Capítulo 35 | Pacto.

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Frente al rascacielos donde es la fiesta, hay una larga plaza, que, según las imágenes que representan los letreros, lleva a la Torre Eiffel. La plaza es bonita e inspira romance con sus largos faroles de luz tenue amarillenta. El camino es dividido a través de una fuente céntrica, igual de larga que la estructura pública. Mientras que, en el lado derecho de dicha plaza, se encuentra una vereda con una bonita laguna, donde parejas navegan en pequeñas canoas a través de ellas para tener su momento sentimental. Y, en el lado izquierdo, se encuentra un parque donde algunos niños juegan.

Aún exhaustos por el cúmulo de personas de las cuales huimos en esa fiesta, Daniela y yo nos sentamos en una banqueta, un poco alejada de las personas que se encuentran en este lugar, donde las ramas de un gran árbol nos cubrían encima de nosotros. Ya le había dicho a mamá que iba a salir con la chica, por lo que nos podríamos tardar todo el momento que quisiéramos.

— ¿Seguro que quieres saber todo esto del pacto?— rectifica mientras se desase de la vuelta que tiene su cabello, dejándolo suelto y aun conservando el antifaz. La brisa que representa el lugar, hace vuelo con su cabellera, provocando que me hipnotice por un segundo—. ¿No es otro capricho tuyo?

Yo abro mi boca ofendido mientras me acomodo para verla directamente a ella.

— Yo no tengo caprichos— aseguro, y lo único que me gano es una inquisitiva ceja por parte de ella, sin creerme mucho—. De acuerdo, tal vez algunos. Pero éste no es uno de ellos.

Ríe, pero suavemente. Después se acomoda para mirarme a los ojos, reflejando a través de ellos la curiosidad y determinación que debo de poseer.

— Bien, ¿Qué quieres saber específicamente?— accede.

— Bueno, quiero saber específicamente lo que atraería mi posible muerte a manos de esa vampira. Soy técnicamente una víctima, sin siquiera reconocerlo— frunzo los labios, y ella siente mi preocupación oculta—. ¿De qué trata el pacto?

— Cuando se fundó el pueblo, este sólo constaba de un limitado grupo de humanos, hasta que llegamos nosotros, o, bueno, específicamente Margaret y Nicholas. Siendo vampiros que conservaban el ideal de matarse primero ellos antes que a los humanos, pudieron mezclarse entre ellos. Pero claro, si llegaba otra especie, no lo verían igual— relata, algo incómoda por el recuerdo que les debió contar sus padres—. Con el tiempo llegó un hombre que se transformaba en algo distinto cuando la luna lo observaba, y procreó, en ese mismo pueblo, una familia que tenía la misma habilidad de él, hasta que se convirtieron en una manada. Luego llegó una chica creada a partir de las raíces de un árbol, y era una con la naturaleza, y procreó en el mismo sitio para establecer el clan de las hadas. Y con eso, fueron cuatro especies conviviendo en un mismo pueblo; hasta que las peleas por las tierras comenzaron. Los hombres lobos nos rugían porque los estábamos dejando sin comida, las hadas discutían porque estábamos dejando sin fauna al bosque, y los humanos sospechaban que algo muy raro estaba sucediendo en ese sitio porque las personas morían consecutivamente. Pero la verdad es, que mis padres nunca hicieron eso, sino los intrusos que entraban en el pueblo para sólo provocar caos; Omegas, hadas caídas, y vampiros moribundos e incontrolables. Con eso, el clan Waters para calmar los ataques surgió, que, para ellos, era matar las amenazas. Y, a través de aquello, las discusiones se convirtieron en algo más… violento. Porque nadie quería morir, era la supervivencia del más fuerte, hasta que la líder de las hadas, siempre calmada y la de aquel tiempo, propuso una solución pacifista.

— El pacto— deduje, y ella asintió, mirando ahora a la laguna.

— El pacto es un acuerdo que tenemos los cazadores, vampiros, hadas y hombres lobos de no lastimarnos mutuamente, ni de lastimar seres inocentes, para que coexista la armonía— explica.

Prometo encontrarme © (Completa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora