Capítulo 4

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Un suspiró cansado abandonó sus labios. Iba de un lado a otro con las manos en sus caderas, y una expresión sería. No comprendía que podía estarle sucediendo a su tataranieto. La última vez que le vio fue el día de muertos hace un año en su propio traje de mariachi cantando con el corazón al compás de las palmas de su familia. Su rostro expresaba alegría en ese entonces.

¿Por qué aquella sonrisa desapareció?

No entendía nada. Los gritos y los sollozos del pequeño músico aún resonaban en su cabeza haciéndole sentirse frustrado por no entender todo lo que estaba pasando con Miguel. Con aquel niño tan alegre y soñador.

Le hubiera gustado que aunque sea el muchacho de ojos oscuros le hubiera podido ver. Necesitaba respuestas. Respuestas a todas las preguntas que comenzaban a formularse en su cabeza.

Esto definitivamente no podía quedar así como así. La necesidad de proteger a Miguel fue más fuerte que sus esfuerzos por no meterse en problemas con los guardias de la tierra de los muertos.

Por su chamaco era capaz de enfrentar a quién sea por verle y estar a su lado sin importar que no pudiera verle o tocarle. 

Estaba agradecido que el perro, Dante lo halla ido a buscar y llevarlo al reencuentro de Miguel. Lo que nunca espero ver fue aquella escena. Observar en un completo silencio a Miguel, aquel sonriente y dulce pequeño músico llorar y gritar con todas sus fuerzas.

No, le era imposible entender.

—¿Qué te pasó, Miguel?—Formuló aquella pregunta a la misma nada.

Cuando sus ojos se conectaron entre sí por poco y sonríe, pero el muchacho rápidamente desvío la mirada ni se inmutó. Eso era suficiente como para hacerle dar cuenta que en verdad Miguel no le veía y fue pura casualidad.

Se preguntaba quién fue el hijo de puta que se atrevió dañar a su niño. Lo mataría sin piedad, y cuando estuvieran cara a cara se encargaría de volver a matarlo. Nadie podía tocar al chamaco, nadie sin su autorización.

El pequeño era alguien muy importante en su...bueno, muerte. Sí no fuera por ese chamaco seguramente ya hubiera sido olvidado hace tiempo, pero gracias a su ayuda estaba con su família, feliz.

Tenía que devolverle el favor.

¿Y qué mejor manera que descubrir que sucedía con el?

Un gruñido molesto abandonó su garganta a la vez que golpeaba con fuerza la pared incrustrando su puño en ella, su ceño se mantenía fruncido y los dientes apretados.

—¡Héctor! ¿Qué diablos crees que estás haciendo?

Héctor giró su rostro, cambiando su expresión de furia a una de sorpresa. Se separó de la pared observando la pequeña grieta en está. Suspiró frotando uno de sus brazos en un gesto nervioso.

—Imelda...—La miró a los ojos, y cerró por un momento los ojos. Se sentía cansado físicamente.

—¿Me puedes explicar qué estabas tratando de hacer?

Se oía más tranquila, sus ojos reflejaban preocupación por su marido. Tenía los brazos cruzados esperando que Héctor se dignara a responder. Sabía que sucedía. Porque estaba en ese estado. Lo entendía. Ella también se sentía muy preocupada por Miguel, por todo lo que le contó Héctor.

—¿Qué esperas, Héctor?

El esqueleto de cabellos azafaches suspiró sacando su sombrero de paja y estrujandolo entre sus manos sin quitar su expresión de preocupación bajo la atenta mirada de Imelda. No sabía exactamente que decir en ese momento. La miró con cierta timidez.

Recuérdame [Riveracest]Unde poveștirile trăiesc. Descoperă acum