82. El plan maestro

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—Es perfecto —pronunció la muchacha deteniéndose un momento para pensar y después sonriendo—. ¿En dónde estará el tercer guardia?

—Aquí, ¿por qué? ¿Quieres que nos aliemos con ellos? —preguntó Ezra confundido.

—¡Claro que no! Quiero que los delatemos —dijo Esmeralda feliz de poder haber encontrado una solución.

—¿Delatarlos? Yo no quiero salvar a un mocoso malcriado que acabó con mi familia y mi vida —reprochó su amigo de inmediato.

—Yo lo sé, Ezra, pero tienes que confiar en mí, es la manera correcta. ¿Quieres escuchar mi plan? —propuso la chica mandando una mirada que contenía un poco de obligatoriedad causando que el chico asintiera resignado.

La chica relató el plan al muchacho paso por paso, parecía que realmente iba a funcionar y, al ganarse la confianza del Rey, podrían apelar por la libertad de Ezra. Esperando que los ladrones no fuesen demasiado agresivos y pidiendo que todo fuese a salir bien, se tuvieron que despedir de nueva cuenta, algo que ambos odiaban, pero entendían a la perfección que era necesario para, al menos hacer el intento, de que su plan no fuera revelado, ni sus pequeños encuentros de diez o quince minutos.

El siguiente día fue tan corriente que Esmeralda inventó que no estaba bien dispuesta para poder asistir a las actividades, así que, como en el día anterior, solamente esperó ansiosamente la llegada de la noche; la hora de poner las manos en el fuego para ver si con eso podía ayudar a su mejor amigo, Ezra.

El tercer baile parecía mucho más animado que los dos anteriores. Nadie quería que todo eso se terminara, así que había más personas bailando de lo normal, además de que ya había un grupo de damas cotilleando a los costados. Como siempre Esmeralda estaba sola, traía con ella un bolso con lo necesario para cumplir con el plan, no quería perder mucho tiempo así que actuó de inmediato, se escabulló, una vez más, a los calabozos, sólo que ésta vez no se encontraba abierta la puerta, así que llamó a ella con calma, respiró profundamente y trató de poner su mejor cara para cuando abrieran. Un guardia, el tonto seguramente, abrió lentamente preguntando la razón de Esmeralda. La muchacha le sonrió tiernamente y le dijo que el Rey detectó un olor desagradable en el salón y que le había ordenado que revisara si los calabozos eran el foco de aquella desagradable fragancia que se colaba en el castillo. El hombre le creyó fácilmente sin hacer muchas preguntas.

—¿Tardará mucho, señorita? —preguntó el guardia tranquilamente.

—Para nada... ¿huele eso? Creo que el olor viene de aquel lugar —mintió la chica señalando el lugar donde estaba Ezra—. Necesito revisar todo esto pero requiero estar completamente a solas.

—Por supuesto, aquí tiene la llave. No se preocupe ese prisionero casi no se mueve y dudo mucho que le haga algo, estaré rondando por allá si me necesita —dijo extendiéndole una llave y caminando por un pasillo oscuro. La chica no perdió ni un segundo y abrió a toda velocidad la celda de su amigo—. ¡Ezra! ¿Estás listo?

—¿Trajiste la capa? —preguntó el muchacho mientras su amiga asentía y sacaba de su bolso una capa muy bien doblada—. Aún estamos a tiempo para recapacitar, es decir, ¿ya estoy libre, no? Podemos huir.

—Pero creerán que te has escapado, te mandarán buscar y te encontrarán tarde o temprano. Te quiero libre pero para siempre —explicó la chica y el muchacho suspiró.

—Entonces, estoy más que listo —pronunció él armándose de valor.

Los chicos caminaron hacia la puerta de salida, no había señales del guardia, así que Ezra se detuvo para colocarse una larga capa azul que lo cubría desde la cabeza hasta los pies. Esmeralda caminó y encontró un adorno que contenía un par de espadas, arrancó con dificultad las armas y se las dio a su amigo. Ambos entraron al salón de baile, la música era elegante y tranquila. Ezra se mantenía en las sombras ocultando las espadas. Todo parecía tranquilo, hasta que apareció ese personaje extraño, un hombre con una capa negra y antifaz de colores.

Imperia: Corazón de Esmeralda  | Primer libro ✨Onde histórias criam vida. Descubra agora