Capítulo 31 | Retener.

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No le presté mucha importancia a la súper curación que estaba presentando mi cuerpo, de hecho tampoco lo hice al salir de la clínica cuando tuve el estado de coma. En realidad, Daniela, como tutora de baile, se encargó de ello.

Bailar con la castaña fue algo extraño, pero a la vez fascinante. Ella no se burló, o al menos no completamente, de mi falta de experiencia en la pista. Ella estaba seria mientras me indicaba lo que tenía qué hacer, cómo agarrar el ritmo de la música, y prácticamente no hacer el ridículo. He de admitir que de cierto modo me sentí nervioso, nunca estuve tan cerca de ella por tanto tiempo, pero era necesario.

Mi problema con el baile era que el ritmo era difícil de predecir para mí. Podía tararear una música, y mover los dedos rítmicamente, pero hasta ahí. Era algo así como si mi cerebro procesara la melodía, pero no enviara las órdenes para ejecutar en mi cuerpo. Consecuentemente, sólo hacía que mi dignidad y orgullo alcanzaran niveles bajos críticos cuando mamá me ponía a bailar.

Claro que eso fue cuando era niño, creí que me había liberado. Sin embargo, de mamá hay que esperarse de todo. A ella no le importa mi dignidad, de hecho se encarga de mantenerla baja; por eso nunca fui alguien completamente arrogante, tampoco encajaba en mi personalidad.

Después de unas tres horas de ensayo, o intento de uno, decidimos descansar en el establo que posee la mansión, donde habitaban unos tres lindos caballos bien cuidados. Augus nos permitió sacarlos a pasear a Daniela y a mí, pero él se mantuvo alejado porque les tiene miedo a los caballos por una mala experiencia que tuvo con ellos de joven. De hecho, según él, los animales le pertenecen a su padre. Augus nos veía, pero desde la entrada de la mansión, sentado en una silla mientras esperaba que algo se le cargara en su tablet.

— Cuando Augus me dijo que irías a París a bailar, me costó procesarlo— comenta de pronto Daniela mientras acaricia el cuello del supuesto caballo favorito del Señor William—. No creí que fueras del tipo de persona que se revelara así.

— No lo soy— afirmé—, mamá, en cambio, sí.

Daniela niega sin remedio, una suave risa se escucha por parte de ella.

— Me gusta cómo es Elizabeth— señala—. Creo que, si hubieran más madres así en el mundo, los hombres serían menos ególatras y narcisistas.

— ¿Cómo Luke?— indagué con una sonrisa ladeada.

— Él es un caso aparte, sólo se podría arreglar implantándole otro cerebro— responde, ahora reconsiderando las cosas—. Aunque, así se le quiere. Hemos aprendido a tolerarlo, o al menos hasta un punto más elevado que antes.

— Igual, no creo que debería de ser legal lastimar a un hijo psicológicamente así— frunzo los labios, recordando, inclusive, la vez que mamá me tiró a una piscina para hacer una competencia con otro niño que me retaba. Las cosas terminaron mal, sobretodo porque tampoco sabía nadar a esa edad—. El viaje a París sale en dos días, sólo tengo el día de mañana para seguir ensayando.

— Opino, como tutora, que lo haces bien, sólo que te estás oprimiendo a ti mismo— señala, y toda mi atención recae en ella para seguirla escuchando. Es difícil ignorar cómo el atardecer hace juego con los tonos de su pálida piel y atuendo aparentemente deportivo—. Piensas mucho en lo que la audiencia que te observa va a decir sobre ti, pero en realidad no juzgarán tal cosa. Ellos sólo tendrán ojos en la cumpleañera, y simplemente te verán como un acompañante. Dices que tu cerebro no envía los pasos a ejecutar para tu cuerpo, no obstante, eso es porque el miedo de todos los pares de ojos sobre ti, le están impidiendo que envíe dichos pasos. Te bloqueas, como una puerta con cerradura.

Prometo encontrarme © (Completa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora