42. Infiltrados [Prt I]

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—¡Tropas, avancen, que nadie salga de esa pútrida cárcel! —ordenó el conde Adrián a todo pulmón.

—¡Si, señor! —respondieron varios soldados al unísono.

Las hordas de guerreros se esparcieron por la costa este de la isla de Gurlok, zona donde poco a poco salían los guardias de la cárcel para repeler el ataque de los invasores.

La situación se descontroló luego de que Adrián infiltró a un par de sus soldados por las torres de vigilancia de la prisión, quienes provocaron una serie de explosiones en el interior, causando revuelo y fuga de presos. Todo era un plan para crear una distracción, permitiendo que Radamanto y Alexander entraran a la cárcel.

La cuestión era de tiempo, primero porque el conde vampiro no podía estar en contacto con el sol, por lo que se mantenía bajo el techo que protegía el muelle ubicado a la orilla de la costa, además de estar vestido con varios telares negros, cosa que no servía de mucho ya que la luz se filtraba, logrando quemarlo. Segundo porque todos los guardias salieron para apresar a los fugitivos, por consiguiente, lo verían a él y su plan se complicaría.

Lo bueno era que contaba con las tropas de su hermano Vincent, muy oportunas en el día. Los más veteranos licántropos recorrieron la playa tomando sus formas monstruosas, fauces y garras salientes, con sus cuerpos llenos de pelo gris, casi blanco.

Quienes salían de Gurlok retrocedían en su intento de evitar a las feroces criaturas, algunos les dieron frente ya que eran semi gigantes, otros eran iguales a esos monstruos; pocos se despojaron de sus ropas para adoptar la forma de un hombre lobo, sus pelajes eran pardos y su contextura un poco más grande que la de los licántropos del norte.

En su encuentro los cuerpos de las bestias chocaban de manera abrupta, el enfrentamiento poco a poco se convirtió en una carnicería de lobos humanoides.

Adrián se lamentaba a lo lejos, viendo desde lo más alto del muelle de desembarque cómo sus soldados perdían la vida. No le gustaba la guerra ni tampoco sacrificar a sus subordinados, incluso quiso irse con sus tropas de vuelta a sus tierras, dejar al traidor de Radamanto y Alexander a su suerte, pero el recuerdo del Libro de Reblan por alguna razón lo mantuvo en su lugar, a la espera de que, de una vez por todas, el Intérprete saliera por las puertas de la cárcel, proclamando la paz, evitando una absurda guerra.

También quedaba el hecho de que Cornelius era un traidor, quería saber la verdad, sacarla a golpes de ser necesario. Odió vivir bajo la sombra de alguien que usaba su poder para engañar, y aunque aún no creía en todo lo que le dijeron aquellos murders, quería encararlo para aclarar todas esas mentiras.

El campo de batalla no dio tregua, los licántropos de Borsgav controlaban las masas de guardias, no los dejaban avanzar más allá de las puertas de la cárcel. Los ríos de sangre se formaron al emanar de los cuerpos, manchando las arenas de la playa y luego las aguas del mar. El olor del hierro de la sangre provocó que el conde quisiera involucrarse en la batalla; era inherente en su ser aunque fuera sentir aquel líquido rojizo sobre su piel.

Contuvo la respiración, tapándose la boca con una mano; lo único que podía hacer era esperar el crepúsculo anunciando el anochecer, el único momento del día donde podía saciar su sed, instante que en pocos minutos llegaría.

La batalla avanzaba, los guardias e invasores adornaban las entradas de la prisión con sus cuerpos, pero la situación fue cambiando de ambiente. Un temblor sacudió la costa, deteniendo por un momento la contienda, la oscuridad empezó a primar, cubriendo el cielo, obstaculizando la visibilidad.

—Cornelius —reconoció Adrián al percatarse que la negra bruma pronto llegaría a él.

Sus ojos se adaptaron, poniéndose blancos en totalidad para ver a través de la oscuridad. Encontró a quien buscaba; estaba en la entrada de la cárcel, neutralizando a todo aquel a su alrededor sin importarle si fuera aliado o enemigo.

El Intérprete y el Guardián - Parte I ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora