Indawaaj - Como consecuencia

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— Espera, ¡espera!

La voz de María resonó por toda la casa.

— ¡No salgas!

Apartó a su marido, interponiéndose entre Namid y la puerta. Al segundo, Lucas se situó al lado de su madre para ayudarla. Ante tal reacción inesperada, Namid arqueó una ceja con una incredulidad que ocultó bajo aquella apariencia ruda. Yo todavía estaba tirando de su muñeca hacia atrás, desesperada.

— ¡María, ni se te ocurra! — protestó Jack.

Los caballos cada vez estaban más cerca y, cuando el Leñador intentó impedir que los propios miembros de su familia le socorrieran sin garantías, Namid sacó la pistola de chispa que guardaba en la espalda, debajo de la camisa. Todos gritaron, asustados, y Jack se quedó quieto en seco, con el arma apuntándole la frente.

— Nunca deberías empujar a tu esposa — comentó con calma, sin siquiera mirarle.

Aquella era la razón por la que casi le había estampado el pistolete en la cara. Atónita, María le clavó los ojos con fijeza, casi con culpabilidad.

— Échate hacia atrás si no quieres que te vuele los sesos — dijo con lentitud, resultando más amenazante que cualquier aullido —. He dicho que voy a entregarme, no quiero más problemas. Déjame entregarme tranquilo. Quedaos dentro y protegerla — se refirió a mí —. Ella no tiene nada que ver con mis delitos. Si os preguntan, es tu sobrina lejana. ¿He sido lo suficientemente claro?

— ¡No pienso permitir que te entregues! — chillé, golpeándole el pecho.

— ¿He sido lo suficientemente claro? — repitió, ignorándome. Pudo haberme separado de él, pero permitió que le pegara con los puños, como si una parte de él se creyera merecedor de aquel trato.

Jack tragó saliva y puso las manos en alto, mirándonos con confusión.

— En... entendido...

Namid asintió y bajó el arma con lentitud, volviéndola a guardar.

— Es mi deber, Catherine. No puedo estar huyendo toda la vida — musitó.

Estaba tan nerviosa que me hizo a un lado sin esfuerzo. Su muñeca se resbaló de mis dedos y sentí que estaba a punto de perderlo para siempre.

— ¡Alto! — María empleó su propio cuerpo para cubrir la entrada —. ¡No salgas! ¡Te matarán!

— María... — susurró Richard, sorprendido.

¿Por qué aquella mujer estaba defendiéndole? Su semblante estaba repleto de convicción y fuerza. Secundándola, Lucerna se unió a la improvisada barricada y Esther también la siguió. Isabella permanecía en una esquina, atendiendo a la escena con un abatimiento no carente de desconfianza.

— ¿Qué hacéis? — se escandalizó Jack —. ¡Quiere entregarse! Si lo encuentran aquí y es un delincuente, nos acusarán de los mismos cargos. ¡Es un salvaje!

Lucas buscó la mirada de su prometida y ésta, venciendo a sus dudas, se colocó junto a él. Cinco personas estaban delante del pomo, ayudándole.

— Estamos haciendo lo correcto — afirmó el primogénito.

Sus palabras resucitaron al Antoine de antaño, el joven esposo y prometedor arquitecto.

— No es un asesino, ha sido sincero. Estoy seguro de que lo persiguen sin un motivo de peso y las consecuencias de que sea apresado, para alguien de su condición, significan la ejecución inmediata o...

— O el esclavismo — terminó Richard.

— Es nuestro deber cristiano esconderle. Está desamparado y necesita ayuda — prosiguió Lucas —. Tú me enseñaste eso, padre.

Waaseyaa (II): Nacida entre cenizasDove le storie prendono vita. Scoprilo ora