Miigwech, nishiime - Gracias, hermana

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Estuve a punto de contarle sin reparos todo lo que había ocurrido entre Namid y yo en Inglaterra, mi breve encuentro con Ishkode, las razones de mi venganza..., pero los esplendorosos cascos de los caballos tronando anunciaron que las guerreras habían vuelto. Me levanté de un resorte al tiempo que se escuchaban gritos cantarines de bienvenida y, antes de que pudiera abrir la entrada de la tienda, Wenonah lo hizo a trompicones. Casi nos chocamos la una con la otra. Me quedé anonadada al tenerla enfrente. No la hubiera reconocido.

— ¿Nishiime? — dijo con voz temblorosa.

Thomas Turner se situó detrás, cubriendo con su espalda a las demás jóvenes del poblado que curioseaban. Honovi se levantó con sus articulaciones maltrechas, sin un ápice de intención por interrumpirnos.

— Nishiime, ¿eres tú? ¿Waaseyaa?

Wenonah ya había cumplido los dieciséis años, sin embargo, era un palmo más alta que yo. De complexión escuálida, había heredado las anchas espaldas de sus hermanos mayores y las manos finas de su madre. Su larga cabellera negra, la cual habíamos lanzado al fuego juntas, era tan extensa como su espalda, llena de pequeñas trenzas y un par de plumas. Era bella, elegante como Namid, mas sus ojos, todo pupila, eran despiertos y fríos como los de Ishkode. Todavía conservaba sus hoyuelos en los mofletes, aunque estaban disimulados por la delgadez y las pinturas terrosas de su tribu. Solo en aquellos bonitos labios, delineados y generosos, quedaba la impronta de la niña de antaño.

— Inaa, nishiime — sonreí, turbada. "Sí, soy yo. Después de tantas lunas, soy yo".

Sin mediar palabra, me abrazó con desespero. Casi perdimos el equilibrio, pero lo recuperé pisando el suelo con decisión. El nacimiento de mi cabello estaba a la altura de su barbilla, justo como cuando Namid me enlazaba a su cuerpo en la adolescencia, y disfruté del cariño con los párpados cerrados. Ella me besó la frente y las mejillas sin llorar. ¿Cómo podía manifestar tanto agradecimiento considerando el tiempo transcurrido entre nosotras?

— Os dejaremos unos instantes de intimidad. El señor Turner y yo ayudaremos a preparar la cena.

Los curiosos obedecieron, incluido el mercader, y a Wenonah le faltaron manos para invitarme a sentarme sobre las raídas pieles. Su mirada era densa, tan parecida a la de Ishkode que daba escalofríos, mas brillaba con los destellos de ternura de Namid. Me sentí hechizada por ella enseguida.

— Creí que nunca volvería a verte.

Su francés era perfecto, sin acento. Yo había querido enseñarle tantas cosas...

— Es..., es una larga historia. ¡Dios mío, estás..., estás....!

— ¿Tan cambiada? — repuso, tímida —. Sangré hace tres ciclos, soy una mujer hecha y derecha según las ancianas.

— Y tanto que lo eres — le apreté la rodilla con cariño. Era como si..., como si nos hubiéramos despedido ayer —. Una mujer valerosa y responsable.

— Todo lo que sé lo aprendí de mujeres valerosas y responsables.

Qué mirar tan ardiente el suyo. Atravesaba el metal y la carne. Sin quererlo, pensé en Mitena.

— Me gustaría saber cómo has estado desde que nos vimos por última vez. Debemos ponernos al día.

¿Por dónde empezar?

— Tras..., tras la..., tras la muerte de Jeanne en la guerra...

— Descanse su alma en paz — susurró con pesar —. Siempre está en mis plegarias. Era como una hermana para mí también.

Carraspeé, encontrando dificultades para proseguir con mi relato.

— Tras su muerte..., Antoine consiguió unos pasajes hacia Francia. Mis tíos todavía vivían en París, pero no nos recibieron con demasiadas galanterías, así que decidimos trasladarnos juntos a Inglaterra, a Plymouth. Vivimos allí y...

Waaseyaa (II): Nacida entre cenizasWhere stories live. Discover now