Capítulo 21 | Luciérnagas.

Comenzar desde el principio
                                    

— Posible futuro amigo— lo corrijo, pero después lo observo con una ceja arqueada al darme cuenta de sus palabras en singular: — ¿Tendré?, ¿No vienes conmigo?

— Tengo que cuidar de la camioneta. El lugar no inspira mucha confianza y si la roban no necesitaré de un asesino en serie para que me mate, ya que papá lo hará— explica seguro, aunque tengo el leve presentimiento de que es una excusa—. Además, la dirección no está muy lejos de aquí, si necesitas ayuda sólo grita. Y si llego muy tarde a tu muerte, simplemente diré que no tuve nada que ver en esto, fui tu cómplice.

— Eh... ¿Gracias?— vacilo con una mueca surcando mi rostro.

Augus sólo me sonríe, tal vez tratando de transmitir que todo está bien; que mi mundo no está a punto de colapsarse y que lo que estoy haciendo no es lo más extremo que he hecho en mi vida. Pero la realidad es la contraria, no creo que una expresión pueda calmarme. No en esta situación.

Desciendo del auto con algo de nervios y me coloco justo en frente del bosque. La gran cantidad de altos árboles y algunos arbustos, junto con la oscuridad de la noche, no permite ver lo que hay allí adentro; lo cual provoca que el ambiente esté algo denso y tétrico para mí.

— Recuerda, sólo tienes que gritar— me dice Augus desde la camioneta al ver que no me movía. Luego asiento con la cabeza y me empiezo a desplazar a mi destino, aunque no sin que Augus metiera la pata: — Oh, y no tardes mucho. Éste lugar da escalofríos.

— No ayudas— le digo entre dientes antes de perderlo totalmente mientras caminaba solo entre la naturaleza.

Debería de aprender a caminar entre la oscuridad del bosque, algo me dice que se hace costumbre. Además, no es que me guste tropezarme de vez en cuando con las raíces de los árboles o que me golpee directamente con el tronco. Hago el intento de poner mis manos al frente para al menos poder ver a través del tacto como lo hacen los ciegos, lo cual ayuda un poco; pero no lo suficiente.

Escucho como la fauna habla por todo el bosque; como los grillos tocaban su singular música; como algunas ranas croajaban en cierto compás e inclusive mis oídos captan unos aullidos provenientes de algún lugar distante. Deben de ser lobos, pero supongo que están muy lejos como para olerme. O eso espero, ya que ser atacado por lobos es lo último que puede estar en mi lista de muerte.

Y así pasan los siguientes cinco minutos; tratando de apaciguar mis ideas de que moriré aquí y no de una forma bonita, para así poder regresar. Maldigo a mis adentros por tener el celular descargado para usar su linterna y le deseo a la luna que me ayude con su reflejo para poder ver mejor. Sin embargo, eso no sucede; algo más lo hace. Extrañamente pequeños animales voladores empiezan a aparecer en manada y me brindan su luz amarillo verdoso. Titilan con lentitud y me rodean, dando un ambiente agradable que no provoca que la oscuridad me abrace.

Eran luciérnagas.

Nunca había visto unas tan de cerca, consecuencia de vivir en una ciudad. Eran hermosas y algunas rozaban la piel de mis brazos, lo cual provocaba que me dieran ciertas cosquillas. La sombra de una sonrisa se posa en mi rostro al instante, mi miedo corporal debió de llamarlas. O al menos eso pensé por un instante.

En algunas culturas se dice que las luciérnagas son símbolo de romance y armonía, ellas te relajan. Pero en otras es todo lo contrario; según las leyendas, ellas están ahí para advertirte sobre un suceso que puede ser bueno o malo. En simples palabras, pueden aparecerse en frente de una pareja para demostrar que ambas partes de la misma es la indicada para la otra, así como puede aparecerse en frente de un hombre para advertir que está en peligro. Y para mi mala suerte, yo estoy solo en un bosque semioscuro por hacerle caso al mensaje de un desconocido que predice muertes. Ninguna variante me dice que estoy en una posición romántica.

Prometo encontrarme © (Completa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora