Capítulo 1

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Desde aquel día de muertos las noches se hicieron más largas y vacias para cierto niño de cabellos negros y mirada triste que acariciaba las cuerdas de la guitarra a la que una vez perteneció a su tatarabuelo. Las noches al igual que los días se volvían cada vez más horribles al mismo tiempo en el que miguel sentía la tristeza consumirlo de a poco. No importa cuantas veces deseo con todas sus fuerzas, ni todas las veces en las que se escapaba por las noches cuando nadie le veía y mucho menos esas veces en las que pedía de deseo al soplar las velas en volver haber una vez más a su família muerta.

Extrañaba tocar y cantar al lado de hector. No había motivo para negarlo. Le hubiera gustado compartir más momentos con su difunto papá hector. Incluso extrañaba a mama imelda quién era cierto que al principio no le caía bien por obligarlo a abandonar la música y su sueño de ser un gran cantante. Pero eso era cosa del pasado. Imelda aceptó su error, y se lo hizo saber. Ella igual que el resto de los Rivera volvían abrirle los brazos y aceptar la música una vez más formar parte de sus vidas.

No era motivó para deprimirse hasta el punto en que se encontraba sentado fuera de su casa con las mejillas humedas causa de las lágrimas que caían de sus ojos. Sus dedos acariciaban las cuerdas, mientras no despegaba la mirada de la luna.

Un fuerte ruido dentro de la casa le hizo estremecerse y cerrar los ojos de golpe, mientras se ponía a cantar en unos suaves susurros temblorosos.

No, no, no, no,
no quiero escuchar la misma triste historia con el mismo aburrido final.

Algo romperse lo sobre-salto, no volteó, sin más apreto con más fuerza la guitarra sintiendo el temor recorrer su piel. Las cuerdas eran tocadas por sus dedos.

Sin embargo no se detuvo a pesar de que su cuerpo temblaba y las lágrimas seguían cayendo. Dante, su mejor amigo se colocó frente el, mirándolo con tristeza. No importaba que fuera un animal. Dante era un perro inteligente, y su guía espiritual.

No, no, no, no...
No quiero sentarme a escuchar...
Las mil y una razón por las que no has de luchar.

Su voz comenzo a traicionarle, agacho la cabeza, sus cabellos ocultaron su rostro. No podía, ni quería más. Dante torció su cabeza sintiendo el miedo de su pequeño amigo humano. Se acercó más a el, pasando su larga lengua por la cara de Miguel.

—Ya basta, Dante...—Se quejó en un murmullo, mientras intentaba alejar a su amigo peludo.

Lo único que recibió de respuesta fue un ladrido por parte de Dante. Una pequeña sonrisa se asomó por los labios de Miguel haciendo que Dante agitara su cola y comenzará a ladrar más fuerte.

Por primera vez mucho tiempo miguel sonreía o eso parecía.

—¡Dante! Cállate.—Cubrió la boca del animal con una expresión de preocupación. No quería ni imaginarse que sucedería sí su família viera a Dante fuera de la casa.

El perro no comprendió que quiso decir hasta que las luces de la casa se encendieron de golpe y los ruidos se detenían abruptamente. Unos pasos apresurados alertaron a Miguel quién miró con preocupación a Dante.

¿Qué iba hacer? No podía dejar que vieran a dante. Con rapidez le hizo unas señas extrañas al can queriendo indicarle con desesperación que se marchará ahora.

—Dante, vete. Ahora...vamos...—Se levantó del suelo, dejando a un lado su guitarra y comenzando a empujar a Dante.—¡Vete!

El mundo se detuvo por un segundo cuando la puerta se abrió de golpe, dejando ver a Enrique, el padre de Miguel.

Recuérdame [Riveracest]Where stories live. Discover now