32. ¡Eres una puta egoísta de mierda!

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Natalia, nerviosa, se enciende un cigarro mientras pasea de un lado a otro por la calle. Intento buscar las palabras perfectas para no cagarla más todavía. La puerta se cierra detrás de mí haciendo que Natalia clave sus ojos en los míos con toda la rabia que existe en el mundo.

- ¡Hombre, amiga! – Dice claramente molesta. Cierro los ojos y cojo aire. Allá vamos...

- Nat, sabes que no quería decir eso.

- Pero lo has dicho. – Escupe mientras le da otra calada a su cigarro.

- Lo siento. - Se pasa las manos por el pelo estresada – Sabes que no quería decir eso.

- No, yo no sé nada. Solo sé lo que has dicho ahí dentro.

- Estás siendo una cabezota...

- ¿Que yo estoy siendo cabezota? Tócate los cojones... Pues nada, cuando tu querido amigo te llame para que le enseñes Madrid, quedamos los tres a tomar unas cervezas. - Me cruzo de brazos mientras sigue despotricando de un lado a otro con una sonrisa de incrédula en el rostro. - Si me das un candelabro y un par de velas tendríamos la cita perfecta. O mira, si llueve, también me puedes dar un paraguas y lo sujeto mientras os coméis la boca en tu portal al despediros ¿Te parece?

- ¿No me digas que estás celosa?

- ¿Yo? Para nada. Mira, te puedo dejar hasta mi casa para que folléis si quieres. Así no tienes que cambiar las sábanas. – Cierro los ojos encajando el dolor que hacen sus palabras en mi pecho. - "Que guapa estas con ese vestido", "Oh, tú tampoco estás nada mal" - Nos imita poniendo voces ridícula.

- ¿Y qué querías que le dijera? ¡Esta es Natalia, la chica con la que a veces discuto y otras follo! - Salto cansada de su actitud. Me arrepiento en el mismo momento en el que acabo la frase. Sus ojos me atraviesan y desvío mi mirada hacia otro lado sin poder aguantar su mirada.

- ¿Eso es lo que soy para ti? - Abro la boca para contestar pero no me deja. - Pues no te preocupes, porque se acabó. - Se da la vuelta caminando hacia el coche. La sigo.

- ¿Dónde vas, Nat?

- Ni Nat, ni hostias. Yo me piro de aquí.

Intento seguir sus pasos, pero entre que ella tiene unas piernas larguísimas y estas plataformas pesan un quintal, se me hace imposible. Cuando llego hasta ella, ya está metida dentro del coche. Lo arranca y yo la miro desde la ventanilla del conductor. Sus nudillos están blancos de tanto apretar el volante. Por un momento pienso que me va a dejar tirada aquí, pero algo dentro de mí sabe que Natalia no sería capaz de eso. O puede que sí. No sé cómo hemos llegado a esta situación.

Golpeo la ventanilla hasta que Natalia la baja con la mirada puesta al frente.

- ¡Sube! - Me ordena.

- No pienso subirme al coche hasta que hablemos.

- Alba, sube al coche. - Esta vez sí que me mira y preferiría que no lo hubiera hecho. Su mirada es puro fuego. Tiene tanta ira que me da miedo.

Me apoyo en la valla de madera que está justo en frente con los brazos cruzados esperando a que baje del coche para hablar y rezando internamente para que no se vaya sin mí. Coge aire un par de veces intentando tranquilizarse sin mucho éxito porque cuando vuelve a poner sus ojos sobre los míos vuelvo a ver su enorme enfado en ellos.

Las luces de las farolas que iluminan la calles comienzan a parpadear del mismo modo que las del restaurante. Apaga el coche y pego un respingo cuando cierra la puerta con una fuerza brutal. A pesar de eso, suelto una bocanada de aire aliviada.

Secretos InconfesablesWhere stories live. Discover now