Capítulo 18 | Los adjetivos.

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— Lo tendré en mente— trato de dar un intento de sonrisa mientras observo la bandeja—. Tengo que cepillarme los dientes primero.

— Oh, cierto— dice un poco apenada—. Es que estaba un poco emocionada porque por fin aprendí a cocinar algo. Aunque fue con ayuda del celular— admite.

— Felicitaciones— le sonrío de verdad para luego levantarme y caminar hacia la puerta del baño. Pero, antes de entrar en ésta, me doy cuenta de algo—. ¿Cómo cocinaste si parte de la estufa y cocina están quemadas?— le pregunto volteándome hacia ella.

Otra de las razones por la cual no comí bien estos días, fue porque creí que la estufa no funcionaba. Y el malestar no me permitía ir a comprar en el centro del pueblo sin desvanecerme o vomitar en el camino.

—Algunas hornillas aún funcionan— explica—. Oh, y mañana vienen unos señores a arreglar lo que quemé.

— De acuerdo. Ya vuelvo— aviso para luego voltearme y entrar al baño.

Me cepillo los dientes y luego me quito lo único que cargaba puesto para entrar a la ducha. Después de un rato salgo del baño, ya seco y con una toalla alrededor de mi cintura.

Veo a Daniela que está con su celular, recostada en el espaldar de mi cama ya acomodada.

Ahora que me doy cuenta, toda la habitación está perfectamente arreglada. ¿En qué momento la acomodó? Es decir, no soy tan desordenado, acomodo mi habitación en las mañanas. Pero al terminar el día está hecha un chiquero otra vez, motivo por el cual tengo que aprender a ser más ordenado.

— ¿En qué piensas?— pregunta Daniela quitando la vista de su celular, curiosa al sentir mi mirada perdida.

— ¿Cuándo acomodaste mi habitación?— indago.

— Hace como una hora arreglé la mayor parte— explica—. Tu cama la acabo de arreglar. Creo que es mi forma de disculparme por estar ausente estos días.

— Espera, ¿Qué hora es?— pregunto al instante.

Me preparó la comida, acomodó mi cuarto, tuvo tiempo de arreglarse e inclusive tengo la sospecha de que hizo las compras del supermercado al no haberlas hecho yo en los anteriores días. Porque sé que no había pan. ¿Qué tanto tiempo le puede costar eso a Daniela?

— Son las once y cinco de la mañana— me responde mirando su celular—. De verdad duermes mucho, aunque te ves tranquilo cuando lo haces.

— Es mi don y mi maldición— bromeo—. Y hablando de dormir, lo siento por la petición tan peculiar que hice para que durmieras conmigo. Supongo que estaba en un momento de debilidad.

— Claro, culpa a tu debilidad— sonríe con complicidad—. Yo sí diré, sin mal pensar, que si me gustó dormir contigo. Fue mejor que compartir cama con Luke. Larga historia que prefiero omitir.

Yo niego con gracia ante eso último que dijo la castaña y camino hacia el armario pensando en las posibles bromas que le ha podido hacer el casi secuestrador de Santa Claus a sus hermanos.

— Cuando acomodé tu habitación, me llamaron la atención dos cosas; tres cuando saliste del baño— confiesa mientras busco algo decente entre las prendas de ropas.

— ¿Qué cosas pudiste encontrar en mi aburrida habitación?— cuestiono, pero cuando la observo con un libro en la mano mis ojos se ampliaron de una manera considerable. No creí que eso siguiera por ahí.

— Cosa número uno, no sabía que existía un libro sobre chicas— confiesa y siento un ardor subir a mis mejillas—. Aunque te diré que, de las quinientas páginas, sólo cuatro te dicen la verdad. Eso que nunca contradigas a una mujer, es cierto; y no hace falta leerlo en un libro para saberlo.

Prometo encontrarme © (Completa)Where stories live. Discover now