Capítulo 13 | El ministerio.

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Narrador Omnisciente

Cleymentho, un pequeño pueblo al noreste de Transilvania.

Las nubes cubrían el cielo oscuro y las calles apenas eran alumbradas por algunos faroles y antorchas donde el fuego danzaba a distintos lados gracias al viento helado.

La estructura y carreteras del pueblo eran antiguas y góticas; piedras en los caminos y en algunos pilares de las tiendas, cuya mercancía eran mayoritariamente estacas y esqueletos que se necesitaba en los rituales que esta cultura pueblerina utilizaba. Habían carretas con pasto seco de los valles que hay en los alrededores y madera cortada y apilada en algunas esquinas. Aquí no existían los autos y el que trajera uno probablemente lo mirarían extraño. En cambio, los carruajes de carga con caballos son la tendencia de transporte aquí. Y hoy más que nunca.

Cleymentho siempre se identificó por venerar y alabar aquellos reyes y dioses que por décadas los han salvado de la muerte desde la guerra británica, pero en este día las alabanzas se intensificaban al ser el día justo en que todo eso sucedió.

Personas con máscaras rojas, capas y capuchas negras, se desplazaban en multitud a lo que era el centro del pueblo. Allí yacía una enorme estatua de Mathew; su primer rey quien se sacrificó en el último ataque británico en el año novecientos diecisiete.

Al fondo de la estatua estaba a lo que llamaban el gran castillo, igual de antiguo y gótico que el resto de la estructura del pueblo, sólo que éste era muy grande y de color negro. Era tan gigantesco, que resaltaba entre todo el pueblo. Tenía cuatro torres a los alrededores y el rascacielos era de forma triangular. Se podría decir que es el mismísimo castillo de una princesa, sólo si ésta fuera de una realeza demoniaca.

Entre la multitud yacía una misteriosa persona con la misma capa y mascara que el resto. Pero sus pasos eran inseguros, puesto que quería entrar al gran castillo, ya que allí habitaba el actual rey vampírico, heredero del mismo Mathew, junto con su consejo formado por cuatro poderosos y peligrosos vampiros más. Juntos, ellos formaban el Ministerio de Sangre que controlaba las acciones de los vampiros y no tenían perdón de aquellos que violaran las reglas que los regían. Ellos eran temibles, tenían una reputación inquebrantable y los problemas los hacían añicos de una u otra forma.

Esa persona sabía que no iba a ser fácil; Las personas que entraban al castillo eran porque habían cometido crímenes y no salían con vida, o tan siquiera hechos cenizas. Los únicos que podían habitar ahí, además del Ministerio, eran sus guardias vampíricos; entrenados para que sean casi igual de mortales que ellos. La mayoría poseían dones u habilidades peligrosamente increíbles.

Esa persona sólo se dirigía hacia el centro del pueblo, como lo estaba haciendo la multitud. Mientras caminaba pensaba en un plan para poder entrar castillo, pero ese plan no le aseguraba de que iba a salir con vida de allí.

Una vez que llegó a su destino, junto con la multitud reunida que formaba un punto negro si se ve a lo lejos el pueblo, comenzaron con la ceremonia. Allí las personas se arrodillaban y alababan a la estatua del Rey Mathew, para jurar eterna lealtad y así ser cubiertos por su protección por el resto de sus vidas.

Una vez que la alabaron, llegó la parte más importante de la ceremonia; el sacrificio.

A lo lejos, se podía ver a dos guardias del castillo que traían a una persona con un saco en la cabeza. Los guardias, al igual que el resto de las personas que habitaban en el gran castillo— a excepción de algunos prisioneros—, eran pálidos, y en sus miradas se podía notar que no tenían alma, eran vampiros después de todo. Aunque la persona infiltrada creía que más bien ellos eran títeres controlados por el Ministerio de Sangre, ya que éstos últimos podrían acabar con ellos como si fueran un conjunto de plumas al conocer que ellos tan siquiera piensan desobedecerlos.

Prometo encontrarme © (Completa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora