Capítulo 42 | Ni Rey ni Reina.

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Me siento perdido. Pero de una forma diferente, no a lo que suelo estar experimentando últimamente desde que llegué al pueblo.

Este sentido de la desorientación es como si, no lo sé, todo lo que creía se fuera por un barranco sin fondo y no tiene convicción de volver a mí. Siento como si todo ahora fuera incierto, como si la pequeña cantidad de información que he adquirido para no ser ignorante, me haya convertido en, irónicamente, alguien más ignorante.

No creo creer en nada ahora. Y, bueno, ese sentimiento viene por una cortesía nada normal; la carta.

Porque sí, después de darle tantas vueltas a mi mente, me he dado cuenta de que la hoja que encontré en el portarretrato era una carta. Una que escribió un remitente por una razón medianamente desconocida para mí, y cuyo destinatario era yo. Esa persona, por alguna particular habilidad u obra del destino, sabía que yo conseguiría esa hoja. Sabía que yo iría a la mansión ese día a esa hora. Sabía que Dylan se marcharía a aquella habitación, y que yo le seguiría los pasos. Y que, finalmente, yo conseguiría aquel objeto.

Tengo en cuenta de que ninguna persona podría ver precisamente lo que haría en un futuro. O al menos ninguna persona… normal. Pero ese presentimiento que poseo de tener la certeza de que aquella persona tuviera la habilidad de caminar al mismo paso que el del futuro, ya lo había tenido antes.

Con otra persona que creí haber tenido el libro completo sobre mi vida en sus manos, y me lo demostraba cada vez más con el tiempo a través de sus mensajes. Quizás sean la misma persona, con el mismo sentimiento. Y, bueno, de nuevo no lo vi venir, ni siquiera estuve pendiente de esa persona.

¿A quién me refiero?

Al ser que decidí llamar mi futuro amigo por una razón que era muy amena a esta.

F.A.

El problema con esto es que a aquella persona la creí una asesina al principio porque nadie era capaz de prever muertes al menos de que la persona fuera la culpable de dichas muertes. Ya se darán cuenta de que estuve equivocado, de hecho, debí de estarlo desde que supe lo de Christine, pero no me preocupé, en menor caso porque esa persona también pudo ser la misma susodicha. Aunque, analizándolo bien, ¿Por qué ella misma se delataría? Eso no tendría sentido y la eliminaría de inmediato de mi lista de candidatos de quién podría ser mi futuro amigo.

Tenía que ser otra persona. Debía ser otra persona. Y, de nuevo, si le hubiera prestado más atención a esto, creo que a esta altura ya daría por resuelto el misterio completamente.

Tenía que haberlo visto.

«Buscar lo que quieres es una tarea difícil, más no imposible. He igual reconozco que si fuera imposible, no implicaría que te fueras a rendir. Pero te advierto: Encontrarás cosas que no podrás imaginar, algunas buenas, otras malas. Y cuando te des cuenta, estarás tan enredado en tu destino que no podrás salir de él. Al menos que algo o alguien te ilumine… lo he visto.»

Como él pudo verlo.

Siempre estuvo un paso delante de mí, delante de mi futuro, delante de todo lo que me rodeaba. Esa persona reconocía que yo estaría en esta posición, y que en ese momento en el que él me envió aquello estaría pensando en cualquier cosa menos en el aura sobrenatural que rodea al pueblo.

Y quería iluminarme. Quería guiarme por el camino que, sin saber, estaba buscando. Y por supuesto que conseguí cosas que ni mi imaginación podía acoplar.

Prometo encontrarme © (Completa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora