46. Solo tenías que confiar en nosotras

1.3K 122 2
                                    

Recojo mi pelo en una pequeña coleta ya que los cortos mechones que tengo no me dan para mucho más. Me miro al espejo con el bikini rojo que llevo puesto.

- Entonces, ¿ya está? – María, ya vestida con ropa de playa y comiendo gusanitos en la cama espera a que termine de prepararme.

- Claro que ya está. ¿Qué quieres? ¿Que contrate a una orquesta para ir pregonando que hemos cortado? - Extiendo un poco de crema solar por mis hombros a pesar de que no me gusta nada echarme crema. Escucho reírse a la rubia. - ¿De qué te ríes?

- Nada, nada. – Dice levantando las manos como si le estuvieran apuntando con una pistola.

- Mari, dilo. – Se mete un puñado de gusanitos en la boca. – Y ya te he dicho que no comas en nuestra cama.

- Punto número uno. – Dice aún con la boca llena. – No es tu cama, es mi cama. Cama que te estoy dejando utilizar, porque no quieres compartir habitación con cierta persona. – Ruedo los ojos. - Y punto número dos. Me río porque os conozco.

- ¿Y eso qué quiere decir?

- Pues que no vais a durar separadas más de... - Se mira la muñeca como si tuviera un reloj, que no tiene, y vuelvo a rodar los ojos. – 2 días.

- María. - Me giro molesta. - Esta vez va en serio.

Y lo digo de verdad. No sé si durará para siempre o volveremos a estar juntas en un tiempo, pero de momento la última opción no entra en mis planes. Necesito pensar, aclararme y no quiero tener a la morena esperando como un alma en pena a que yo tome una decisión. Lo mejor ha sido dejarlo y tomarme el tiempo que necesito para pensar en lo que quiero.

- Yo no digo nada, amiga. Vosotras sabréis. Pero Natalia va a ir a por ti a muerte, ya te lo dijo. – Resoplo cansada tanto por las palabras de María como por la situación que sé que está por venir.









Almería. 12 de la mañana. Casi 40 grados y un grupito de veinteañeros caminando por la arena cargados hasta los dientes de cosas, en su mayoría innecesarias, en busca de un lugar en el que asentarse.

- Chavales, chavales. Yo no puedo más. – Julia, exhausta, tira todas las bolsas que llevaba en medio de la playa. En parte se lo agradezco, porque yo tampoco podía con mi alma.

Todos, cansados del paseo, la hacemos caso sin rechistar colocando todas las cosas lo más rápidamente posible para irnos al agua cuanto antes.

Recibo el frescor del agua con agrado. No sabía que me hacía tanta falta hasta que he estado completamente sumergida. Algunos de mis amigos nadan. Otros simplemente flotan. Y otro se pasan la pelota en una especie de juego en el que la pelota no puede tocar el agua. Decido unirme al juego ya que me parece divertido. Aunque me falta algo. Al principio, no sé qué puede ser y me rebano los sesos intentando buscar cual es esa pieza que no encaja hasta que me doy cuenta. Aún en las toallas, sentada, está Natalia hablando con María. No sé si me preocupa más que la morena ahora se separe cada vez más del grupo o lo que sea que puedan estar hablando.

- Ya nos hemos enterado. – Salta Miki. Tardo en procesar que esa frase va para mí hasta que noto todas las miradas puestas en mi persona. Me encojo de hombros.

- Las noticias vuelan, ¿eh?

- Somos un grupo de cotillas. – Aporta Carlos, a lo que todos nos reímos. – Aunque en nuestra defensa tengo que decir que discutisteis demasiado alto.

- Hacíais muy buena pareja, no os voy a mentir, pero a veces hay que dar un paso hacia atrás para poder seguir avanzando. – Joan, que conoce nuestra historia más que cualquiera de los chicos presentes, me tranquiliza. – Yo os voy a seguir tratando a las dos igual. – Los demás le dan la razón sin pensarlo y yo vuelvo a mirar a Natalia y María que siguen en la misma posición.

Secretos InconfesablesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora