44. Está aquí ¿verdad?

1.1K 105 4
                                    

Unos golpes arrítmicos en las paredes hacen que me despierte sobresaltada, pero a pesar de eso me siento descansada, como si hubiese dormido una semana entera. María entra en la habitación segundos después con una bandeja en las manos.

- Mira que les he dicho que no hicieran ruido...

- ¿Qué pasa? – Digo bostezando entre las sábanas.

- Nada, nada. Te he preparado el desayuno. ¿Cómo estás?

- ¿Desayuno? ¿Qué hora es? ¿Cuánto he dormido?

- Amiga, vayamos por partes. – Dice María riéndose. - Desayuno, porque normalmente las personas suelen tomar el desayuno por las mañanas, pero vamos, que si quieres te preparo una buena comida de dos platos y postre. Son las diez y media y has dormido unas... 20 horas.

- ¿¡20 horas!? – Digo con los ojos como platos. Cojo el móvil para asegurarme de que no me está gastando una broma, pero cuando veo que está roto me acuerdo de todo. María nota el cambio en mi rostro e intenta desviar el tema que sabe que inevitablemente voy a sacar.

- ¿Has descansado? – Asiento mientras me restriego el ojo con la mano aún somnolienta.

María pone la bandeja que lleva en la mano sobre mis piernas y mi tripa ruge. Tostadas, zumo, café, galletas, fruta, croissants... Me estudia con la mirada mientras devoro unas cuantas galletas. Es como si me quisiese decir algo, pero no lo hace, simplemente se queda mirándome. Los golpes se escuchan de nuevo. Parecen obras, pero son tan fuertes que no vienen del exterior, sino de dentro de la casa.

- ¿Y esos golpes? – Digo con la boca medio llena. La rubia tarda más de lo que me gustaría en contestar y comienzo a deducir por qué. – Está aquí, ¿verdad? – María suspira y asiente.

Natalia ha vuelto y no me sorprende para nada. Sé que volvería. Siempre es el mismo círculo y estoy cansada de que me arrastre con ella. Se acabó.

- Vino hace unas horas con un camión lleno de muebles para la habitación que... bueno, ya sabes.

- Sí, la habitación que destrozó. – María asiente mientras bebo un trago de zumo. – Es lo mínimo que podía hacer. Eso y pedirte perdón. – Mi amiga abre la boca para añadir algo, pero la corto. – Aunque, espera, déjame pensar. Supongo que llegaría a casa con cara de pena y pediría perdón a todo el mundo. Después, te llevaría a una habitación para disculparse contigo a solas para decirte lo arrepentida que estaba porque Natalia es así.

- Alba...

- No, no, déjame acabar. Tú la has perdonado, porque claro, es Natalia y es una chica encantadoramente perfecta que todo el mundo adora. Y después, se ha puesto a montar los muebles nuevos que ha comprado porque ella misma rompió los otros. ¿Me equivoco?

- No te equivocas. – Celebro mi victoria con más galletas y una sonrisa sarcástica. – Creo que deberíais hablar, Alba. No ha parado de preguntar por ti desde que llegó.

- Eso también lo sé, pero también sé lo que viene después, Mari. Hablamos, discutimos, nos perdonamos. Todo es maravilloso cuando estamos bien hasta que alguna de las dos la caga y ella huye. Desaparece unos días, en los que yo estoy en la puta mierda, y luego vuelve, hablamos, discutimos y vuelta a empezar. – María me mira atentamente con cara de pena. Su expresión me recuerda a la muerte de mi padre cuando todo el mundo me miraba así. No lo soporto y eso hace que me enfade aún más. – Y así todo el rato, Mari. Una y otra y otra vez. ¿Y sabes lo mejor? Que es ella la que controla todo. Yo no tengo ni voz ni voto en esta relación. Ella decide cuándo mentirme, cuándo decirme la verdad, cuándo irse, cuándo volver... Yo solo me quedo ahí esperando a que el golpe duela un poco menos que el anterior. Se acabó, Mari, se acabó. No puedo más. – Suspiro y quito la bandeja de mi regazo. Se me ha quitado el hambre. – Yo te juro que la avisé. Le dije claramente que si salía por esa puerta, lo nuestro se acabaría. Ella tomó una decisión y yo la respeto, pero tiene que acarrear con las consecuencias.

Secretos InconfesablesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora