Capítulo 44

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A veces no somos conscientes de lo que décimos o hacemos. Nadie decide de un día a otro lastimar a una persona con reales intenciones de dañarla, menos sí tenemos un aprecio por la 'víctima'. Aunque ese pequeño aprecio o importancia que le damos a algo o a alguien, puede llegar hacer enfermizo en varias ocasiones.

¿Alguna vez le diste una bofetada a tu pareja o a un amigo?

Sea el motivo que sea. Quizás algunos sí les gusta lastimar a otros sin motivó real. Sólo por el gusto y el placer de ver en un estado de sumisión a la víctima. Ver que no puede hacer nada por defenderse, y que sólo agacha la cabeza o desvía la mirada con temor a que le puedas hacer algo.

Tal vez soltaste un insulto o algún comentario hiriente, y esa persona tan sólo sonrió y río. Sin embargo no llegas a percatarte del resplandor de dolor que tienen sus ojos o de la sonrisa forzada que mantiene en su rostro.

Y aún si hubieras notado ese 'pequeño' detalle. Te dio lo mismo. ¡Así es más divertido! ¿Verdad?

Verle retorcerse de dolor, suplicando y ahogandose en sus lágrimas. Es gracioso. Te da gracia. Una sensación de placer recorre cada partícula minúscula de tu cuerpo. Ver el dolor ajeno, te da una sensación cómo ninguna otra. No tienes piedad. Y nunca la tendrás.

La piedad es para el débil. Y tú, ¿Eres débil?

¡Claro que no!

Estás realmente enfermó. La enfermedad que tu tienes, lamentó decirte, que no tiene cura.

-

Una pequeña sonrisa estaba plasmada en sus labios, los cuales estaban deseosos de probar la exquisita piel del pequeño, el cual estaba en ese cuarto a lo largo de aquél pasillo. Tuvo ganas de maldecir por mandar a dormir tan lejos al chiquillo. Ya ni recordaba porque lo mandó a la otra punta del pasillo, y no es que ya importará.

Sus pasos eran tranquilos y lentos, sin tanto apuro, tenía todo el día para lo que tenía planeado. Por la hora que marcaba un reloj colgado en una de las paredes era temprano aún, al menos era lo que suponía, y de verdad que le hizo bien dormir. Estaba cómo nuevo.

Las tres de la tarde, y apenas iba a comenzar con algo que hacía tiempo quería probar con cierto muchacho de cabellos azabaches y piel morena. Esperaba que Miguel no se volviese rebelde tan de pronto. Pues porque sino, con gusto tendría que castigarlo. Y tenía muchas maneras para eso.

Amarte es lo último que haré.—Susurró melodiosamente, escuchando sus propios pasos y observando la puerta del cuarto del niño ya cerca.

Le daba igual que después de todo, le tacharan de pedófilo. ¿Por qué negar lo obvio? Ese muchacho le sacó ese lado negro que ocultaba de todos. En el fondo sabía que era un poco, un poquitito pedófilo. Y hay tenían la prueba.

Ernesto se detuvo frente el cuarto de su pequeño y nuevo juguete, con la mano apoyada en el picaporte. Agudizó sus oídos, intentando oír el mínimo ruido detrás del cuarto del chico. No escucho nada y eso hizo que dejará abandonar una pequeña risa divertida, sin dudar abrió la puerta y encendiendo la luz.

Sus suposiciones eran ciertas. El pequeño estaba dormido profundamente, abrazando a un...¿Peluche? ¿De dónde lo había sacado? Le resto importancia a eso no tan relevante. De seguro y lo trajo colado en su mochila.

La cama en la que estaba Miguel era gigante y alta. Las mantas eran de color verde oscuro de tela suave, y sábanas blancas. Las cortinas de las dos ventanas que a decir verdad eran igual de enormes eran blancas con pequeños tonos rosas y amarillas. Y el suelo en el que estaban se encontraba cubierto de una enorme alfombra roja.

Recuérdame [Riveracest]Where stories live. Discover now