Zhaaganaashiiwaki - Nueva Francia

589 111 60
                                    

— Tengo que hablar contigo.

Antoine asomó la cabeza por la puerta entreabierta que daba al jardín trasero, donde Florentine estaba labrando la tierra para plantar coles y yo leía la gaceta de la semana, y requirió mi atención.

— ¿Sobre qué? ¿Ocurre algo?

Me incorporé sobre la mecedora, ya que estaba con las piernas en alto sobre la mesa, y él salió al exterior. Desde que nos habíamos separado en la posada de Emily, no había dejado de perder peso y aquella tos no desaparecía. A decir verdad, ninguno de los dos gozábamos de buena salud para mantener la casa, yo todavía estaba recuperándome de la paliza de Jones.

— Entremos a mi despacho.

Acudir a su sala de estudio siempre implicaba un grado de importancia ineludible. Florentine nos echó un vistazo, secándose el sudor de la frente con el revés de su camisa, pero no pidió ser incluida. Me despedí de ella con un gesto de barbilla, consciente de que luego se lo contaría en privado, y cruzamos el pasillo hasta arribar a la sala escogida. Los evanescentes recuerdos de Namid sentado en aquel mismo diván, discutiendo con el arquitecto sobre sus posibilidades de recibir ayuda en Inglaterra, me golpearon. Como si lo supiera, Antoine se sentó en el sitio que él había ocupado. Desde mi posición, las manchas secas de té que se desparramaron por la alfombra cuando Namid me golpeó sin querer y las tazas de porcelana se rompieron en pedazos, eran visibles. Nadie había conseguido borrarlas del todo.

— Dime, ¿es algo grave? — inicié.

— Es una idea descabellada, pero necesito compartirla contigo. Tú eres la persona más sincera que conozco, sé que serás honesta y me darás una opinión razonable.

Estaba dando demasiados rodeos y me preocupé. No obstante, le dejé hablar: divagó durante varios minutos hasta que se decidió a confesar sus cavilaciones.

— Sé que prometimos nunca más pisar Nueva Francia. No fue una promesa manifiesta, dicha en voz alta, pero ambos la adquirimos después de lo que le pasó a tu hermana.

Fruncí el ceño, desprevenida. Había conseguido mi completa atención.

— Para mí, volver allí era extremadamente doloroso. Estábamos en guerra y debíamos huir, no solo para salvarnos, sino para que no sufrieras alguna condena por parte del ejército británico. Visto desde el presente, fue la mejor decisión que tomamos. Sin embargo, tras instalarnos aquí, a pesar de la victoria inglesa, ninguno de los dos propuso regresar. He pasado muchos días, muchos años, preguntándome el porqué. Jeanne siempre me había parecido la única razón. También protegerte, algo que no puedo evitar hacer. Quería alejarte de un pasado tan doloroso, creí que aquí podríamos rehacer nuestra vida. En parte lo conseguimos, en parte no. Creo que —y hablo por los dos— no hemos logrado la paz que yo esperaba. Estoy a gusto, tranquilo dentro de lo que cabe, pero no soy feliz. Siento que soy un extranjero. En ocasiones me posee la nostalgia, una nostalgia pesada. Me encuentro echando de menos mi hogar y no es Francia, tampoco Inglaterra, sino Quebec. La ciudad que tanto nos ofreció y tanto nos arrebató.

Ordenando sus pensamientos, suspiró y me tomó de la mano.

— ¿Crees que es descabellado?

No respondí de inmediato, sopesando a qué se refería en realidad.

— No me había planteado el regresar como una posibilidad. Lo acepté sin más. Era peligroso y me hubiera sumido en la oscuridad de haber permanecido allí.

— ¿Todavía consideras que podrías sumirte en ella?

— ¿Adónde quieres ir a parar?

— Catherine..., he estado barajando la posibilidad de retornar.

Waaseyaa (II): Nacida entre cenizasOnde histórias criam vida. Descubra agora