77. La cárcel más rígida de Imperia

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El hermoso sol salió para iluminar Kánoa. Esmeralda fue despertada de la misma manera que el día anterior, solo que ahora también se encontraba el mayordomo esperándola para anunciar algo.

—Señorita Esmeralda, su equipaje y su caballo han llegado al palacio —informó el hombre mientras entraban unas mucamas con maletas y se aproximaban al armario para acomodarlas—. Su caballo ya fue llevado a los establos para su cuidado, si no requiere de otra cosa, me retiro —dijo el hombre y salió de la habitación.

—Buenos días, señorita, le traigo su desayuno —anunció una sirvienta que iba entrando.

—Si no necesita nada más nos retiramos, señorita —dijo la criada que acababa de preparar el baño, junto con la que dejó la bandeja, la que abrió el balcón y las que acomodaron toda su ropa en el armario.

Esmeralda tomó el baño, se maquilló, hizo el mismo moño, pero decidió ponerse uno de sus coloridos vestidos que había comprado en Cristaló; se sentía reconfortada al usar aquella prenda.

Se sentó y comenzó a comer su desayuno, en el momento preciso en el que terminó, sonó una pequeña campanilla negra, seguramente la que la Lirastra mandó instalar para ella. Caminó por los pasillos y llegó a la enorme y hermosa habitación de Bisnia, en donde se encontraba su madre colocándole un gorro un tanto gracioso para cubrirse del sol.

—¿Me requería, señorita Bisnia? —preguntó Esmeralda entrando a la habitación.

—Esmeralda, no quiero que uses ese tipo de vestimenta aquí —indicó la Lirastra observando con desdén su vestido color naranja.

—Lo siento, Lirastra, es el tipo de vestidos que suelo usar, —explicó Esmeralda— y de los únicos que tengo en mi guardarropa.

—Entonces después de nuestro paseo iremos al pueblo por vestidos, no quiero que en la reunión de mañana las damas comiencen a escudriñar en nuestra nueva dama de compañía —indicó la mujer.

—De acuerdo, Lirastra —accedió la muchacha un poco desganada.

—Ve a cambiarte y usa otro de los vestidos que te dieron las criadas, también creo que te dieron una sombrilla, tráela contigo —ordenó la Lirastra y Esmeralda partió a su habitación.

No tardó ni dos segundos en quitarse el vestido y colocarse el que le había indicado la Lirastra. Notó que la cama ya estaba hecha, la bandeja ya no estaba y todo se encontraba tan impecable como si no hubiera pasado ahí la noche. Se impresionó pues no había durado más de diez minutos con la Lirastra y ya estaba en perfecto estado su habitación.

Tomó la sombrilla que estaba en el armario y regresó rápidamente a la pieza de la niña.

La Lirastra pidió a Diesta y a Nana que acudieran al paseo por el jardín. Salieron por una enorme puerta de cristal. El lugar lucía tan perfecto como por el balcón, y, aunque le quitaba un poco de esencia tanta perfección, continuaba siendo un paisaje bellísimo.

Nana y Esmeralda traían sus propias sombrillas, en cambio Diesta, Bisnia y la Lirastra Fidanchena llevaban consigo a una mucama que las cubría con una sombrilla a cada una.

—¿Qué tal resultó todo ayer, niñas? —preguntó la Lirastra mientras abría su abanico.

—A la perfección madre, a excepción de Diesta, ella no hizo sus deberes —acusó Bisnia con una sonrisa.

—Diesta, has fallado tres veces con tus deberes. Una dama debe contar con perfección en todos los ámbitos. No puedes fallar de nuevo. Si lo haces recibirás una sanción severa, ¿me has comprendido bien? —preguntó la mujer sin quitar los ojos de enfrente.

Imperia: Corazón de Esmeralda  | Primer libro ✨Where stories live. Discover now