5. Nada es para siempre

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Era una preciosa mañana, un cálido sol se colaba por las ventanas de la casa de Mim y Esmeralda. Aquel fue un día de descanso en el trabajo, el cual coincidió con el cumpleaños número trece de Esmeralda. Mim se levantó muy temprano para comenzar el día felicitando a su hija. Cuando ésta despertó, admiró a su madre frente a ella. Mim sostenía una bandeja de pastelitos de cereza, los favoritos de Esmeralda.

—¡Madre! —dijo Esmeralda levantándose de la cama, la niña ahora era más alta, su piel blanca acentuaba sus verdes ojos.

—¡Felicidades, amor!

Ambas pasaron la mañana juntas, desayunaron, bromearon, fueron a recorrer los alrededores y devoraron todos los pasteles de cereza, compartieron un día lleno de alegría y sonrisas. Esos instantes tan hermosos que pasaba con su madre eran los más preciados para ella, coloridos y suaves. Rogaba porque no se terminara jamás aquel día.

Era casi el anochecer cuando Mim y su hija lavaban los recipientes de la comida. Reían a todo pulmón y una ligera corriente de aire se colaba por una de las ventanas, de pronto, se escuchó que llamaban a la puerta desesperadamente.

—¡Abran!, ¡abran, por favor! —Se escuchó la quebradiza voz de un chico.

—¿Ezra?, ¿eres tú? —preguntó Esmeralda con cautela.

—¡Sí! ¡Sí! ¡Abre, por favor!

Mim se apresuró a abrir y el chico entró rápidamente. Ahora era un muchacho de quince años, delgado y conservando sus finos rasgos. Ezra venía con la cara llena de lágrimas y la ropa sucia de arena y sudor.

—¿Pero qué te sucedió? —dijo horrorizada Mim.

—¡Mis padres... señora Daar...! —Apenas podía hablar por el llanto—. ¡...ellos se los llevaron!

—¿Quiénes, Ezra?, ¿quiénes? —preguntó la mujer, mientras que Esmeralda sólo miraba aterrada aquella escena.

—Los... guardias reales... ellos los tomaron, dijeron... ¡que éramos prisioneros del Rey!

—¿Prisioneros? —preguntó Mim consternada.

—¡Sí, prisioneros! ¡Se los llevaron!... ¡También me querían llevar a mí!... ¡Ocúltenme! —gritó desesperado, su hermosa tez blanca se tornaba roja.

Mim abrazó a Ezra y le dijo que todo estaría bien, la mujer podía sentir el acelerado corazón del chico, se sentía destruida, él era casi como un hijo para ella.

Cocinó una rica cena y preparó un espacio para que Ezra durmiera cómodo. El chico se instaló en un cuarto que estaba vacío, en el pasado, aquel cuarto pertenecía al padre de Mim.

Después de recostar a Esmeralda y despedirse del muchacho, la mujer reflexionó mucho acerca de lo sucedido, no podía entender por qué se habían llevado a los padres de Ezra.

La noche cayó y con ella se fue el tranquilo día que pensaron que tendrían. Las almas de Mim, Esmeralda y Ezra se hundían en el abismo de tristeza que provocaba la situación en la que se encontraban.

Mientras las estrellas sonreían desde lejos Esmeralda se levantó de su cama, simplemente no podía dormir, caminó y buscó algo de agua, después se acercó a la habitación que ocupaba su amigo.

—¿Estás dormido? —susurró la chica.

—¿Tú qué crees? —respondió, también susurrando. Esmeralda entró a la habitación y se sentó junto a él.

—Lo siento mucho.

—Gracias, los extraño. Estoy preocupado por ellos. —Ezra parecía perdido, el chico mantenía su mirada clavada en el techo. Esmeralda se sentía asustada, no sabía cómo reaccionar ante la situación, así que sólo mantenía el silencio de la noche—. Mi padre me dijo que no me dejara atrapar, pero llegué a desear que lo hicieran, así estaría con ellos.

Imperia: Corazón de Esmeralda  | Primer libro ✨Where stories live. Discover now