Inangizo - Él tiene un precio

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Mis huesos fracturados brincaban al ritmo del carruaje, avanzando por el desigual camino de tierra que llevaba a Crediton. Mi mente, sumergida en el dolor físico, flotaba más allá de la realidad tangible, entre las nubes de la inconsciencia. No podía cuantificar las horas ni el clima a mi alrededor, solo era capaz de divisar dos figuras borrosas en el asiento delantero, comandando a los dos caballos que tiraban del carromato. Se me cerraron los ojos, acompañados de un gemido lastimoso, y una visión que resquebrajó mis sienes con el graznido sepulcral de un águila negra hizo aparecer la manta de Wenonah sobre una tumba cuya lápida leía la palabra latina "Clemens".


***


Me encontraba tan débil que el indiferente hombro de Whytt, prestado con el fin de que me apoyara en él para caminar hacia la entrada de un palacete de dos plantas, fue como una benevolente columna que me sostuvo de una venganza divina. Arrastrando los pies, necesité curvar la espalda, puesto que una postura recta significaba la tortura de mis costillas, y me agarré a su brazo, sin equilibrio y desamparada. Mis oídos omitieron su risa humillante, consiguiendo subir la pequeña escalinata tras Jones. "Hemos llegado", supe.

— Bienvenida a mi humilde morada — me invitó a entrar aquel asesino despiadado.

Estábamos en la casa de Jones, un terreno de amplios acres no demasiado alejado del bullicio de la provincia de Crediton. No pude fijarme en su estructura arquitectónica, pero era de roca caliza, grisácea, grande, mas no suntuosa en absoluto. Al abrirnos la puerta uno de sus criados, pulcro, ataviado con uniforme oscuro y peluca blanca, éste palideció al verme en aquel estado. Su señor no acostumbraría a traer a sus rehenes al hogar..., el trabajo sucio debía de hacerse a espaldas de la vida doméstica. Menos dado estaría a vislumbrar a una mujer joven, ya sin restos de sangre, pero amoratada y flácida como una muñeca de trapo usada. Rápidamente ocultó su moralidad.

— Le esperábamos, señor — efectuó una reverencia, haciéndose a un lado para que pudiéramos pasar.

— ¿Ha llegado mi huésped?

Whytt siguió caminando en recto, llevándome consigo sin dificultad, sin embargo, escuché la respuesta a aquella pregunta:

— Todavía no.


***


Me desperté bajo el influjo de aquella pesadilla que había tenido durante el viaje. Sudando de pies a cabeza, lancé un alarido e intenté incorporarme sin éxito. De pronto, noté que estaba sobre un colchón, en una estancia desconocida. Mi cuerpo se rebeló ante el movimiento y el calvario de mis heridas recién desveladas de su sueño me retornó a la objetividad de lo que me rodeaba, del peligro. Débil, oteé a ambos lados de mi cabeza, en la tenue oscuridad alumbrada por dos velas en la mesita junto a la cama, y recordé que Whytt me había tumbado en ella horas antes, cuando aún era de día. "Estás en casa de Jones", busqué calmarme. El corazón me latía con fiereza, mecido por el aroma del cielo rojizo de aquella pesadilla que pululaba por el aire como una mariposa.

Yo también estaba teniendo sueños de nube roja.

— No debería moverse, los vendajes se echarán a perder.

Una voz desconocida me sobresaltó. De una silla que estaba situada en la parte en la que el aliento iluminado de los cirios no arribaba, se levantó una mujer. Su figura, difuminada por el negro de su ropa y el negro que la bordeaba, me pareció estar ataviada con un uniforme de criada.

Waaseyaa (II): Nacida entre cenizasWhere stories live. Discover now