34. Traición por buena causa

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Evereth batía las manos adelante y atrás, mandándolas hacia su espalda como si sacara algo tras ella, en cada movimiento emergía del suelo una silueta. No obstante, a pesar de su destreza al invocar sombras negras, no pudo tocarle un pelo a Radamanto ya que unas flechas lumínicas las convertían en simple bruma.

Asegurándose de que todos sus compañeros de asalto entraran al castillo, el nemuritor cerró el acceso tras su paso. Todos sus espectadores trataron de tumbar la puertas para detener a los infiltrados que quién sabía qué estarían haciendo adentro del castillo de Wanhander.

—¡¿Dónde diablos están los soldados?! —exclamó Cornelius, airado, golpeando frenético las puertas.

Era extraño el que se ausentaran en una situación de esa magnitud, ¿dónde estaba la guardia en ese instante y por qué permitieron que ese sujeto entrara a la ceremonia sin ser requisado?

—Todos están resguardando las murallas, nadie se esperaba esto —informó Drek a su lado, igual de frustrado, golpeando impotente la entrada de su propio castillo.

—Con ese temblor ya han de estar llegando —exclamó uno de los reyes invitados—, pero tenemos que apresurarnos, antes de que hagan de las suyas ahí adentro.

—¡Pues derribemos esas puertas! —reclamó Zaradon, el único hombre de considerable altura.

El gigante rey sacó de entre sus ropajes un pequeño mazo que trasformó en un santiamén, con un sólo agite, en un garrote enorme, dispuesto a tumbar a quien se cruzara en su camino. Sin dudar, todos le cedieron paso. Corrió hacia las puertas y luego de varios golpes las volvió pedazos a pesar de ser de roca sólida.

Con dificultad, por el polvo que se formó gracias a la piedra destrozada y por la penumbra en la que se sumía el interior, distinguieron a varios de los intrusos correr hacia el gran salón donde se efectuaría la celebración luego de la coronación de los nuevos reyes de Grant Nalber. La última persona que entró, a pesar de tener pintoreteada la cara, portando una capa que ocultaba su delgada figura, fue reconocida por muchos.

—¡Ahí está la traidora! —enunció una mujer de verdes cabellos; la reina Meridia, señalando a André quien antes de cerrar, dio una venia burlona a los presentes.

Los reyes y escoltas corrieron presurosos por el vestíbulo que los separaba del salón para detener a los infiltrados, pero no lo lograron. De nuevo se encontraron en la misma situación, sólo que esta vez no duraron mucho pateando las puertas.

—¡Quítense! —ordenó el rey Zaradon, haciendo que muchos se retiraran, repitiendo lo mismo que con la puerta anterior.

•••

—¡Salgan, vamos! —La voz afanada André retumbó por el recinto en un eco que anunciaba problemas.

Los murders se dirigían hacia una puerta doble que dividía aquel salón con un pasillo que comunicaba a las cocinas del castillo, sólo que aquel ingreso fue convertido en un portal que llevaba a un espacio oscuro e iluminado escasamente por antorchas; Alexander lo creó usando el marco de la puerta como intersección; se hallaba al lado del umbral, cerciorándose que todos pasaran y que el portal no se desvaneciera. Con frustración se acomodó la capucha que cubría su cabeza, logrando así ocultar su identidad.

Mientras las últimas personas cruzaban el portal, Radamanto se acercó presuroso al muchacho, deteniendo su marcha al percatarse que una chica rubia lo seguía. Dando media vuelta, un poco agitado, reparó en André quien se cercioraba de que todos huyeran a salvo.

—¿Encontraron lo que buscábamos? —le preguntó.

—Nada, sólo queda ir a un lugar —respondió Alex, haciendo que volviera a verlo.

El Intérprete y el Guardián - Parte I ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora