54. Eres un bocazas

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Diciembre.

Reviso con cautela el trabajo escrito que llevo haciendo sin descanso durante días. Sé que podría hacerlo mejor, pero la cabeza me va a estallar. Cuando lo envío, cierro el portátil exhausta. Un trabajo más de la universidad y me pego un tiro.

Últimamente me está costando más tiempo concentrarme. Poco a poco se van acercando los exámenes y las horas de sueño que me faltan van haciendo cada vez más estragos en mí.

Son las 21:30 cuando entro en la ducha. Me encantaría darme una ducha larga y placentera, pero si quiero socializar un poco esta semana no podré demorarme mucho. Así que antes de que el reloj marque las 21:35 ya estoy saliendo de ella. Me coloco una sudadera rosa y los primeros vaqueros que veo en el armario. No tengo ni tiempo ni ganas de elegir un outfit decente. Voy a coger el secador de pelo cuando recuerdo que con mi nuevo corte no me hace falta. Es la ventaja de tener el pelo tan corto. Ni siquiera pierdo el tiempo en maquillarme. Así que cerca de las 22 me voy de casa. No quiero pasar ni un minuto más encerrada en estas paredes. Necesito aire fresco en mis pulmones.

Hoy es viernes y siempre solemos ir a tomar algo aprovechando que al día siguiente no madrugamos. Las últimas dos semanas me las he pasado encerrada de en casa haciendo tareas de la universidad. Todos estamos tan ocupados que no tenemos mucho tiempo para socializar. Así que aprovechamos los fines de semana para vernos. Me apetece despejar la cabeza. Rezo internamente para que el Ibuprofeno me haga efecto porque este dolor de cabeza me está matando. En cuanto salgo del portal, el frío me golpea. Por eso, subo la cremallera de mi abrigo y me pongo la bufanda.

Amo Madrid con todo mi corazón, de verdad. Esta ciudad me ha regalado tantas cosas bonitas que sería imposible no hacerlo, pero su temperatura me trae por el camino de la amargura. En verano, la capital es el puto infierno y en invierno es como estar en el Polo Norte.

Corro hacia el coche y pongo la calefacción. A pesar de que mis amigos no están en un bar muy lejos de mi apartamento, con este frío es imposible ir andando. Así que conduzco un par de minutos hasta llegar a mi destino.

- Ya pensábamos que no vendrías. – Dice Joan sonriente.

Marta, María, Miki y Joan están sentados en una mesa. Aunque solo son cuatro, hay un montón de jarras de cerveza vacías. Menudos borrachos.

- Tenía que acabar unas cosillas de la uni. – Explico mi tardanza.

No es bueno mezclar alcohol con medicamentos, así que me pido una Coca-Cola Zero y cuatro cervezas más para mis amigos. Le doy un abrazo a cada uno antes de sentarme en la mesa.

- Estos pequeños universitarios todo el día quejándose y no saben lo que es trabajar duro. – Bromea Miki. Le golpeo el brazo a la vez que me río.

María y Miki nos cuentan cómo los está yendo en su nuevo trabajo. Hicieron las prácticas universitarias en la misma empresa y ambos tuvieron la suerte de que los contrataran. Nos están contando lo capullo que es su jefe cuando la campana que está colocada en la puerta del bar suena y me giro por instinto.

Pablo, el ahora novio oficial de María y aun vestido de policía, nos busca con la mirada. Levanto la mano para que nos vea y lo hace. Cuando llega hasta nosotros, saluda a su novia con un beso con lengua que dura más de lo socialmente aceptado. Me río por el espectáculo que están dando. Siempre hacen lo mismo. Nunca cambiarán.

- ¡Idos a un hotel! – Salta Marta y todos nos reímos.

Hace unos meses que María dejó el miedo de lado a tener una relación seria. Me costó muchas conversaciones de madrugada convencerla de que tenía que apartar sus inseguridades. El hecho de que sus anteriores relaciones amorosas fueran una mierda no significa que todas vayan a ser así. Pablo y María son la pareja perfecta. Son tan parecidos que asusta. No hace mucho que empezaron a salir y me alegro tanto por ellos... Se merecen ser felices. Quién la iba a decir a María que iba a enamorarse de un policía.

