, que estoy agotada – Suspiro y todas me animan – Bueno, ¿cerveza, chicas? – Apunto directamente una Coca-Cola para Natalia en la libreta porque recuerdo que ella no bebe alcohol, aunque aún sigo sin creérmelo. ¿No lo habrá probado nunca o simplemente no le gusta?

- Para Natalia Coca-Cola, por fa – Marta aclara dándome la razón sin ella saberlo y yo vuelvo a sonreír – y si la mía puede ser con limón...

- Claro, ahora mismo vuelvo – Me doy la vuelta para entrar al bar a por sus bebidas, pero a mitad de camino me doy la vuelta – Oye, Natalia – A pesar de solo haber nombrado su nombre, todas me miran - ¿Me das una calada? Es que me he olvidado el paquete de tabaco en casa y me va a explotar un ojo del estrés.

- Deberías dejar de fumar

- Cuando tú dejes de beber, Mari. - Todas se ríen menos Natalia.

Ella, en cambio, me mira, me mira y me vuelve a mirar con esos ojos que no sabes exactamente lo que te están trasmitiendo mientras el humo del cigarro sale lentamente de sus labios. En momentos como este me encantaría saber qué está pasando por su mente. A veces tengo la sensación de que calcula todas y cada una de las sílabas que van a salir de su boca. Es fascinante a la par que intrigante. Después de unos segundos, alza su mano con el cigarro entre sus dedos.

- Todo tuyo – Un pequeño "gracias" se escapa de mis labios y no estoy muy segura de si alguien lo ha escuchado. Le devuelvo el cigarro después de una corta calada que me sabe a gloria y ahora sí que me vuelvo a mi trabajo.

El volumen de trabajo empieza a descender un par de horas después. Supongo que porque los jóvenes se irán de fiesta y los no tan jóvenes a sus casas. Para las 11 de la noche a penas quedan un par de mesas en la terraza, de las cuales una de ellas son mis amigas. Dentro del local ya no hay nadie, así que Marina me ofrece salir un rato a la terraza para charlar con ellas. Yo lo acepto encantada, por supuesto. Me sirvo una cerveza del surtidor y me la saco a la terraza. Cuando me siento en la silla, las piernas me duelen más que muchos días de gimnasio. África me da ligeras caricias en la espalda en señal de apoyo.

Secretos InconfesablesWhere stories live. Discover now