Imperia: Corazón de Esmeralda | Primer libro ✨

9. La cascada de Imsuro

Cuando Kimiosea era una niña, de apenas diez años, sus padres la llevaron a «La cascada de Imsuro». Aquel lugar era bastante místico, recordaba que cuando fue se sintió inmediatamente en paz, como una sensación de agua fresca pasando por su ser, a pesar de no tocar el agua físicamente. 

Aquella vez fueron con un grupo a manera de visita guiada. Kimiosea miraba cómo los demás niños se zambullían en el agua, pero a ella sus padres no la dejaban ni acercarse un poco a los alrededores.

La cascada de Imsuro era un lugar muy hermoso, estaba ubicado más allá del Bosque de las estrellas. Ésta se encontraba rodeada de árboles que dificultaban apreciar con exactitud su paradero. Aquel lugar era famoso por su espiritualidad, la cascada no era muy alta y se podía nadar con facilidad en la poza que se formaba con la caída del agua.

Cuando Kimiosea llegó a su casa, después de un día largo de trabajo, se recostó sobre su cama y comenzó a recordar el tema del amigo de Esmeralda. Tal vez si llevaba a su amiga a la cascada se sentiría mejor. En aquel lugar cualquier tristeza se escurría de las manos como un pequeño pececillo, qué mejor terapia que un día juntas en aquel sitio.

Al siguiente día le propuso su idea a Esmeralda, la cual, después de un momento de ruegos, accedió a visitar la cascada con ella. Un paseo no le haría mal, hace mucho que no salía del perímetro entre el bosque, el taller y su casa. Así que pidieron permiso a sus madres y comenzaron a planear su pequeño viaje.

El esperado día llegó, Esmeralda y Kimiosea partieron hacia la cascada.

Hacía un bello día, fresco y relajante. Las amigas charlaron todo el camino, hasta que se vieron en Imsuro, una comunidad en Lizonia. Cuando llegaron a la cascada no podían creer la magnificencia que envolvía ese lugar. La sombra se imponía sobre el sol, del cual sólo se admiraban unos ligeros hilos de luz, el aire era tan puro que te hacía sentir más ligero, como si al exhalar sacaras todos tus problemas.

Las muchachas se recostaron en el césped un rato, recortaron flores, charlaron, tomaron algunos refrigerios y después entraron al agua, la cual era fresca y abundante. Las amigas comenzaron a jugar como dos pequeñas en un parque, cuando de pronto, escucharon un ruido.  Una bella melodía que se asemejaba a una canción. Voltearon a todas partes pero no vieron a nadie, de repente, una extraña criatura se lanzó desde la punta de la cascada hasta donde se encontraban las chicas, con un aterrizaje perfecto. Cuando salió del agua pudieron admirar que se trataba de una mujer bellísima, con la tez completamente blanca, ojos doblemente grandes que los comunes y sus enormes pupilas color violeta brillante (que recordaban a las de una muñeca de porcelana); no poseía cejas, en cambio tenía unos decorados color tornasol que cambiaban de vez en cuando. Su cabello era rizado, abundante y totalmente rubio. Excepcional. Y poseía un detalle... tenía cola de pez. En efecto, era una sirena.

—Hola —dijo ella con toda tranquilidad.

Las amigas se quedaron un momento perplejas, de entre todas las advertencias que sus madres les habían dado, la más importante era jamás entrometerse con las criaturas del agua. Un mundo tan extenso como místico, ni la realeza se involucraba con ellos. Esmeralda miró a su amiga, dudó unos segundos, pero al final, extendió la mano hacia la sirena.

—Mi nombre es Esmeralda y ella es mi amiga Kimiosea.

—El mío es Ámita, mucho gusto. —La sirena se movió unos centímetros, se sumergió dejando admirar sus escamas color verde con violeta y volvió a emerger.

—¿Qué haces aquí en Lizonia? —dijo al fin Kimiosea.

—Descifro mi piedra del destino.

—¿Qué es una piedra del destino? —preguntó Esmeralda a la sirena.

—A cada miembro de la realeza, o a los cercanos a ellos, se les otorga una piedra del destino. Cuando tocas la piedra, se queda grabado en ella tu destino, yo observé como lo hacían, así que viajé hasta «el círculo místico» y obtuve la mía por mi cuenta, mírenla. —La sirena les mostró el collar que traía puesto, éste traía un rubí que era ligeramente más pequeño que un puño, en ella estaban grabadas una libélula y un corazón—. Aún no sé qué significa.

—¿Esa piedra se les otorga a todos en los palacios o castillos? —preguntó Kimiosea.

—Sí.

—¿Incluso a las damas de compañía? —inquirió emocionada Esmeralda.

—Claro que sí, tengo entendido que a ellas se les otorga mientras están estudiando.

Esmeralda y Kimiosea pasaron un buen rato charlando con la sirena, cuando se hizo tarde se despidieron de Amita y se fueron a secar para después partir a sus respectivos hogares.

Después de todo, una criatura del agua no era tan mala como todos lo planteaban, la gente de Imperia crecía con millones de advertencias sobre ellas. Podían leer el futuro, controlar la marea, eran extremadamente poderosas y se dividían en siete tribus: Divinity, Epínic, Drébol, Shuani, Íknif, Zelvian y Osén. Cada una con sus habilidades, costumbres y características especiales que llevaban milenios cultivando. Un privilegio hablar con una de ellas de la manera en la que lo hicieron Kimiosea y su amiga aquel día.

En el camino hablaron de la dichosa piedra del destino. A Esmeralda le resultaba difícil imaginar lo que podría contener la suya, en el mundo sólo tenía a su madre y a Kimiosea, ¿qué destino maravilloso podría esperarle a alguien así? Sólo esperaba con ilusión que la piedra se le fuera entregada pronto.

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-Sweethazelnut.