Madwewechigan - Un piano

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Escuché cómo subía las escaleras a la segunda planta. Sus zancadas eran amplias y rotundas. Me levanté de un resorte y anduve con ansiedad hasta el pomo de la puerta. Sin pensar, quise abrir y atiborrarle a preguntas, a consuelos. Antes de que tuviera el valor de hacerlo, Namid dio un tremendo portazo, encerrándose como yo había hecho. El sonido retumbó en mi habitación, puesto que sola una fina pared nos separaba. Me quedé quieta, angustiada, y dudé: no sería buena idea importunarle. La confianza ciega había desaparecido.

"¿Cómo hemos llegado a esto?", lamenté, todavía de pie como una boba. Inspiré y me dejé caer sobre la cama. Lo pequeño que era mi cuerpo en comparación con el amplio colchón me hizo sentir sola. Oteé el abovedado techo pintado, repleto de estrellas, y pensé en Jeanne. "Lo sé, sé que tengo que ayudarle", respondí aunque no estuviera presente. Tardé pocos segundos en volver a alzarme y aproximarme hasta la pared contigua a la de Namid. Un océano no nos separaba, solo un muro. Lo acaricié tímidamente, temerosa de que pudiera advertirlo, y noté su presencia al otro lado.

Solo un muro.


‡‡‡


La cena fue silenciosa. Me frustraba no recordar cómo comunicarme con él sin incomodidad. Su rostro estaba apagado, únicamente iluminado por un rastro de rabia contenida. Antoine comentó que debía terminar de escribirle la cara a Thomas Turner antes de que acudiera a la ciudad para enviarlas. Le asentí con una leve media sonrisa y Namid dijo:

— Ese hombre es un santo.

Nunca había dudado de su valor, pero me llamó la atención que lo halagara tan claramente. Él prosiguió:

— Estuvo cuidando del poblado durante el largo tiempo en el que Ishkode y yo estábamos en la frontera. El Gran Espíritu le ha destinado un importante sino.

— Ha sobrevivido a lo inimaginable — apuntó Antoine.

— Hasta a un derrumbe — me miró directamente, sobresaltándome. Los recuerdos se solaparon —. Sigue perdidamente enamorado de Catherine.

Abrí los ojos y Antoine detuvo su cuchara antes de que arribara a la boca. Nuestras miradas se encontraron y vi el reflejo de su implacable hermano mayor. Sin embargo, bajo aquella coraza de innecesaria crueldad, estaba roto y asustado.

— Los asuntos sentimentales del señor Turner no son de tu incumbencia.

— ¿Podéis comportaros? — bufó Antoine, consciente de que éramos incapaces.

— ¿Asuntos sentimentales? — se rió.

— ¿Por qué me atacas con cualquier cosa que encuentras? — le enfrenté —. Thomas es un gran hombre, ha defendido y ayudado a tu pueblo porque así lo desea, no porque esté enamorado de mí.

— Eso es evidente, tú ni siquiera estabas allí.

— ¡Namid! — exclamó el arquitecto.

— Soy consciente de mis propias acciones, no tienes por qué recordármelas. Deja a Thomas fuera de todo esto — intenté mantener la calma —. ¿Podemos cenar en tranquilidad?

Él no rompió el contacto visual durante unos instantes y me alegré de que no notara que estaba a punto de llorar. Lentamente giró la barbilla, cediendo.

— Yo también tengo que enviar algunas cartas.

Antoine se lo quedó mirando e, inteligente, le contestó sin agresividad:

Waaseyaa (II): Nacida entre cenizasWhere stories live. Discover now