7. Un nuevo inicio

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Aquel día, en el que las flores eran cómplices del sol, Esmeralda se levantó muy temprano, sentía la paz de un hermoso día nuevo. Mim había hecho lo necesario para que su hija comenzara a trabajar como recolectora y al final, lo logró. La chica se alistó, se despidió de su madre y caminó por la vereda; Lizonia era una región pura y limpia, se sentía en el aire la frescura de la mañana. El rocío de la brisa inundaba los sentidos y las flores, vestidas de colores, ese día desempeñaban su mejor papel.

Esmeralda había llegado hasta «El bosque de las estrellas», llamado así por su preciosa vista nocturna. Aquel era un lugar simplemente mágico, los cerezos se levantaban imponentes y las recolectoras reían felices con sus canastas en la mano; el sol que cubría el cielo no causaba un calor bochornoso, ya que los cerezos lograban dar una fresca sombra, y el aroma era simplemente incomparable. Esmeralda al notar tantas recolectoras mayores se sintió intimidada, caminó poco a poco por los caminos que conducían a las diferentes zonas de recolección. Notaba que las mujeres la miraban con inconformidad, al parecer consideraban injusto que una niña de trece años tuviese el mismo trabajo que ellas.

Entre tantas personas y árboles Esmeralda alcanzó a observar a una niña de su edad. Al verla sintió como se aliviaban sus preocupaciones. Por lo menos no tendría que vivir abrumada por las demás recolectoras sola, de pronto, alguien tocó el hombro de la niña.

—¿Esmeralda Daar? —preguntó la mujer que traía una canasta vacía.

—Soy yo, señora.

—Yo soy la encargada del lugar, Mim me habló muy bien de ti —dijo la mujer suavizando su tono—. Tu paga será de cincuenta niros por cada cien cerezas, ¿de acuerdo? —La mujer le entregó la canasta.

—Sí.

—Cuando tu turno termine sonará una alarma y tendrás que ir a dejar los frutos a la bodega, junto con las otras. —Aquella señora se dio media vuelta para después alejarse del lugar.

La chica recordó a la niña que vio al final del bosque, la buscó de nuevo, aún seguía ahí. Así que corrió a toda velocidad para alcanzarla.

—¡Hola! —saludó Esmeralda entusiasmada, aquella niña era blanca como la nieve y rubia como el sol, sus ojos eran color miel; al notar su presencia volteó y dejó su canasta en el suelo.

—Hola, mi nombre es Kimiosea —dijo la niña amablemente, su largo cabello le llegaba por debajo de la cintura y era ligeramente ondulado.

—Yo me llamo Esmeralda —contestó ésta admirando aquella parte del bosque, era ligeramente más sombría que el resto del lugar, no había más recolectoras—. ¿Qué haces aquí? ¿Por qué no estás con las otras?

—Aquí me siento más segura, aprecio el regalo del silencio y me agrada sentir el viento en mi rostro. —Aquel bosque templado brindaba un toque de armonía a cada momento—. Además, ¡puedo recoger más cerezas! —dijo la niña guiñándole un ojo a Esmerada.

—¿Te molesta si me quedo? —preguntó la pequeña.

—¡Claro que no! —dijo riendo Kimiosea—. No hay personas de nuestra edad aquí, ¡seremos amigas!

Kimiosea poseía una fresca sonrisa que aliviaba la pena que aún quedaba en el corazón de Esmeralda, ambas pasaron la mañana recolectando y conociéndose más. La rubia niña era una persona muy alegre, al parecer vivía con sus padres al norte de Lizonia y, a pesar de ser alguien muy dulce, su madre era extremadamente estricta, así que sus momentos favoritos eran en el bosque; aunque no hablara con nadie, al menos estaba lejos de tantas reglas. Esmeralda sintió en Kimiosea una amistad sincera de inmediato. Después de diez años y seis meses, al fin había encontrado a otra amiga, aunque jamás a alguien que remplazara a Ezra.

—¿Y por qué trabajas aquí? —preguntó Kimiosea a su nueva amiga—. No es común que niñas de nuestra edad trabajen.

—Reúno más niros para poder pagarme una escuela —contestó Esmeralda sonriendo.

—¡Yo igual! Pienso ir a la escuela de los ricos —dijo la niña emocionada. Esmeralda paró de recoger cerezas y la miró anonadada.

—¿Al Coralli? —preguntó Esmeralda y Kimiosea asintió.

—¡Amiga, yo también estoy juntando niros para el Coralli! ¡Iremos juntas! —Ambas comenzaron a brincar de emoción, cuidando que no se les cayera ni una cereza de sus respectivas canastas.

De entre tantas personas en Lizonia era casi imposible creer que la única niña de su edad tuviera el mismo sueño. Cuando pasó el tiempo una alarma sonó, una especie de cuerno que anunciaba que era hora de partir a la bodega.

Una de las cosas que caracterizaba a Imperia, eran sus deliciosas cerezas. Lizonia era la primera región exportadora. En la realeza estas frutillas se comían en deliciosos platillos tanto salados como dulces, pero en las regiones pobres sólo se comían cerezas solas, en pasteles de cereza o en púos.

Esmeralda y Kimiosea se despidieron después de una mañana de risas y mucho trabajo. La niña volvió a recorrer el camino de regreso y posteriormente al taller de ropa, saludó a su madre y le contó acerca de todo: de su nueva amiga, de lo hermoso que era el paisaje y de lo increíble que era pasar toda la mañana entre cerezos y sus frutos. Mim se sintió feliz por su hija y al anochecer ambas partieron a su acogedor hogar.

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-Sweethazelnut.

Imperia: Corazón de Esmeralda  | Primer libro ✨Where stories live. Discover now