Gigiwiiwakwaane - Ella lleva un sombrero

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Florentine y yo nos sentamos en uno de los divanes de espera y aguardamos a que terminaran de tomarle todas las medidas. Tras aquella densa cortina, tres hombres tasaban cada parte de su inmenso cuerpo y, en cierto modo, visualizar aquello en mi mente me aceleró el pulso. Recordé recorrer los surcos de sus cicatrices junto a la hoguera..., la ancha hendidura en la parte interior de su muslo derecho, la marca de nacimiento en su nuca, las arrugas de su piel, las adorables pecas que adornaban su antebrazo. ¿Cuán desconocido sería aquel cuerpo después de cinco años de ausencia?

Entretanto, ambas elegimos el tipo de tela y el color que deseábamos para ambos trajes. Era obvio que Namid no tenía noción alguna sobre aquellas cuestiones, así que decidimos por él. No quería que llevara algo pesado que le hiciera sentirse atrapado, así que opté por el lino. Las tonalidades grisáceas resaltarían la oscuridad de su piel y la miel de sus ojos. Florentine coincidió totalmente conmigo y nos limitamos a informar sobre nuestras elecciones a uno de los ayudantes.

Tras casi una hora, Namid salió con la ropa revuelta y un aura de profundo aburrimiento. Pierre nos informó de que había colaborado en todo momento, pero habían necesitado mucho tiempo para poder medirle correctamente. Le di las gracias y le indiqué que uno de sus trabajadores había guardado el papel con nuestro pedido.

— No se preocupe, puede pagarme cuando regresen a recogerlos. Estarán listos en una semana y media.

Volví a darle las gracias y observé que Namid se había detenido frente al pequeño expositor que guardaba las coloridas cintas de seda para el cabello. Concentrado, tomó una de tono rosado entre sus hoscas manos y redescubrí la ternura que las guiaba. A pesar de su apariencia ruda, poseía una conmovedora dulzura.

— ¿Necesita ayuda, señor? — se aproximó Pierre al advertir su interés —. Es un color muy bonito, perfecto para una dama joven — añadió.

Él dio un respingo y, por primera vez desde que había llegado a Inglaterra, noté cómo se ponía nervioso. Intentó soltar la cinta, tímido, sin saber dónde mirar.

— ¿Está pensando en hacer algún regalo? — insistió, con una sonrisa pícara. De pronto, posó sus pupilas en los mías y dijo —: La señorita Catherine estaría radiante luciendo algo así, ¿no cree? Resaltaría el marrón de sus ojos.

Florentine abrió los ojos como platos y yo me sonrojé como una niña. ¿Cómo se había atrevido a pronunciar aquellas insinuaciones en público? Sin embargo, cuando mi mirada incomodada se encontró con la de Namid, vi que la suya también estaba inocentemente avergonzada. Asustada, bajé la barbilla y Pierre se rió suavemente.

— Resaltaría el rojo de su pelo — añadió Namid.

Bruscamente, alcé el rostro y me encontré con su semblante contenido y nostálgico. El corazón me latía desbocado ante aquel comentario aparentemente inofensivo. Esta vez fue él el que rompió el contacto visual con frialdad.

— Regresaremos dentro de una semana y media — carraspeó Florentine, tomándome de la muñeca —. Muchas gracias.

— Dele saludos de mi parte al señor Clément — nos despidió, sin dejar de mirar aquella extraña pareja que Namid y yo formábamos sin darnos cuenta.

Como habíamos acordado, William nos esperaba con el carruaje junto a la salida. Todavía no había soltado a mi criada, nerviosa, y las palmas de las manos me sudaban. Florentine sugirió que diéramos un paseo por la plaza, pero me negué: no quería que escudriñaran a Namid como a un perro vagabundo. Si no estaban acostumbrados a los indígenas, no iba a darles el gusto de mofarse de ello.

Entramos por segunda vez en el cubículo y Namid se extendió en su asiento cuan largo era, rozando mi tobillo con sus piernas. Intenté juntarlos un poco, mas había tan poco espacio que tuve que resignarme a sentir el tacto de su pantalón sobre mi vestido. Supe que él era plenamente consciente de ello y saberlo me indignó. Florentine no sabía dónde esconderse.

Waaseyaa (II): Nacida entre cenizasWhere stories live. Discover now