Ozid - Su pie

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Me desperté con un tremendo dolor de cabeza a altas horas de mañana. Había caído en un sueño revuelto antes de que amaneciera, ya que la conversación mantenida con Namid había resucitado uno de mis miedos más ocultos: que él hubiera dejado de quererme. Me sentí estúpida al darme cuenta de que prefería estar separados si albergaba la certeza de que nuestro amor seguía latente, aunque imposible. Aceptar que, ahora que nos habíamos reencontrado, Namid había seguido adelante sin mí, era tan doloroso como afrontar su muerte. "Qué infantil, qué egoísta", pensé mirando al techo abovedado. "Niña caprichosa, ¿ahora que lo has perdido quieres luchar? ¿Qué diantres es lo que quieres?", suspiré. Habían pasado cinco años..., ¿por qué había dado por supuesto que, aunque yo le ignorara, él continuaría enamorado? La dulce, la guerrera Catherine Olivier, debía ser insignificante ante un exterminio. Namid también había sido insignificante ante el sufrimiento por la pérdida de Jeanne.

No recordé que tenía una torcedura en el tobillo hasta que intenté salir de la cama y un dolor punzante me detuvo de súbito. Como si hubiera notado mi dificultad, Florentine llamó a la puerta y entró con sigilo. Su expresión estaba aliviada, aunque algo cetrina.

— ¡Señorita! — exclamó, acercándose al dosel con premura —. ¿Cómo se encuentra? Pensé que sería mejor dejarla dormir.

— Gracias, Florentine — dejé que me besara la frente —. Estoy bien, necesitaba descansar. Y... — titubeé —. ¿Y Namid?

Ella encarnó una ceja, sorprendida de que preguntara por él.

— Está en el salón. ¿No oye la tormenta? ¡Menos mal que el señorito Namid la trajo anoche, no hubiera podido salir del bosque por las lluvias torrenciales! — giré un poco la cara, hacia la ventana, y el agua era tan copiosa que parecía que un manto denso y acuoso se deslizaba por el cristal hasta desfigurarlo —. Hice llamar al médico, pero es imposible que llegue hasta aquí con este temporal — me agarró de la mano —. Él... — se aclaró la garganta —, él se ha ofrecido a curarla. Necesita un vendaje y...

— ¿Namid? — imité su desconcierto anterior —. Sería preferible que lo hiciera yo. Puedo hacerlo.

Florentine me analizó con la mirada. Percibí que poseía información desconocida para mí. A decir verdad, era probable, puesto que ella se habría cruzado con Namid durante aquellas horas en las que yo había estado en mi habitación.

— Me juró que no había sucedido nada extraño entre ustedes — apretó las pupilas.

"Nosotros en sí somos extraños", reparé interiormente.

— No es que suceda..., simplemente es incómodo. Ambos deberíamos establecer un espacio — mentí torciendo el gesto —. No obstante, ¿qué fue lo que te dijo?

Ella pensó qué decir, por lo que deduje que no me lo contaría en totalidad. Florentine no solía guardar secretos..., ¿qué le habría transmitido que supusiera tal reserva?

— Él se ofreció a curarla antes siquiera de que avisara al médico. Está preocupado, señorita. Se ha convertido en un hombre hosco, aunque es comprensible, ¿no cree? — me apretó la mano con cariño —. Ustedes dos han sufrido mucho, deberían apoyarse mutuamente, no acarrearse problemas. Es la opinión de una vieja, pero el señorito Namid, a pesar de las apariencias, se preocupa de verdad. Cuando usted no está delante, se muestra más abierto y siempre curiosea sobre su estado o sus aficiones con el señor Clément. Incluso me preguntó cuál era la receta de la mermelada de arándanos, ¡su favorita! Se sonrojó y salió despavorido al atacarle con cuestiones de por qué estaba tan interesado en asuntos de cocina. Sus maneras quizá no sean las más refinadas..., pero nunca le infligiría daño alguno, créame.

Waaseyaa (II): Nacida entre cenizasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora