80. El castillo de Nitris

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Ese día amaneció con un aire un poco diferente, el sol despertó a Esmeralda incluso antes que los sirvientes, los cuales, ya habían preparado el equipaje de todas para que partieran esa misma mañana hacia el castillo de Nitris. Tomó su baño de siempre y comió el desayuno; miró los jardines por el balcón, eran tan hermosos, por alguna razón sentía como si debiese guardar la mayor cantidad de recuerdos posibles sobre aquel lugar, lo cual era absurdo, pues terminando los tres días de fiesta regresaría al palacio de Kánoa. El mayordomo interrumpió sus pensamientos informando que ya podían subir al carruaje, Esmeralda miró de nuevo los jardines, suspiró y caminó hacia el transporte.

El carruaje tenía sus cortinas cerradas, por lo cual no podía observar nada. Era una costumbre que las damas, de cualquier región, debían tener siempre cerradas las cortinas del carruaje, a menos de que fueran con un hombre que las escoltara.

El trotar de los caballos, que comenzaba a hartar a Esmeralda, cesó cuando el carruaje se detuvo ante un increíblemente grande castillo. El gran sueño de la muchacha, el que había guardado en su corazón por tantos y tantos años.

Había un puente levadizo enorme, por el cual pasó el carruaje real de Kánoa, sobre una enorme fosa que complementaba perfectamente aquel paisaje. La entrada se encontraba muy custodiada, había guardias del Ejército Rojo cabalgando de una esquina a otra, ni un soldado dorado, ya que la familia real de Imperia siempre había sido cuidada sólo por el Ejército Rojo.

El carruaje se detuvo en la entrada y un guardia se acercó, poseía una armadura que tenía en el pecho, grabado en rojo, el escudo de armas de la familia más prestigiosa del reino: dos espadas cruzadas, alrededor un dragón y en medio un castillo, con el nombre «Constela» que se admiraba en la parte de abajo; la armadura también poseía dos líneas rojas debajo de la altura de los hombros. La Lirastra Fidanchena le entregó la invitación al guardia, el cual se alejó para revisarla y después indicó que abrieran la puerta. El carruaje entró y el guardia le devolvió la invitación a la Lirastra.

Cuando atravesaron aquella enorme puerta, Esmeralda sintió cómo se le revolvía el estómago de la emoción. No podía evitar sonreír, se le hizo un nudo en la garganta. La muchacha se asomó discretamente por la ventana y sintió el viento frío, a pesar del sol. Respiró muy hondo y retomó su postura perfecta. El carruaje las condujo a una de las entradas al castillo, parecía increíblemente amplio, pero dentro del carruaje de la familia real de Kánoa no se podía observar nada.

Esperándolas estaba una mujer regordeta, con ojos color avellana, su cabello se veía ondulado y sedoso; poseía un color de piel ligeramente rosado, era muy bajita de estatura y tenía un aire de ternura muy especial. Ella caminó hacia el carruaje, junto con varios sirvientes que de inmediato tomaron las valijas y las llevaron a sus respectivas habitaciones de huéspedes. El cochero caminó rápidamente hacia la puerta del carruaje y ayudó primero a bajar a la Lirastra Fidanchena, seguida de la Lirastra Bisnia, después a Esmeralda, y al final a la pequeña Diesta junto con su nana.

Esmeralda admiró la grandeza del castillo, poseía un patio principal enorme, nada comparado con lo que había visto en los palacios, esto era muy diferente. Se admiraban a los nobles paseando por ahí, a mucha servidumbre caminando a toda velocidad con panes humeantes, agua del pozo, o cualquier otro tipo de cosa que se necesitase

—Sean ustedes bienvenidas al castillo real de Nitris. En nombre de la familia Constela, les quiero agradecer por venir. Mi nombre es Yoksa Fibi, soy el ama de llaves del castillo. Síganme que les mostraré sus habitaciones —dijo la mujer sonriendo sinceramente.

Siguieron a la mujer. Casi todas las puertas estaban cerradas, aunque una de las puertas llamó en especial su atención, parecía cerrada de una manera muy meticulosa. Caminaron por un pasillo extenso, la señora Fibi avanzaba por una enredadera de lugares indescifrables. Volvieron a salir por otro patio, éste parecía menos aglomerado que el primero. Pasaron por un enorme puente que dejaba admirar que el castillo contaba con diez jardines y cinco bosques; aunque el color verde predominaba en ese increíble paisaje, hacías más frío de lo común, así como se lo contó alguna vez su amiga Nereida, era como si te despertaras de pronto. Inhaló el puro aire, admiró las montañas lejanas, era increíble la vista.

Imperia: Corazón de Esmeralda  | Primer libro ✨Where stories live. Discover now