Capitulo 6

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Las cosas se volvían cada vez mas extrañas para Hector y es que a pesar de no entender ni la mitad de las cosas de algo estaba seguro, el pequeño rivera escondía algo. Su comportamiento lo delataba tan fácilmente que hasta quería reír de lo poco que disimulaba el niño. Se hubiera reído de no ser porque se entero con sus propios ojos que el padre de su tataranieto abusaba de el. Lo que experimento en aquel momento no sabría como describirlo. Se sentía furioso. No comprendía como un padre podía intentar o llegar a violar a su propio hijo. Era completamente inmoral.

Aun no podía quitarse de su mente el recuerdo de Miguel completamente desnudo de cabeza a pies con las mejillas sonrojadas y los ojos llorosos.

Le daba tristeza haber visto aquella vulnerabilidad por parte del pequeño musico.

El único pensamiento que cruzaba su cabeza por ahora era castrar al puto por haber siquiera tocado lo que era, prácticamente suyo por así decirlo. Se había decidido a si mismo que comenzaría a quedarse al lado del chamaco donde quiera que vaya, claro a excepción del baño. De ese modo podría fijarse si otra cosa le molestaba aparte del bruto de su padre. Lo que mas le costo fue convencer a Imelda, que si bien no estaba convencida, le preocupaba el estado en el que se encontraba su tataranieto. Además aún seguía en pie aquella promesa que sellaron con un tierno beso.

El único problema había sido convencer a los superiores de la tierra de los muertos. Aquellos que se encargan de mantener todo en orden. De verdad que fue muy molesto tener que estar metido dentro de aquella gran sala, siendo juzgado por varios ojos. Pero lo valía si con ese permiso especial podía regresar a la tierra de los vivos. Su única misión en aquel mundo era velar por aquel niño de sonrisa desvanecida.

Pero aunque no lo quisiera admitir en voz alta, tenia como objetivo que Miguel pudiera verle. ¿Por qué quería que le viera? ¡Muy fácil!

Ansiaba sentir aquellos brazos rodeando su cuello con fuerza como si temiera dejarle ir. Quería volver a oír su infantil vocecita diciendo 'papa hector'. No solo eso, lo mas importante era que quería y iba a intentar de todo para que Miguel volviera a sonreír como antes. No podría devolverle lo que aquel miserable le arrebato, pero estaba seguro que podría hacerle olvidar aquellos malos momentos.

Lo malo es que Hector nunca se imagino lo que podría llegar a pasar si se metía mucho en los problemas de Miguel buscando aquellas respuestas que su cabeza formaba sin cesar, pero es que necesitaba respuestas no simplemente hipótesis. ¿De verdad estaba dispuesto a saber toda la verdad? ¡claro que si pues!

A darle sin miedo entonces ¡ajua!

Hector permanecía acostado sobre la cama del pequeño rivera con sus brazos detrás de su cabeza, pensativo. El menor había salido hace unos diez minutos a limpiar la cocina y ayudar a cocinar, y para eso no necesitaba la ayuda del esqueleto. Los esqueletos no dormían, pero estar así, les hacían renovar energía. Extrañamente ese día no se oían los gritos de costumbre. Ni el ruido de cubiertos. El esqueleto suspiro pesadamente, sabiendo como Miguel consiguió regresar a casa sin represalias. Pues claro, Enrique temía que el menor le denunciara por abuso. Si Miguel no decía nada, podía regresar a su hogar y quedar como si nunca nada hubiera sucedido. Claro que esta noticia no le cayo nada bien a Hector. ¿Por que demonios no lo delato ante la justicia? 

Seguramente Miguel tenia sus motivos, aun así, ese no era ningún juego. Si Hector hubiera estado en el lugar de Miguel, hubiera denunciado a su padre ya hace tiempo. Se estaba acalambrando por lo que se levanto de la cómoda cama y se salio traspasando la puerta como ya era costumbre. Al llegar a la sala, solo vio a la familia rivera sentada comiendo y charlando entre ellos a excepción de Luisa quien mantenía la mirada gacha mientras comía en silencio sin ningún indicio de que quisiera participar de la conversación que se estaba llevando a cabo.

Se acerco con curiosidad al oír el nombre de Miguel. Miro, buscando con la mirada a ese chamaco, sin embargo no le encontró por ningún lado lo cual de cierta manera le preocupo. Estaba por dirigirse a la puerta de entrada, pero algo le detuvo y esa fue su curiosidad por saber de que estaban hablando la familia de su tataranieto.

—¿Donde anda el putito?

¿Putito?

Hector fulminó con la mirada a Enrique, ya se encargaría de el cuando se vieran cara a cara.

—Lo mande a comprar un poco de fruta.—Respondió Elena sin molestarse por el como llamo a su nieto. ¿Que mierda sucedía con esa familia?

—Ese niño es una verdadera molestia, no sirve para nada.—Comento el tío Berto rodando los ojos y bufando.

—Y así se hacen llamar la familia de Miguel.—Apretó los puños, sabiendo perfectamente que no lo estaban ni lo escucharían.

Volteo y se dirigió a la puerta de entrada dispuesto ir a buscar a Miguel.

—Aun no comprendo porque está tan enfermo ese chamaco, es un asco todo lo que según el siente.

Bien eso dejo pensando a Hector. No les dio mas importancia y salio de la casa, yendo a buscar a Miguel, su chamaco. Camino por las calles sin apuro. ¿Que quisieron decir con todo eso? algo no se estaba enterando, por ejemplo porque odiaban a Miguel, a ese niño tan dulce. A lo lejos diviso al pequeño músico que cargaba con muchas bolsas de apariencia pesadas. Se acerco a el, y le miro de cerca, como si estuviera intentando descubrir todos los misterios que ocultaba de todos. Pues a su parecer los Rivera sabían algo, pero...no decían nada mas allá de insultar al pequeño niño. La próxima vez debería quedarse a oír toda la conversación de la familia que maltrataba a Miguel.

Aun después de todo esperaba que Miguel decidiera decirlo, decir todo lo que mantenía guardado en lo profundo de su ser. Le tenia un gran aprecio al chamaco, después de todo era su tataranieto y ya una vez le salvo del olvido. ¿Como no iba a quererle si además eran familia?

Unos ladridos llamaron la atención de Miguel y de Hector. El ultimo rodó los ojos intentando que Dante no le saltara. Miguel se quedo observando extrañado al perro. Dante parecía estar feliz ladrando a la nada.

—Oye, dante. ¿Que haces?—Pregunto confundido, sin darse cuenta viendo el pecho de Hector justamente.

El perro en respuesta le miro y ladro meneando la cola. Hector fruncio el ceño.

—Ya basta, pulgoso.—Murmuró entre dientes. Dante siguió ladrando dando saltos a su alrededor. Es como si quisiera que Miguel se diera cuenta que era el.

Hector daba manotazos en el aire en un intento de ahuyentar al canino, sin embargo este persistía, en un descuido de su parte Dante lo sujeto de la pierna izquierda con sus dientes, tirando de el. Maldición el pulgoso era fuerte y no temía, ya que sabia que Hector no le haría daño.

Seguía a Miguel en silencio a su lado, intentando callar con gestos molestos a Dante, mas el perro no se callo, sino intensificó sus ladridos. Hector rodó los ojos maldiciendo entre dientes su suerte. Aunque...

¿No era mejor recibir la  ayuda de Dante? seguramente de esa manera seria mas rápido para que el pequeño musico se diera cuenta de que a su lado estaba el.

Ahora comenzaba una parte de su plan; Hacer que Miguel le viera aceptando la ayuda de Dante.

Lastima que cuando menos se lo esperase, Hector sufriría las consecuencias de sus acciones. A veces ser tan curioso no es bueno.

No metas las narices donde no te llaman. ¿Un buen consejo, cierto?



Muy bien, espero que les guste. Saludos y disfruten de la vida.

Recuérdame [Riveracest]Where stories live. Discover now