Capítulo 37 | El juego.

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Ellos no me lo quieren decir directamente, pero sé que me he convertido en la carnada. Christine, a pesar de su habilidad de esconderse en el bosque y no haber regresado al instituto, no atacará al libre albedrío, ella vendrá por mí, yo soy su objetivo, y los Sprause tratan de usar eso a su favor. Pero, a la vez, tratan de respetar mi intimidad.

Y no lo están logrando, porque me hacen sentir inseguro. Pienso que en cualquier momento puedo estar en un bosque a través de otra ilusión, o que mi curiosidad pondrá a prueba mi sentido de supervivencia, o que el miedo a una situación desconocida no me dejará reaccionar. Pero, a pesar de eso, camino con normalidad en las calles del pueblo, repitiéndome una y otra vez que estaré bien y confiaré mi destino a mis pocas destrezas y a las de los Sprause. Convirtiéndome en carnada daré ayuda, y no me sentiré tan inútil.

Trataré de hacer esto bien.

Por otro lado, en estos días me he esmerado en poner a prueba y rectificar por mí mismo algunas de las palabras de Daniela, entre ellas, los cazadores en el instituto. Mi sentido perspicaz ha estado más agudo que nunca, viendo y escuchando todas las acciones de los estudiantes. Y, sin duda, me he dado cuenta de un incremento de atención en mí en los últimos momentos.

Desde que llegué al pueblo siempre creí que las atenciones de las personas recaían en mí porque yo estaba dispuesto a romper el aura misteriosa de los Sprause. Y eso, en parte, fue cierto. Pero no capté el tipo de sentimiento que pasaba por sus miradas al observarme; unas lo hacían con admiración, otras con envidia, otras con odio, otras con cierta curiosidad, y un pequeño grupo lo hacía con lástima.

Pongámosle atención a ese pequeño grupo, ya que ese sentimiento no cabría aquí, a menos de que ellos vieran el futuro más probable de lo que me pasaría si me juntara con cierta familia. Un futuro que ellos idealizaron por lo que supuestamente han visto, y que tiene que ver con colmillos, sangre, y mi cuerpo sin vida tirado a mitad del bosque. Ellos, sin duda, le tienen lastima a mi muerte por sólo ser un curioso más, y que recibirá las consecuencias de sus actos.

Ese era el grupo de cazadores, estudiados y amaestrados seguramente por el Clan Waters o sus allegados, y quizás tengan órdenes de vigilarme por si mi caída signifique el inicio de la guerra entre especies.

Y eso no ayuda en nada a mi inseguridad, al contrario, la empeora, ya que ahora poseo una presión más, agregándole también mis actividades rutinarias y los impulsos psicópatas que tienen los profesores en mí de repente. Y con eso último quiero hacer un gran énfasis en el señor que tengo justo ahora delante de mí.

Se supone que estoy en la clase de educación física, pero ni siquiera estoy en la cancha, nunca la llegué a tocar, y en definitiva no estoy estirando con mis compañeros en este momento. El profesor Simonetti, aquel que llaman el demonio en persona, me ha jalado literalmente a su oficina, impidiendo mis opciones de huida. Aunque, en realidad, desde que pasó lo de mi bienvenida, él no se ha esmerado en hablarme, sólo se limitaba en darme indirectas para que yo mismo terminara de entrar en el equipo de fútbol americano. Tal parece que se cansó de ser ignorado por mí, y ahora su única alternativa es persuadirme.

El viejo, que se esmera en parecer joven, coloca ambos codos en su escritorio y entrelaza los dedos de sus manos mientras me intimida con su directa mirada. Él no ha hablado desde que entramos, tampoco cuando me arrastró. Su atuendo deportivo está intacto, y el silbato de su cuello brilla a efecto de la luz amarillenta de este lugar que no huele más que a desesperación y miseria, decorado con alguna que otra copa que debe de ser más vieja que él mismo, ya que tengo el conocimiento de que este grupo no es lo suficientemente bueno para conseguir una.

Prometo encontrarme © (Completa)Where stories live. Discover now