Trigésimo Rugido

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- B-buenas noches, cariño.

William Furaha entraba a su casa sin decir una palabra. Su esposa Monica, como se había hecho habitual en esas tres semanas, sólo lo saludaba sin mirarlo mientras guardaba recelosamente sus libros de contactos.

Antiguos compañeros y compañeras desde preparatoria hasta el kinder, madres y padres de estos compañeros, maestros y maestras, incluso directores y conserjes. La mujer había logrado contactar al noventa y cinco por ciento de las personas en la vida escolar de Daniel, su hijo desaparecido desde hace casi un mes. Pero ahora que había llegado su esposo, ella guardaba todos sus implementos y daba por terminada la búsqueda de ese día, pues sabia de lo mucho que él detestaba que gastase su tiempo en esa investigación.

Monica preparaba la cena de su esposo a la vez que bebía un poco de té hecho por Sally, su hija, quien permanecía hundida en el sofá texteando con el ceño fruncido sin mirar a su padre. Ella ayudaba a su madre en la frustrante búsqueda de Daniel, pero al llegar su padre sólo bufó enojada. Para ella era indignante que él no pareciera tener interés alguno en encontrar a su propio hijo, quien había desaparecido desde la inexplicable explosión de gas que sufrió su casa.

En cuanto la policía y los medios se fueron, a Sally le gustaba pasar el  tiempo en el cuarto del  Daniel, el cual ella y su madre ordenaron como pudieron y usaron planchas de madera para cubrir las ventanas rotas del dormitorio. Ella sentía que su hermano menor seguía ahí. Que su esencia estaba en esos adornos africanos que tanto cuidaba. Sentía que su colorida habitación aún estaba cargada de su presencia, por lo que le gustaba estar ahí escuchando esa música tribal que el chico oía, y que ahora no parecía tan tonta.

William ignoró a su esposa e hija y encendió la televisión. Le hastiaba la actitud distante de ambas mujeres, pero no tenía intención de discutir con ellas el único tema que parecía importarles: Daniel. Le parecía hasta hipócrita de parte de ambas mujeres, quienes tenían un trato distante, o en el caso de Sally incluso agresivo. Él nunca sintió nada por el chico. Le daba igual su nacimiento, y aunque se alegraba de tener quién heredase su apellido, la verdad no le molestaba si era el último Furaha con vida. Para William, todas esas nimiedades eran meras distracciones.

Y este objetivo se mostró frente a él en el noticiero central. Su esposa le extendió un plato de comida, el cual tomó sin mirarla ni agradecer, y ella se marchó a su cuarto. La comida de su mujer era buena, pero el que Daniel ya no estuviera por aquí le afectaba, lo cual era más irritante para él pues su buena sazón era una de las pocas cosas por las que valía la pena seguir casada con ella.

El tipo sacudió la cabeza y empezó a comer copiosamente mientras veía la noticia más relevante de ese día: El ataque de un gusano gigante en Central Park. Pero para él no era importante el ver los daños materiales ni los funerales de los policías, muchos menos el ver a la pareja de uno de los policías llorando frente a las cámaras. Era ella.

Lionna Rouge.

Al principio tenía sus dudas cuando recién apareció. Sentia curiosidad por la vigilante desde que apareció. Ya que el antisocial de Daniel no conocía gente fuera de su escuela y mucho menos a un adulto, asumió que sólo era una imitadora o una fanática de la mediocre pero relevante labor de su hijo como héroe. Pero al fin tuvo una toma decente de su pecho. Dejando de lado sus prominentes curvas, había algo importante que llamaba su atención. Cinco colmillos blancos y resplandecientes que reconocía muy bien. Y para mejorar la situación, se tenía una toma precisa de la mujer en el aire apuntando con su lanza hacia el gusano gigante y siendo empujada hacia él con un sobrenatural impulso.

Impulso. Esa era la prueba que le faltaba.

- Es hora de averiguar quién eres. - Se dijo en un murmullo, mientras terminaba su comida. El hombre se levantó y dejó su plato en el lavabo, mientras mantenía una ligera sospecha. Giró para ver a su hija y preguntó:

- Sally, ¿Cómo me dijiste que se llamaba la reportera que vino el día en que volví del hospital?

- Eh... Elena. Elena Ceasar. - Mintió la chica. El hombre entrecerró los ojos y caminó hacia su hija, en forma un tanto intimidante.

- ¿Segura que ese era su nombre? - Volvió a preguntar con los brazos cruzados.

- Tan segura como que a ti te da igual dónde está Daniel... – Respondió la chica en tono de reproche, y se levantó del sofá en dirección hacia el cuarto de Daniel. Sin embargo, no dio ni un paso antes que una mano la sujetara del brazo de forma brusca. La chica arrugó el rostro a causa de la sensación que le producía el agarre y miró con cólera a su padre, quien apretaba los dedos alrededor de su antebrazo.

- P-papá... Duele...

Miraculous Chronicles - A Lion's TaleWhere stories live. Discover now