Eko-nising - El tercero

528 114 47
                                    

— ¿Quién anda ahí?

Había sido una grata sorpresa descubrir que Carlo Aurelio Bonaventura todavía era un huésped de los condes y ocupaba sus aposentos en la primera planta del palacio, las más accesible de todas. El embajador de Pisa no era un soldado, pero poseía un oído prodigioso, curtido en las intrigas y los peligrosos negocios reales.

— ¿Quién anda ahí? — comprobó que los postigos de las ventanas estaban cerrados y anduvo por la habitación con el candelabro encendido. Yo estaba en la habitación contigua, la que hacía las veces de vestidor o despacho —. ¿Hay alguien?

Entró, hallándome sentada en una silla con varios papeles en las manos, alumbrada por una vela. Ahogó un grito, cayéndosele la pistola de chispa que había cogido por precaución.

— ¡Dios santo! ¡¿Quién es usted?! — se alarmó.

Estaba demasiado oscuro para que pudiera reconocerme, así que me acerqué la llama a la cara y le saludé con cortesía divertida, aquella propia de los saludos entre amigos que no se han visto en largo tiempo. Él frunció el ceño, apretando la mueca de desconcierto de las arrugas de su frente. No supo quién era al principio, sin embargo, no alertó a los criados, como si alguno de mis rasgos le fuera familiar, sin saber exactamente a qué persona correspondía.

— Soy yo. Catherine — opté por aclarar.

Sus ojos se abrieron como platos.

— ¿Quién ha dicho? — murmuró, pálido.

— Catherine Olivier — sonreí, levantándome —. Esperaba una acogida más cálida. ¿Ya no se acuerda de mí?

Carlo parecía estar aún asimilando la información. Miró hacia atrás, temeroso de que alguien imaginario pudiera descubrirme, y avanzó un par de pasos hacia mí.

— ¿Cómo ha entrado?

— Las ventanas no son infranqueables — me encogí de hombros.

— ¿Cómo...? — se puso frente a mí, iluminándome con su propio cirio. Noté cómo sus pupilas oscuras recorrían la suciedad facial, los andrajos que portaba por ropas y mi ausencia de cabellera. A medida que iba descubriéndome, su expresión se ensombreció —. ¿Qué le ha pasado, señorita?

Le tembló la voz, no temiéndose nada bueno.

— Siéntese. Lamento haberle gritado.

Así de rápido había decidido encubrirme. No había dejado de ser aquel hombre fiel e íntegro.

— ¿Qué le ha pasado? ¿Necesita comida?

Tomamos asiento y él me cogió de la mano.

— Hable, por favor.

Mis dedos deformes manchados por el barro contrastaban con los suyos.

— Antoine está muerto.

— ¿Qu-qué?

— Está muerto.

— ¿Có-cómo?

— Eso no importa ya — carecía de tiempo para explicarle la historia con lujo de detalles —. La cuestión es que está muerto.

Contuve las lágrimas a la perfección, aunque cayeran por dentro, mas necesité interrumpir su muestra de cariño para no derrumbarme. Me puse de pie y caminé por la alfombra.

— Derrick y sus hombres ordenaron que fuera envenenado.

— ¿Envenenado...? — siseó, atónito.

— Yo iba a ser la siguiente.

Carlo me imitó e intentó volver a alcanzarme.

— Lo siento mucho, señorita Catherine...

Waaseyaa (II): Nacida entre cenizasWhere stories live. Discover now