Me sentí una hipócrita cuando tuve que convencer a María de que el amor sí existía. Ahora no sé si de verdad lo creo. Pensar en el amor me pone triste y el amor es demasiado bonito para que te ponga triste. Ahora mismo el amor no es bonito para mí, el amor es una mierda. El amor es esa madre que te levanta a las 9 de la mañana cuando has estado de fiesta la noche anterior. El amor es esa pequeña parada cardiaca que te da cuando vas a subir un escalón que pensabas que estaba y no estaba. El amor es una puta mierda.

- Siento haber llegado tan tarde, ya sabéis cómo son los hospitales. – Dice Pablo y veo como María le da una patada por debajo de la mesa.

- ¿El hospital? ¿Estás bien? – Pregunto preocupada. Todos mis amigos se miran entre ellos durante unos segundos. Al parecer todo el mundo en esta mesa sabe algo que yo no sé y puedo hacerme una ligera idea de por qué. - ¿Qué pasa?

- A ver... - Empieza a decir María antes de callarse de nuevo. – Eres un bocazas, Pablo. Le prometimos a Natalia que no se lo íbamos a contar. – En cuanto escucho su nombre, me tenso. Mis sospechas se confirman.

- Se iba a enterar en algún momento. – Se excusa el novio de mi amiga.

- ¿Alguien me puede decir qué coño está pasando? – Exijo, dando un golpe en la mesa.

- Natalia recibió un disparo hace unas semanas cuando estábamos de servicio. Está ingresada. – Se me corta la respiración cuando por fin María se digna a hablar. – Nos hizo prometer que no te diríamos nada, pero... - La corto.

- ¿En qué hospital está?

- Alba, no creo que...

- Que en qué puto hospital está, María.

Las manos me tiemblan cuando agarro las llaves del coche. En cuando me dicen el nombre del hospital en el que supuestamente está Natalia, salgo corriendo hasta la salida. No me preocupo ni en coger el abrigo. Me meto en el coche con las rodillas temblorosas y cuando meto la dirección en el GPS de mi móvil, acelero.

Me maldigo cuando me percato de que no he preguntado por el estado de Natalia. No sé qué me voy a encontrar cuando llegue. Puede que esté en coma o yo que sé. Retiro esos pensamientos destructivos de mi mente. Ahora mismo solo quiero verla y rezar para que esté bien. Limpio mis lágrimas mientras giro bruscamente recibiendo una pitada de otro coche.

En estos tres meses sin vernos no me he permitido pensar en ella más de lo necesario. Estaba tan preocupada intentando olvidarla que ni siquiera se me ha pasado por la cabeza que algo así podía pasar. ¿Cómo se la ocurre decirles a nuestros amigos que no me cuenten nada? ¿Estará bien? ¿Será grave?

Muchas preguntas sin respuesta se agolpan en mi cabeza cuando estaciono en el aparcamiento del hospital. No he cogido el abrigo y tampoco me he preocupado por los límites de velocidad. Si me resfrío o me multan será problema de la Alba del futuro.

Corro hacia la recepción del hospital con los ojos llorosos y la lengua fuera por la carrera. La recepcionista me mira preocupada.

- Señorita, ¿está bien? – Asiento varias veces.

- ¿Me podría decir el número de habitación de Natalia Lacunza, por favor? – Ella mira en su ordenador lo más rápido que puede mientras espero impaciente.

- La 4902. Cuarta planta, pasillo izqu...

- ¡Gracias! – La interrumpo corriendo hacia el ascensor.

Una mujer de edad avanzada se monta conmigo y ambas estamos en silencio. Parece preocupada y me pregunto por qué estará aquí.

Los hospitales nunca me han gustado. El ambiente cargado de llantos, las carreras de las enfermeras, el olor a desinfectante, el dolor de los familiares que han perdido a un ser querido... Todo me pone nerviosa.

Las puertas se abren y vuelvo a correr. El pasillo completamente blanco y las potentes luces del mismo color me dañan los ojos. Reviso los números de las habitaciones una a una a medida que voy pasando.

4900... 4901... ¡4902!

No sé cómo estará cuando la vea. Tampoco sé qué la voy a decir. Solo quiero verla. Así que abro la puerta con más fuerza de la necesaria y esta golpea la pared provocando un gran estruendo.

Por favor, que esté bien.

Secretos InconfesablesWhere stories live. Discover now