Capítulo 47

50 3 3
                                    

"La familia es primero."

Era un maldito hipócrita de primero, había manchado la frase de la familia Rivera, estaba seguro que todos en la familia maravillosa que tenía lo odiarían. Lo despreciarían por desprestigiar de esa forma a los Rivera, y no los culparia. En lo único que podía pensar era en su chamaco, su niño de canela, quería estar con él, rescatarlo de ese infierno, estar con él, abrazarlo.

Entregaría sin pensar dos veces su corazón ahora latente por el chamaco irresponsable que logró enamorarlo sin saberlo. Volvería a tenerlo entre sus brazos, y ¡Podrían ser felices otra vez! Se encargará de hacer sonreír a su Miguelito, alejarlo de las garras de Ernesto.

—Tú me traes un poco loco, un poquititito loco —La voz de Héctor podía llegar a resonar, mientras hacía su viaje hacía la tierra de los vivos.

Se detuvo se forma abrupto aquél cántico del Rivera al ver qué se acercaba a grandes velocidades hacía una luz blanca. ¡Veía la luz! ¡Ya veía la luz! ¡V...

Héctor se estrelló contra el suelo al pasar aquél portal lumínico, causando que un dolor atravesará todo su cuerpo. Un momento, ¡Podía sentir! Y ese líquido rojo parecía sangre...¡Estaba sangrando!

—¡Sí! ¡Puedo sangrar! ¡Estoy sangrando mundo! —Sus sentidos volvierón en cuánto se puso de pie, y noto que varías personas del pueblo de Santa Cecilia lo estaban viendo cómo a un bicho raro. — ¿Oops? —Sonrío nervioso.

Tenía leves raspones, y un rastro de sangre que viajaba desde su frente a su nariz, el camino seguía, podía sentir la parte trasera de su cabeza ardiendo, y húmeda, probablemente, sangre. No le tomó importancia, tenía una misión más significativa que ocuparse de sus dolores.

Miguel. Tenía que ir a rescatarlo de dónde quisiera que estuviese. Su camino fue retomado, la desesperación por saber en donde se encontraba Miguel lo carcomiá. Necesitaba asegurarse que estaba bien, que seguía ahí. En alguna parte de su ser deseaba saber que el pequeño Miguelito aún podía enseñarle una suave sonrisa.

Sus pasos eran torpes, no le importó sus prendas desilachadas, tampoco que por el camino iba dejando un rastro de sangre tibia y caliente. Ignoró los murmullos a su alrededor. Lo más importante ahora mismo era volver a ver a su niño, a su tataranieto y buscar su perdón por no haber estado ahí.

¡Es lo que haría!

— ¡Ahí te voy, chamaco! — Exclamó apuntando hacía el frente, sacó pecho antes de ir a paso firme en busca de su pequeño Miguel, aquél joven guitarrista que le sacó miles de sonrisas y canas en la tierra de los muertos.

¡Estaba vivo y volverían a verse!
Un muerto caminando entre los vivos, ¿quién lo diría? No creía que aquella acción tan despreocupada del Dios de la vida le trajera miles de problemas o que morir por segunda vez fuera una preocupación mayor a la que ya tenía.

Si tan solo supiera que esa debía ser una de sus principales preocupaciones.

Los ladridos a la lejanía se oían, un poco mareado, y perdido, Héctor recordó el camino a la casa Rivera, no encontrando a su chamaco, fue cuando las preocupaciones aumentaron de nivel, quería arrancarse el cabello, y el sombrero entre jalones por haber perdido el rastro.

— ¡¿En dónde estás, chamaco imprudente?! — con una expresión de derrota y agonía se estaba por dar por vencido, de no ser por los ladridos que a la lejanía se escuchaban. — ¿Pulgoso? — sus ojos se iluminaron, antes de que el perro lo mordiera en la pierna, rompiendo un poco más su pantalón. — ¡Dante, perdón! — Se soltó del sabueso, muy molesto por el perro ofendido.

Él sabueso parecía quererle decir algo entre ladridos, mientras daba saltos y rondaba por fuera de la casa de los Riviera, la familia que alguna vez su anterior amigo tuvo. Héctor no recordaba mucho dónde aquél chamaco había ido a parar, pero sabiendo que ya estaba con Ernesto, algo que le causaba un poco de repulsión, más sabiendo el porqué y para que lo quería.

¡Cuándo estuviera en sus manos iba a...!

Sacudió su cabeza, tratando de tranquilizarse, suspiró pesadamente agachadose hasta estar arrodillado y tomar los mofletes de Dante, lo miró fijamente, tratando de transmitir su preocupación al animal.

— Escucha, Dante...se que no he sido un buen tatarabuelo, pero necesito encontrar al chamaco, él...es todo lo que tengo ahora mismo, ¿lo entiendes...? — le susurró, acariciando los mofletes del guía espiritual de Miguel. — Es mí razón de vivir, de permanecer en la tierra de los vivos, yo... — se interrumpió al escuchar los gritos provenir de la casa.

Su atención se vio atraída a está misma, frunciendo el ceño, pudo observar a Enrique y a Luisa discutiendo.

— ¡Quiero a mí pequeño de regreso, Enrique! Perdi a mí bebé, no pienso perder a otro. — Las lágrimas se deslizaban por las mejillas canelas y sonrosadas e hinchadas de tanto llorar de la pobre mujer.

— ¿Y que culpa tengo yo, mujer? Ese escluinque solo estaba joto y enamorado de un sujeto muerto, ¿que más da, ya? ¡vaya a saber en dónde anda y que cosas se llevará a la boca ahora! — Enrique no parecía ceder y tampoco estaba dispuesto a abrir la boca, sin estar arrepentido de haber abandonado a su hijo, al niño que él mismo aporto para que naciera.

Una rabia profunda nació e hirvio en el interior del azabache, cansado y molesto se puso en pie, estaba muy dispuesto a ir y dejarle un par de cosas muy claras al padre de su chamaco, pero Dante se lo impidió jalandolo de la pierna entre gruñidos, queriéndo llevárselo a otro lado.

— ¡Déjame, pulgoso, quiero darle una lección a ese maldito! — Gruñó molesto, antes de rendirse y ver molesto al perro. — ¡¿Qué?! — ya se fastidio al sentir cómo volvía a morderlo, causando que jalara de su sombrero hacía abajo, y diera un pequeño salto.

Lo miró fijamente, antes de ver a dónde el amigo de su chamaco le enseñaba que quería ir, con su lengua colgando a un lado entre jadeos sonoros, apuntaba en la dirección en la que probablemente el perro olfateo a Miguel, con una nueva esperanza latente en su corazón, felicito al guía espiritual, antes de mirar por última vez a la casa de los Rivera, se puso andar, conociendo el camino correctamente.

El cuamaco no estaría tan lejos cómo pensó la última vez.

"Pronto estarás conmigo, chamaco, por favor aguanta un poco más, no te abandonaré." Pensó para sus adentros con la angustia creciendo un poco más con el pasar de los segundos y los minutos, sintiendo que debía apresurarse.

.

— Esto de estar entre los vivos es en realidad aburrido... — Murmuraba viendo en la ventana, dándole un sorbo a la copa de vino en su mano, jugueteo con el liquido carmesí, suspirando pesadamente, recordando el rostro húmedo por las lágrimas en el niño, que una vez dijo que era su tataranieto.

Una sonrisa burlesca se formó en sus labios, recordando perfectamente la forma en que Miguel Rivera se había perdido en su fanatismo por él, fue divertido de ver y destruir la ilusión en sus ojos cuándo se enteró quién era su verdadero tatarabuelo.

— Le ayudará a madurar un poco más rápido. — Se convenció así mismo, sin imaginarse que su querido viejo amigo se encontraba en camino, que aquél que una vez asesino, tendría que volver a matar de una forma un poco menos indiscreta.

Una lamentable situación.

Pero, bueno, así es la vida. Él mismo una vez lo dijo, tienes que vivir el momento. Llevó la copa a sus labios entre abriendo los mismos, cerró los ojos al sentir el vino pasando en una tenue caricia por su garganta.

Y creer que la fiesta estaba comenzando.

_______________________

Me desaparecí por un tiempo, pero vi varios comentarios que realmente estaban esperando una actualización apesar de lo tarde que era, y aquí está, no es mucho pero es trabajo honesto.(?)
No quise hacerlo tan extenso cómo el anterior capítulo jsjs porque se vienen cositas(¿)

Has llegado al final de las partes publicadas.

⏰ Última actualización: May 04, 2023 ⏰

¡Añade esta historia a tu biblioteca para recibir notificaciones sobre nuevas partes!

Recuérdame [Riveracest]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora