Wiidigemaagan - Una novia

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Ni tan siquiera las regañinas de Jack fueron capaces de borrar la latente y victoriosa sonrisa de mi rostro. Dándonos la espalda sobre su silla, Namid detuvo la trayectoria de la comida hasta su boca. Un gesto de humanidad simple como aquel logró conmoverlo. Sus veinticinco años de vida habían transcurrido en el rechazo.

— Anda, id a jugad — comandó Richard, incómodo.

Carecían de argumentos para denostar el comentario de aquella niña, puesto que, mirándolos bien supe que solo eran ignorantes. Desconocían la diversidad que poblaba el mundo, carecían de medios para viajar o formarse académicamente. Era más fácil seguir creyendo en las mismas normas de convivencia de siempre, pertenecieran a la clase social que pertenecieran. Sus corazones estaban cerrados, como lo estuvo el mío en septiembre de 1752, ocho años atrás.

— No sea tan severo, Jack. ¿Ha olvidado su infancia?

Mi voz despreocupada provocó que Esther, quien ya estaba volviendo junto a la chimenea con el rabo entre las piernas, me dirigiera una breve mirada. Era como si hubiera descubierto que estaba mintiendo, que estaba protegiendo a aquel indio.

— ¿No le resultaba todo fascinante entonces? — busqué su aprobación.

Yo solo recordaba el miedo de mi niñez. Los adultos, unos cortinajes bermejos demasiado largos, una soga perfumada bajo el armazón de un clavicordio. Y el mundo exterior, tan vasto y aterrador, representado en el jardín de nuestra casa. Su hierba, urticaria en los tobillos, y los pastelitos de arándanos de Annie. Mi incomprensible existencia, una posibilidad aterradora.

— La señorita tiene razón. Parece inofensivo, padre — intercedió Lucas.

Tanto María como Lucerna estaban de acuerdo con él mas, ¿qué mujer iba a atreverse a contradecir a su esposo en presencia de desconocidos?

— No enturbiemos su paz — alegué, señalando a los niños antes de que Jack soltara cualquier desprestigio hacia los indígenas —. Isabella también querrá saber el significado de su nombre, ¿no es cierto?

Todavía tenso, advertí cómo Namid volvía a masticar. La ingeniosa intervención de Esther había conseguido aumentar la curiosidad de los demás críos hacia él, pero fingió a la perfección no prestarles atención.

— Mi madre me aseguró que era un nombre italiano — dijo con las pupilas emocionadas.

— Así es. Significa "Dios da, Dios promete".

Cualquier significado hubiera sido recibido con júbilo, tal y como solo podían sentir los jóvenes enamorados, y Lucas la contempló con sumo cariño. "Piensa que es su regalo, el regalo que Dios le prometió", percibí. Al igual que Namid era el mío.

— Y Lucas, "El que está por encima de todos los hombres".

El Gran Espíritu da. El Gran Espíritu promete. ¿Qué nos había destinado a nosotros?

— ¡Esther! — gritó de pronto Jack.

Su alarma me sobresaltó y me giré.

— ¡Apártate!

Uno de caballos de madera, probablemente por accidente, había rodado hasta los pies de Namid. Esther, dispuesta a recuperarlo, se había acercado a él. Jack ya estaba de pie y sentí que el tiempo se paralizaba. Ambos seres, tan distintos en edad, color y experiencias, se miraron el uno al otro. Se miraron como él y yo nos habíamos mirado por primera vez: asustados por lo desconocido sin motivo. Ella, diminuta, estiró el brazo con cautela hacia el juguete. No quería estudiar sus facciones, pero le fue imposible no hacerlo. Qué fascinante era aquella criatura indómita.

Waaseyaa (II): Nacida entre cenizasWhere stories live. Discover now