Aanike-ogimaa - Un sucesor

608 131 60
                                    


Permanecí dormida en el carromato que habían construido para mí durante gran parte de la travesía. Lejos de estar recuperada, no podía aprehender lo que me rodeaba sin un hálito de fantasía, como si los árboles, las cordilleras y el canto de los pájaros que sobrevolaban nuestras cabezas fueran, en realidad, producto de mi imaginación. El paso del tiempo se ceñía a las pausas para las curas, nada más, y me sentía expulsada de la sociedad, una pluma sin tinta con la que anotarse. No obstante, arribamos a nuestro destino sin atacantes y la comitiva alzó un discreto campamento, internándome de nuevo en un tipi de las mismas dimensiones que el anterior.

— Deberemos volver a viajar dentro de un par de semanas.

"No podemos quedarnos en ningún sitio o nos darán caza", pensé.

— Lo has hecho bien, nishiime.

Ishkode no era dado a los cumplidos, mas me cogió de la mano cuando me regaló uno. Me gustaba que lo hiciera porque tenía la confianza de que, bajo su amparo, nadie podría tocarme ni pegarme.

— Me esforzaré por poder seguiros allá donde vayáis.

— Allá donde vayamos — me corrigió.

"¿Por qué se parece tanto a Namid?", se me revolvió el estómago. En ocasiones me costaba mirarle: el sendero de su nariz, tan similar al de su hermano pequeño, la viveza de sus ojos, la forma de caminar..., era la prueba de una memoria que me estrangulaba. Él se daba cuenta, estaba segura.

— Onawa, danos un momento — pidió tras romper el pesado contacto visual.

Con una inclinación de cabeza, salió. Los guerreros habían regresado con alimentos y se escuchaban sus cánticos. La brisa campestre entraba por los recovecos de la tienda, más fría, más limpia, y supuse que estábamos a gran altitud.

— No me has preguntado por nuestro rumbo.

"Maldición, se ha dado cuenta".

— No lo compartes con nadie — repuse, de pronto incómoda.

— Tú eres con la única con la que lo compartiría.

Me estremecí.

— Si capturan a alguno de mis hombres y conoce la dirección de nuestros pasos, podría confesarla bajo tortura.

— Yo no estoy exenta de eso.

— Sí lo estás. Tú has mirado al abismo. No tienes miedo.

"¿Entonces por qué estoy aterrada?".

— Tú ya no tienes miedo, como yo.

"Tal vez estoy aterrada no porque no tenga miedo, sino porque no puedo sentirlo. No puedo sentir", tragué saliva.

— Pudiste traicionarnos y no lo hiciste. Estuviste dispuesta a morir por lealtad. Tú más que nadie mereces ser informada de mis decisiones. Serás la segunda al mando, mi sucesora, si a mí me ocurriera algo.

Me escocían los párpados.

— Yo no puedo ser tu sucesora. Tardaré meses en curarme.

— Y yo tardaré meses en morirme.

— Sé luchar, pero no como...

— Te enseñaré. Serás mi alumna. Te prepararé para cualquier eventualidad, aunque dudo que necesites muchas lecciones.

— Ishkode, puede que nunca logre ponerme en pie.

La voz me tembló al decir aquello. Seguía inmovilizada, envuelta en vendas, obligada a portar un corsé de Métisse para retener las costillas fracturadas. Alrededor de la pierna izquierda, Onawa me había atado dos finas tablas de madera, un cabestrillo improvisado que era un suplicio.

Waaseyaa (II): Nacida entre cenizasTahanan ng mga kuwento. Tumuklas ngayon