1. Que te den

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- ¿Cómo coño has hecho eso? – Miro al suelo encharcado de sangre sin saber muy bien qué acaba de pasar. No entiendo nada. - ¡Contéstame!

- Mamá, yo... No he hecho nada, lo juro. ­­­- Oigo llorar a mi madre mientras se mueve de un lado a otro y grita sin parar, pero yo no puedo dejar de mirar el cuerpo inerte rodeado de sangre en mi habitación. La voz de mi madre pasa a un segundo plano y yo solo puedo escuchar el latido de mi corazón cada vez más fuerte. Pum pum... pum pum. Siento que me falta el aire. Me estoy ahogando. – Hay que llamar a una ambulancia.

No sé si realmente lo he dicho en alto o en mi cabeza. Sigo de pie. Sin moverme. Y, por un momento, parece que es todo un sueño. La esperanza de que lo sea se instala en mi pecho y hace que un poco de aire llegue a mis pulmones. Aunque desaparece tan pronto como mi madre pronuncia las siguientes palabras.

- Natalia, está muerta.



- ¡Joder! - Grito al ver el metro irse en mis narices. La gente a la que le ha sucedido lo mismo me mira y yo me disculpo sin palabras.

Todo por culpa de María, pienso. Si no la hubiera hecho caso ni a ella ni a su estúpida aplicación ahora mismo no llegaría tarde a recoger mi puto coche para ir a la universidad. En dicha aplicación ponía que le quedaban seis minutos.

Seis minutos mis cojones.

Miro al panel de información y me desespero al ver que de tres minutos ha pasado a cuatro. Inconscientemente me llevo la mano a la boca en busca de alguna uña que morder, pero nada. Vuelvo a mirar el reloj y parece estático. Maldigo el momento en el que no me llevé los cascos. Creo que ahora mismo una de las cosas que me relajaría sería un poco de música. Dos minutos. Resoplo. ¿Pero es que acaso el reloj va al revés?

El llanto de un niño irrumpe el vagón durante todo el trayecto lo que provoca más nerviosismo en mí y, por tanto, menos paciencia. Odio los niños.

Son las 7:56 cuando las puertas se abren y yo salgo disparada hacia la salida no sin antes recibir las disculpas de la madre del crío a lo que yo sonrío amablemente. Ante todo, educación. Lo que eran diez minutos andando se tienen que convertir en cuatro corriendo.

Exhausta y prácticamente sin aliento, llego al taller. Esta pequeña carrera me recuerda lo poco en forma que estoy, pero en esos momentos solo pienso en coger mi coche e irme de allí o no llegaré a tiempo a la práctica de la universidad.

- ¿Hola? – No parece haber nadie. Busco por todos los lados del taller, pero nada. Parece estar completamente vacío. ¿Quién coño deja su negocio sin vigilancia?

Me acerco a la sucia ventanilla y me asomo un poco para ver si encuentro a alguien.

- ¿Hay alguien? – Sin respuesta. Frustrada, suspiro a modo de enfado y me dispongo a irme de allí. Pienso en todo lo que voy a poner en la hoja de reclamaciones que voy a hacer cuando vuelva mañana, aunque en verdad sé que eso no va a ocurrir. Pero estoy demasiado enfadada ahora mismo.

Me dirijo hacia la salida. En mi mente busco una buena excusa para darle a mi profesor por no haberme presentado a la práctica obligatoria de su asignatura. Como suspenda me muero...

- ¡Ah! – Una voz retumba por todo el taller haciendo que me asuste. Automáticamente miro al suelo para darme cuenta de que he pisado a alguien que estaba debajo del coche. - ¡Joder! – Veo como su cabeza golpea los bajos del coche formando un gran estruendo también.

- ¡Ay, lo siento! ¡Perdón! ¡De verdad!

- ¿Acaso no has visto que estaba aquí? – Una chica se incorpora tocándose la frente y con cara de dolor mientras me mira desde abajo. Se quita los cascos inalámbricos que llevaba puestos.

-No te he visto, te lo juro. – Intento excusarme, aunque, en mi defensa, tengo que decir que es verdad. No la he visto. Ofrezco mi mano para ayudarla a levantarse y ella la ignora dejándome en ridículo. Genial. La chica es tan alta (o yo soy tan bajita) que tengo que levantar el cuello para mirarla. Su pelo negro como el carbón está recogido en un pequeño moño. Lleva la parte de abajo de un mono azul de trabajo completamente manchado que tiene las mangas atadas a su cintura. Una camiseta blanca de tirantes también manchada cubre su torso, así como sus manos, que aún están puestas en su frente. Sus ojos me atraviesan y tiene el ceño fruncido.

- ¿Qué quieres? – Vale. Está cabreada.

- Vengo a por... mi coche. Me dijisteis que lo tendríais arreglado hoy.

No me responde, pero se dirige a una puerta que resulta ser el interior de la ventanilla donde me he asomado antes. La chica busca en un gran montón de papeles. No parece tener prisa.

- ¿Eres Alba Reche? – Yo asiento varias veces hasta que me doy cuenta de que está dándome la espalda.

- Sí. – Se da la vuelta y me mira seria, pero sin el ceño fruncido esta vez. Vamos mejorando.

- Vale. Dame el DNI

- ¿Qué? - Mierda

- El Documento Nacional de Identidad. – Su vacile hace que ahora sea yo la que frunza el ceño. Mi enfado reaparece.

- Sé lo que es el DNI, pero no lo llevo encima.

- Entonces no te puedo dar el coche, lo siento. – Vuelve a dejar los papeles en su sitio y desaparece por la sala para cruzar otra vez la puerta y volver al taller.

- ¿Cómo que no puedes darme mi coche? – La persigo y veo como se encoge de hombros mientras se quita la suciedad de las manos con un paño blanco que más que blanco es gris oscuro.

- Sin DNI, no hay coche. Es política de empresa – Se sienta en el capó del coche que estaba arreglando y, por un momento, me arrepiento de no haberla pisado más fuerte.

- Vamos a ver... - Respiro hondo – El hombre al que le dejé el coche no me dijo nada de traer el DNI.

- ¿Sabes que es un delito ir sin documentación por la calle? La policía podría detenerte si te para – Deja escapar una risilla que deja a la luz una fila de pequeños dientes perfectamente alineados.

- ¿Pero se puede saber por qué coño me vacilas? ¿A que te pongo una hoja de reclamaciones? – Cruzo los brazos y parece que eso la divierte más, ya que se vuelve a reír en bajito.

- Ponme lo que quieras, rubia. Pero sin DNI, no hay coche – La miro incrédula. Esto parece un chiste y mi enfado incrementa por momentos. Será mejor que me vaya, antes de que le meta un guantazo en la cara a esta subnormal. - ¿Algo más? – Su sonrisa no se borra de su cara lo que hace que yo me enfade más aún.

Al final, decido marcharme a paso rápido sin contestar. Demasiada paciencia he tenido ya.

- ¡Ha sido un placer! – Escucho cuando estoy prácticamente en la salida. Me giro y sigue en la misma posición.

- ¡Que te den! – Levanto mi dedo corazón en su dirección y me vuelvo a girar para irme.

Será gilipollas.

Secretos InconfesablesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora