Capítulo 41

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No habían pasado ni menos de cinco minutos que ya echaba de menos su hogar, su mamá y a todos. Sabía que a pesar de las cosas malas que le sucedían pronto tendría que regresar algo, algo que le hiciera feliz.

La felicidad que había experimentado por unos segundos al ver a Dante correr detrás de ellos y ladrarle al de la Cruz para que le suelte, fue indescriptible. Hacía mucho tiempo no veía aquél perro de la calle que se convirtió en su mejor amigo y compañero de aventuras.

Antes de que aquél hombre pateara con odio al perro. Miguel no tuvo mejor idea que acercar su boca al cuello del ex cantante y morder con fuerza esa zona sensible del mayor, causando que un grito de dolor escapará de la boca contraria.

Sintió con verdadero dolor, cómo era tomado del cabello y halado hacía atrás obligándole a echar su cabeza hacía atrás. Pequeñas lágrimas caían de sus bellos ojos mientras de fondo lo único que podía oír eran los ladridos enojados de Dante.

—A ti te gusta morder, ¿Eh?—Susurró con los dientes apretados, sin soltar al muchacho.—Veremos que otra cosa morderas cuando lleguemos a tu nuevo hogar.

Era la madrugada, y casi nadie pasaba por ese lugar. Lo único que se podían oír eran los sollozos del pequeño niño que estaba sobre los brazos del hombre que le compró y ahora sin darse cuenta, aunque en el fondo lo sabía, le llevaba a su nuevo infierno. Un infierno mucho peor.

Se aferró con dolor al cuello de Ernesto, apoyando su barbilla en su hombro, y viendo con dolor cómo dejaba detrás un montón de cosas que le hicieron completamente feliz en el pasado. Observo al perro mirándole preocupado y lloriqueando por su amigo.

—Adiós, Dante...—Susurró cerrando los ojos y sintiendo las últimas lágrimas caer por sus mejillas.

El pequeño quería quedarse dormido. Porque sí dormía, soñaba. Y el deseaba soñar con todas sus fuerzas. Quería soñar que todo era una horrible pesadilla, y que pronto despertaria de ella y se encontraría así mismo en su cama.

Al menos...

Al menos quería soñar con Héctor. El esqueleto que tenía por tatarabuelo era muy importante en su vida. Le gustaría oír su voz cerca de su oído diciéndole que todo estaría bien, que el se encargaría.

Sólo quería creer que todo estaría bien. De echo, el creyó cada una de las palabras de su mamá. Todo va a estar bien. Lo sabía, se metió a la fuerza esa pequeña ilusión en su cabeza. Sólo debía resistir un poco más.

Un suspiró inconciente abandonó sus labios a la vez que se acurrucaba más en los brazos del asesino de su papá héctor. Su mente se sentía cada vez más lejana.

Y el dolor iba disminuyendo al entrar en el mundo de los sueños. Donde nada le podría lastimar de verdad.

Una pequeña sonrisa se formó en sus labios siendo ignorante de lo que sucedía a su alrededor.

Sólo quería volver hacer feliz, aunque su felicidad fuera un simple y cruel engaño.

-

Nadie se imaginaba que aquél hombre de cabellos oscuros y sonrisa maliciosa fuera en verdad ese miserable farsante, el traidor que no supo más que envenenar a su mejor amigo por sus canciones. Sería de locos decir que estaba con vida. Además nadie creería semejante locura.

¿Aquél traidor vivo?

Sería una broma de muy mal gusto. Era idéntico al ex mejor músico de todo el pueblo de Santa Cecilia, pero...

No podían relacionar al hombre con aquél asesino. Todos sacaron a la fuerza a Ernesto de La Cruz de sus vidas. El castigo que debía pagar, sería el olvido.

Debía ser olvidado. Muchos decían que ya debía estar olvidado por completo, y vaya mentira. El mismo de la Cruz estaba entre ellos, vivo, y torturando a un pequeño inocente que no tiene maldad en su corazón.

Sí tan sólo supieran quién era en verdad...

La noticia se corría muy rápido. Tan sólo pasaron unos minutos, y ya todos en Santa Cecilia decían que 'Un hombre misterioso compró la mansión de la Cruz' y no sólo eso...sino que...'cuidaria al niño Rivera'. Ni ellos se imaginaban quién además de la Cruz eran los verdaderos monstruos.

Nadie se imaginaba el sufrimiento de Miguel Rivera.

-

—¡No puede ser!

Aquél grito desesperado trajo muchas miradas sorprendidas e incluso molestas. El esqueleto del cual provino ese grito sonrió nervioso, intentando disipar la mayor cantidad de atención posible, comenzando a caminar rápidamente.

Se sentía intranquilo, y una presión molesta le torturaba cada uno de sus huesos. No sabía que era. O quizás fuera el echo de que por poco y termina arruinando todo con Imelda.

Un verdadero idiota. Se comportó así con la mujer que a pesar de todo siempre se encontraba a su lado brindando su apoyo, a veces no tan comprensiva, pero lo que importaba era que no importa que, siempre estaba.

—Ay, ay, ay.—Se oían los lamentos del esqueleto, el cual suspiraba con la mirada en el suelo.—Pero que estúpido soy. ¡¿Cómo se me ocurre?!—Pateo con fuerza una piedra.

Al levantar la mirada, se encontró con un esqueleto musculoso, mirándolo molesto y en su mano aquella piedra que había pateado con fuerzas. Le sonrió nervioso.

—Oops.—Fue todo lo que pudo decir, antes de huir cómo el cobarde que en realidad era.

Por donde iba hacía desastres, hoy en definitiva no era su día. En realidad nunca lo era. Se tropezó con un pequeño puestito que se encontraba cerca de una casa bastante colorida, ignoro los insultos que le eran profenidos, y siguió corriendo.

Pero es que...

Esquivo unos esqueletos que se acercaban, y al mirar al frente, chocó contra un oficial tumbandolo al suelo.

—No...no era mí intención, señor oficial.—Murmuró rápidamente, levantándose del suelo, y ayudando en el acto al hombre de traje azul.

—Espere...

No le dejó terminar. Héctor sacó un plumero de quién sabe donde, y comenzó a sacudir la ropa del oficial, causando que el polvo hiciera estornudar al esqueleto de oficial. El esqueleto de cabellos azabaches miró al oficial con una enorme sonrisa y los pulgares arriba.

—¡Está cómo nuevo!

Y sin más desapareció en cuestión de segundos. Ya no quería meterse más en problemas. Suspiró con pesadez, no quería regresar a casa. Ahí se encontraba toda la família, y seguramente necesitaban tiempo para procesar toda la información que recibieron. No iba hacer tan fácil.

Al levantar la mirada comenzó a retroceder lentamente, y con sus manos al frente asustado. Cierto alebrije corría hacia el ladrando.

No, no, no...

El perro colorido saltó sobre el, y lo único que se escucho y vio fueron los huesos del esqueleto desarmandose.

Héctor, o más bien su cabeza miró mal al perro de Miguel.

En definitiva no era su día y nunca lo era.

-

Y mientras tanto en la casa de la família de Héctor, se encontraban hablando entre sí y comentando lo que aquél esqueleto había revelado ante ellos. A decir verdad no se esperaban aquéllo. ¿Miguel, aquél niño enamorado de un muerto? Era sorprendente y alarmante a la vez.

Sorprendente porque nunca se hubieran imaginado que tal cosa sucedería, ni esperaban a que suceda.

Alarmante simplemente porque era apenas un niño, y Héctor un adulto. Ambos eran de diferentes mundos y...eran família.

Ya no hace falta decir que opinaban.

Estaban en desacuerdo con esos sentimientos.





Espero que les guste :3

Ay, pobre Miguel :''c

¡Nos vemos!














Recuérdame [Riveracest]Where stories live. Discover now