Aabaabika'igan - Una llave

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Sin duda, comenzaba a comprender por qué los hombres estaban tan interesados en las relaciones íntimas. Sin embargo, el único aspecto que no llegaba a vislumbrar con claridad era por qué anhelaba tanto repetir lo que acabábamos de realizar si las mujeres no estaban destinadas a sentir placer sexual. Jamás había escuchado —quizá por edad, quizá por los círculos en los que me había circunscrito hasta entonces— a una mujer contar hazañas sobre lo divertido que le había resultado yacer con su esposo, lo único que parecía interesar era si había sido fecundada o no. Por el contrario, las revueltas de alcoba eran uno de los temas predilectos de los varones en reuniones sociales, tabernas o milicias. ¿Era raro que yo, siendo mujer, sintiera placer como solo estaba destinado a los hombres? ¿Realmente era aquel el funcionamiento? "Tal vez sea a causa de Namid, tal vez lo que te hace sentir sea una excepción", pensé. Tumbados sobre la alfombra, yo abrazada a su pecho y él acariciándome el cabello, desnudos bajo los abrigos de piel, quise saciar mi curiosidad:

— Namid...

Me resultaba desconcertante que, después de haber llevado a cabo un acto tan intenso, después de haber recibido sus lisonjas, toda su atención, él caía en un profundo sopor que, aunque no fuera capaz de admitir, despertaba cierta inseguridad en mí. Al llamarle por su nombre, despegó los ojos y buscó mi mirada. Era imposible borrarle la sonrisa satisfecha del rostro.

— ¿Mhm? — me besó la frente.

Ambos estábamos sudorosos, exhaustos, pero el olor de su piel en aquel momento era fascinante: rezumaba hierba, tierra libre.

— No te rías — le advertí, avergonzada por mi supina ignorancia.

— Aún me quedan fuerzas. Si me dejas reposar unos cuantos minutos más, podemos repetir.

Le golpeé, aguantándome la risa.

— ¿Repetir el qué? — bufé —. Hombres..., siempre pensando en lo mismo...

"Precisamente eres tú la que pretende un tercer asalto, Catherine", me recordó la voz de mi consciencia.

— Deja de ser tan irresistible, entonces podré controlarme.

Con una media sonrisa me apretó contra él. Mis pezones se endurecieron al chocar contra su vientre duro y una de sus manos, la más aventurera de las dos, se trasladó desde la cintura hasta la parte más baja e indecorosa de mi espalda.

— ¿Qué decías? — murmuró tras besarme en los labios.

"Cálmate, Catherine. Cálmate".

— Me..., me preguntaba si... — carraspeé al tiempo que él me colocaba un par de rizos detrás de la oreja, juguetón —. Me preguntaba si es normal que...

— ¿Querer repetir?

— ¡Cállate, estoy hablando en serio! — volví a golpearle, entre risas. Namid torció el gesto como si estuviera disculpándose a una reina —. Me preguntaba si...

— Dispara de una vez, pequeña.

Inspiré, anticipando el pudor, y musité:

— Si es normal entre un hombre y una mujer sentir lo que siento cuando estoy contigo de forma..., íntima...

Desprevenido, Namid frunció el ceño. No obstante, advertí que lo había interpretado como un halago.

— ¿Y qué es lo que sientes? — su sonrisa se llenó de ternura.

¿Qué era lo que sentía? ¡Era tan difícil de explicar!

— Siento como si me faltara el aire y mi cuerpo fuera una extensión del tuyo. Me siento..., me siento..., me siento totalmente en paz. ¿Es..., es normal?

Waaseyaa (II): Nacida entre cenizasOnde histórias criam vida. Descubra agora