Capítulo 23 | El cazador.

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Thomas Waters

Los meses siguientes fueron más duros que de costumbre; papá se había vuelto más duro en los entrenamientos porque tal vez reconocía que me estaba sucediendo algo y me estaba afectando en los entrenamientos. Y es que, a pesar de que le dije a Ethan que haría todo lo posible para ser fuerte, la realidad es que sus recuerdos conmigo me ponían débil, me entristecían. Nunca me había sucedido eso en frente de papá porque sabía que su cólera subiría, que se daría cuenta de que su hijo Thomas no se estaba fortaleciendo, que era todo lo contrario. Pero eso al parecer era lo último en mi lista de importancias.

En varias ocasiones llegué a estar aún más grave que años anteriores, al punto entrar a la inconsciencia al menos una vez cada quincena. Ya tenía la certeza de que todas las enfermeras me conocían, pero por algún motivo no preguntaba qué era lo que sucedía conmigo, sólo se limitaban a curar mis heridas; tal vez por una amenaza de papá o porque ellas eran sus cómplices. Aunque eso último me pareció una idea absurda, ya que ellas no poseían el mismo carácter que papá. Ellas eran gentiles, pero por alguna razón no me sentí completamente augusto con su cercanía.

Por otro lado, nunca volví al parque abandonado que desde el principio era mi único refugio. Y la razón era tan clara como el motivo de mi debilidad; los malditos recuerdos. Así que, después de los entrenamientos, lo único "valiente" que hacía era encerrarme en las cuatro paredes de mi habitación. Era el único lugar cómodo que me quedaba, aunque al mismo tiempo se encontraba a unos centímetro del lugar donde mis pesadillas se hacen realidad, como lo era el sótano donde entrenábamos. Y eso se volvió una rutina por los siguientes meses; casa, clínica y escuela. Era como un triángulo vicioso, aunque yo le cambiaría el nombre por un "triángulo doloroso".

Los rumores de pasillos se intensificaron ahora que me daba por desmayarme, pero sinceramente siempre era lo último que mi cerebro captaba. Ya yo estaba acostumbrado; como me había dicho Ethan, "Siempre te juzgarán". Lo que sí hacía era apartarme aún más de las personas, al punto de volverme un chico completamente solitario; o al menos hasta que, a los diez años, volví a interceptar a cierta chica rubia de la familia Sprause cuando iba saliendo del colegio.

«Thomas— me sonríe ella.

Aris— me detengo en seco mientras la observo. Ella sigue igual que desde hace un año, no ha cambiado absolutamente nada, lo cual se me hace extraño. Siempre me ha parecido que ella es la más linda de las hermanas Sprause; su cabello ondulado, sus finos labios, su nariz perfilada y esos ojos que me miran con cierto brillo, provocan que me sonroje levemente.

— Tiempo sin vernos— dice ella con una suave voz—, ¿Por qué no has ido más a visitarnos?

— No tenía cómo llegar— contesto con sinceridad, para luego rascarme la parte trasera de mi cuello con un poco de vergüenza—. Además de eso, creí que con la ausencia de Ethan no había motivo para que ustedes me quieran ver.

Aris me da una sonrisa de boca cerrada y se acerca a mí, poniéndose de cuclillas para que nuestros rostros estén a la misma altura. Eso hace que mis nervios suban y no entiendo la razón, siento el calor intensificándose en mis mejillas gracias a su cercanía. Ella golpea mi frente con uno de sus dedos.

— Eres un tonto por creer que no te queríamos ver— recrimina ella—. Tu distancia se evidencia en toda la casa. Dylan y yo te extrañamos un montón, hace falta la persona que nos diga quién gana el debate.

— Siempre ganas tú— opiné. Desde el principio me ha llamado la atención lo inteligente que es el menor de los Sprause, pero Aris evidentemente siempre le gana por ser mayor a él.

Prometo encontrarme © (Completa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora