Diariamente con un corto beso de buenos días era suficiente, pero ese día fue uno de los diferentes; Kimizuki hizo que Yoichi abriera sus labios para poder profundizar ese beso.
El pequeño se acaloró al instante, pero continuo con ligera torpeza las exigencias de su novio hasta que encontró el ritmo al beso y ambos se desvanecieron en esa muestra de afecto.

El pelirosa alcanzó la perilla de la estufa para girarla en su totalidad y que se apagara antes de que Yoichi le pidiera que parasen porque la comida podía quemarse.

Dejando la espátula de lado, Kimizuki envolvió el delgado torso de Yoichi entre sus brazos y lo pegó al suyo.

—K-Kimi...—No lo dejó continuar cuando mordió su labio inferior, fue entonces cuando el castaño suspiró por lo bajo y volvió a perderse en el beso. El pequeño lo sabía pero solía olvidar que a Kimizuki le gustaba bastante que acariciara su cabello, sin embargo él lo hacía siempre y sin darse cuenta.

La intensidad del beso se desvió cuando el mayor comenzó a cortar aquel beso en varios cortos y sencillos que fueron dejados sobre los labios de Yoichi y sobre sus mejillas.

Las manos del menor bajaron al pecho de su novio y soltó varias risitas mientras se alejaba apenas unos centímetros.

—Buenos días, Yoichi.

Ese día ambos tenían horas libres y nada podía ser mejor en el mundo.

Cuando salían fuera en la escuela, en el hospital, cualquier lugar donde alguien pudiera verlos, apenas mantenían su distancia el uno con el otro. No les gustaba ser como esas parejas que derrochaban miel y babas en cada lugar público en el que estuvieran, pero tampoco se privaban de esos pequeños afectos.

Todo cambiaba cuando ambos estaban solos.

Y el día siguiente, sería su aniversario de dos años juntos.

—Hay que comer antes de que se enfríe— El pelirosa terminó la sesión de besos con un último sobre la nariz de su novio.

—¿Hiciste crepas? — Se sorprendió Yoichi quien al llegar a la mesa, se encontró con el plato dedicado a él. La crepa estaba doblada en forma de triángulo, tenía una línea zigzagueante de chocolate líquido, un par de fresas y rodajitas de plátano y un chopo de crema batida. El vaso de Yoichi estaba lleno de leche con chocolate al igual que el de Kimizuki. Claro que, el plato de Yoichi tenía más crema batida que la propia del pelirosa.

—Come, tonto. Ayer tuviste un maratón con todos los pacientes— El cabello castaño fue despeinado por la mano del mayor quien se sentó frente a él.

—Gracias, Kimi... pero tú también te esforzaste mucho. Te vi ayudando a la niña que lloraba por sus papás, eso fue muy tierno.

Las mejillas de Kimizuki fueron invadidas por el color de su cabello, carraspeó la garganta mientras cortaba un trozo de su crepa, disimulando aquella información como si no le importara.

—Ah, esa niña.

—¿Así de tierno serás también con nuestros hijos?

Un trozo de crepa no era la gran cosa, pero se le atoró al mayor en la garganta y comenzó con un ataque de tos.

—¿¡Kimizuki-kun!? — Se alarmó Yoichi alzándose de su asiento para ayudar a su novio, ajeno a las mejillas violetamente sonrojadas del otro.

—E-Estoy b-bien...— Kimizuki bebió un trago de su leche con chocolate para calmar el ardor en su garganta y de paso, esconder su sonrojo del chico frente a él.

«¿Cómo dices eso de la nada, tonto?»

Si Yoichi fuera un color, seguramente sería el blanco. El castaño era tan inocente que no solía darse cuenta de que algunas cosas que solía decir ponían en ese estado a Kimizuki. Su inocencia le hacía ver siempre un futuro mejor a pesar de las cosas malas. Era realista, nada idiota, pero nunca dejaba morir la esperanza. Daba la obligación a los que lo rodeaban de protegerlo aunque el chico sabía perfectamente cómo hacerlo solo.

► Un Nuevo ComienzoWhere stories live. Discover now