51. Yo la maté

1.3K 123 4
                                    

Ninguna de las dos ha dicho nada desde que Natalia cruzó la puerta de la habitación con el desayuno puesto en una bandeja. Ni siquiera nos miramos. La morena está apoyada en el cabecero de la cama mientras mueve su café. Tan solo se escucha el sonido repetitivo que hace la cucharilla al golpear la taza. Yo, enfrente de ella con las piernas cruzadas en forma de indio, me como una de las tostadas con mantequilla y mermelada que ha traído.

No quiero presionarla, así que decido dejarla todo el tiempo que necesite. Se la nota nerviosa. Está claro que no encuentra las palabras exactas con las que abordar la conversación.

- No sé por dónde empezar... - Me acerco a ella y reparto caricias en su rodilla.

- No tienes por qué contarme nada ahora si no quieres, Nat.

- Te prometo que quiero contártelo, solo que no sé por dónde empezar, de verdad.

- Empieza por el principio. – Digo regalándola una sonrisa tranquilizadora.

La morena se rasca la nuca y titubea un par de veces antes de comenzar. Me mira con miedo mientras juega con sus dedos.

- Yo... tuve una infancia feliz. Mis padres siempre nos han querido muchísimo a mis hermanos y a mí. Siempre nos han dado todo lo que podían. Incluso cuando salí del armario no dudaron ni un segundo en apoyarme. – Cuenta con una sonrisa nostálgica y por inercia sonrío yo también. – Tenía 10 años cuando... cuando pasó por primera vez.

- ¿Lo de tus poderes?

- Yo no los llamo poderes, lo llamo habilidades, pero sí. Estaba durmiendo y tuve una pesadilla. Cuando me desperté algunos libros de la estantería estaban en el suelo. Me acuerdo que fui corriendo a la cama de mis padres porque pensaba que era un terremoto o algo así. Yo no sabía que podía hacer esas cosas. Creo que nunca lo supe con certeza hasta que pasó lo de Alicia. – Sus ojos llenos de tristeza miran a sus manos. – Aparte de eso, no volvieron a aparecer en muchas ocasiones. Llegué a pensar que tenía un monstruo en mi habitación que tiraba las cosas al suelo cuando yo dormía. Así que me daba miedo dormir en casa de alguien por si el monstruo venía conmigo. – Hace una pequeña pausa y aprovecho para preguntar.

- Por eso cuando nos besamos por primera vez y te pedí que te quedaras a dormir... - Me corta sin dejarme terminar.

- Sí. O sea, ahora ya he aprendido a controlarlo más o menos. Pero tú me ponías tan nerviosa que iba a ser imposible y no quería despertarte con cosas volando por tu habitación.

- Joder, lo siento tanto... Yo no sabía...

- Lo sé. No te preocupes.

Recuerdo aquella noche como si fuese ayer.

- ¿Te quedas a dormir? – La pregunta sale de mis labios sin yo quererlo y Natalia se levanta como si la hubieran metido un tiro. El pánico cruza su cara y yo me incorporo.

- No, no. – La miro sin entender de nuevo otra de sus raras reacciones. Bajo la vista a mis manos y juego con mis dedos. Seguramente ella se pensaba que íbamos a follar y ya está. Y realmente es lo que íbamos a hacer. Solo que pensaba que estábamos conectando y en el fondo me duele un poco haberme hecho ilusiones. Ella no tiene la culpa. Se pone de cuclillas enfrente de mí y me coge la barbilla para conectar sus ojos con los míos. – Alba – Con un leve movimiento de cabeza quito su mano de mi barbilla y miro hacia otro lado. – Alba, mírame - Ella, que no se rinde fácilmente, vuelve a intentarlo y tiene unos ojos tan bonitos que lo consigue. – No es por lo que piensas, créeme... Es que no puedo – Asiento y me pongo en pie.

- ¿Me das mi camiseta, por favor? – Natalia me mira con las manos en las caderas. Niega un par de veces con la cabeza mientras cierra los ojos para después deshacerse de mi camiseta. Yo hago lo mismo con la suya. Ambas nos vestimos con nuestras propias prendas y la morena me mira intentando analizarme. – Ya sabes dónde está la puerta. – Oigo a Natalia resoplar detrás de mí cuando me apoyo en la mesa de mi escritorio y comienzo a mirar mis uñas.

Secretos InconfesablesWhere stories live. Discover now