Capítulo 39

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No, definitivamente no.

Enrique miró al hombre frente el, y negó con la cabeza rechazando el dinero que se le estaba ofreciendo e ignorando las quejas de su madre. No iba a vender al chico. Y no estaba a discusión su decisión.

—Lo siento, pero mí hijo no está en venta.

Le paso desapercibida la mirada que le estaba dirigiendo aquél hombre, el cual apretaba los puños dentro de los bolsillos del pantalón y forzaba una sonrisa poco creíble.

—Una verdadera lástima.—Murmuró entre dientes disimulando su molestia.—Sí me permiten me despedire del muchacho.

Enrique observó con desconfianza aquél desconocido que aún no quería revelar su identidad. Asintió con cuidado, haciéndose a un lado, y dejando pasar al hombre.

Una vez solos en la sala, Elena miró enojada a su hijo a la vez que le daba con la chancla en la cabeza, oyendo la queja de dolor del hombre que estaba frente ella.

—¡Sí serás cabeza hueca, Enrique! ¿Es que no lo comprendes mijo?—Protestó con la chancla en la mano.

El hombre tenía ambas manos en su cabeza con una mueca de dolor, mirando sorprendido a su mamá. ¿De verdad quería que venda a Miguel? ¿Pero de qué chingaderas le estaba hablando?

—Ay, mamá. No vendere a Miguel. ¿De que me hablas?—Murmuró molesto, y sobando la zona del golpe.

—Ay, que pendejo.—Suspiro rodando los ojos y molestando a su hijo por su comentario.—Pué ¿Has visto la cantidad de dinero que posee el señor ese?—Preguntó con seriedad.

Asintió con algo de desacuerdo, presentía a donde iba a parar todo eso. Conocía a su mamá y sabía lo ambiciosa que podía llegar hacer algunas veces.

—Sí, lo he visto. ¿Y eso que tiene?

Elena miró incrédula a su hijo, y volvió a pegarle con la chancla.

—¡Mamá!—Se quejó molesto.

—Eso te pasa por no pensar, mijo.

Madre e hijo se miraron por unos segundos antes de que el silencio fuera interrumpido nuevamente por la mujer, que intentaba sin descanso convencer a su hijo de que vendiera al chamaco bueno para nada ese.

-

Escuchó unos rápidos pasos en la habitación y algo caer sobre al parecer alguna cama. Una pequeña sonrisa se formó en sus labios, mientras sin dudar abría la puerta del pequeño cuarto.

No se veía nada. Tan sólo había oscuridad y más oscuridad. Pero eso no importaba.

Estaba más que molesto por no poder conseguir lo que tanto quería. Y tan sólo tenía una pinche semana de mierda. ¡Era muy poco tiempo!

Y para empeorar la situación la noche se avecinaba en Santa Cecilia.

Observo en aquélla cama un pequeño bulto tembloroso haciéndole reír en voz baja.

Que ingenuo niño.

Lo que más le atraía de ese mocoso era su personalidad y ese cuerpecito que tanto quería volver a sentir. Sí el menor supiera todas las cosas que quería hacerle y que iba hacer claro está. Nada ni nadie le iba a detener.

Se acercó con lentitud, extendiendo una mano, para tocar aquél bulto debajo de las sábanas. Agarró las sábanas tirando de ellas al suelo, y encontrándose con la mirada asustada y llorosa de Miguel.

—Me sorprende la alegría que tienes al verme, pequeño.—Susurró con diversión en sus ojos.

El pequeño niño intentó apartarse de el, pero fue más rápido. Con su mano tomó del brazo de Miguel con fuerza y tirando de el. Antes de que el menor pudiera gritar cubrió la boca del chico con su mano. Colocó al niño en su regazo una vez que se sentó a la orilla de la cama.

Recuérdame [Riveracest]Where stories live. Discover now