Tú y yo

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POV Leo

Me encontraba en el Búnker, recostado sobre el viejo colchón que me las había arreglado para hacer traer hacia un año; primeramente había querido llevar una cama pero ninguno de los chicos en mi cabaña lo permitió. "No son cosas que un líder deba hacer", me habían dicho cuando les pedí ayuda, así que termine con un espacio provisional para usar en caso de que mis proyectos tomarán más de 24 horas en ser terminados. Lo que los dioses saben, eran todos y cada uno de ellos.

Giré sobre mí mismo, mirando hacia la pared. Acababa de cambiar la contraseña de entrada al búnker, a pesar del sueño recordaba haberlo hecho para evitar problemas con Piper o con cualquier otro. Suspiré, debían ser las 6 o 7 de la mañana, era fin de semana y a los hijos de Hefesto no nos tocaban labores, podría dormir un poco. Cerré los ojos intentando hacer eso precisamente. Lo bueno de dormir allí era que la luz del día era casi impenetrable así que aún siendo medio día, si mantenía las luces apagadas seguiría en penumbras.

- Leo - Se escuchó una voz, era como un susurro a través de las capas de sueño que luchaban por hacerse con mi mente. - Leo, despierta -. Esta vez mis ojos se abrieron como platos, era Zestia.

- ¿Cómo entraste? Acabo de cambiar la clave -. Dije incorporándome con rapidez.

Zestia rodó los ojos, sonrió con un deje de malicia y diversión, se sentó a mi lado sobre el viejo colchón y pasó sus brazos por mi cuello.

- Cualquier hijo de Hermes podría abrir esa puerta - me dijo.

- Pero tú no eres una, ¿verdad? -. Suspiré, al tenerla tan cerca podía sentir esa relajarte calidez que no era suya. Esa extraña sensación no humana que te obligaba a sentirte a gusto, el verano personificado. - ¿Es otro de tus súper poderes? -.

Me empujó hacia abajo, quedando ambos recostados. Podía sentirla reír.

- ¿Tengo súper poderes? -.

- Bueno, puedes hacer esas cosas, ya sabes - Le respondí, patéticamente enredando mis pensamientos. - Se supone que tienes doce bendiciones pero solo he podido adivinar unas cuantas - Confesé. No sabía por qué lo hacía pero, allí, solos, rodeados únicamente por la oscuridad era más sencillo sacar esas preguntas de mi interior.

- Las maldiciones -. Cambió tan rápido de posición que le costó un poco a mi cerebro procesar las cosas. Miré a la rubia que se las había arreglado para colocarse sobre mi, una pierna a cada costado mío. La miré a los ojos y empecé a preguntarme si no se trataba de un sueño. Todo esto iba demasiado bien. - Las maldiciones - Repitió, regresándome a la realidad. - No son algo que puedas enumerar, no es como que pueda hacer una lista y punto -.

- Inténtalo - Le animé, coloqué mis manos en su cadera y sonreí. ¿De verdad ese era yo? ¿De dónde estaba saliendo tanta confianza?

Se detuvo un segundo, como notando mi comportamiento, tan ajeno a la última vez. En cierta forma no quería regresar a aquello, al pánico de estar junto a ella, porque me gustaba más poder tenerla cerca. Ladeó la cabeza y se inclinó hasta rozar mi cuello con sus labios.

- Brillante y cálida como el verano. Cortesía de Apolo -. Explicó y beso mi cuello. - No puedo morir pues mi padre no lo permite -. Dejo otro beso.

Una serie de corrientes eléctricas comenzaron a recorrer mi cuerpo. Podía sentir mi rostro caliente, de nuevo agradecí la oscuridad ocultando mi gran sonrojo.

Por lo menos una vez (Leo Valdez)Where stories live. Discover now